Rubén Darío
Biografía
Es, quizá, el poeta que
ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el
ámbito hispano, y por ello es llamado «príncipe de las letras castellanas».
Lector precoz, en su
Autobiografía señala: Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer; según
se me ha contado.
Entre los primeros
libros que menciona haber leído están el Quijote, las obras de Moratín, Las mil
y una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, y la Corina (Corinne) de
Madame de Staël. Pronto empezó
también a escribir sus
primeros versos: se conserva un soneto escrito por él en 1879, y publicó por primera vez en un
periódico poco después de cumplir los 13: se
trata de la elegía
Una lágrima, que apareció en el diario El Termómetro, de la ciudad de
Rivas, el 26 de julio de 1880. Poco después colaboró también en El Ensayo,
revista literaria de León, y alcanzó fama como "poeta niño". En estos
primeros versos, según Teodosio Fernández, sus influencias predominantes eran
los poetas españoles
de la época Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de la Vega.
Más adelante, se interesó
mucho por la obra de Víctor Hugo, que tendría una influencia determinante en su
labor poética. Sus obras de esta época muestran también la impronta del
pensamiento liberal, hostil a la excesiva influencia de la Iglesia católica,
como es el caso su composición El jesuita, de 1881. En cuanto a su actitud
política, su influencia más destacada fue el ecuatoriano Juan Montalvo, a quien
imitó de manera deliberada en sus primeros artículos periodísticos. En esta época (contaba 14 años) proyectó publicar un primer
libro, Poesías
y artículos en prosa, que no
vería la luz hasta el
cincuentenario de su muerte. Poseía una superdotada memoria, gozaba de una
creatividad y retentiva genial, era invitado con frecuencia a recitar poesía en
reuniones sociales y actos públicos.
En diciembre de ese año
se trasladó a Managua, capital del país, a instancias de algunos políticos
liberales que habían concebido la idea de que, dadas sus dotes poéticas, debería
educarse en Europa a costa del erario público. No obstante, el tono
anticlerical de sus versos no convenció al presidente del Congreso, el
conservador Pedro Joaquín Chamorro y Alfaro, y se resolvió que estudiaría en la
ciudad nicaragüense de Granada. Rubén, sin embargo, prefirió quedarse en
Managua, donde continuó su actividad periodística, colaborando con los diarios
El Ferrocarril y El Porvenir de Nicaragua. Poco después, en agosto de 1882, se
embarcaba en el puerto de Corinto, hacia El Salvador.
En El Salvador, el joven
Darío fue presentado por el poeta Joaquín Méndez al presidente de la república,
Rafael Zaldívar, quien lo acogió bajo su protección. Allí conoció al poeta
salvadoreño Francisco Gavidia, gran conocedor de la poesía francesa. Bajo sus
auspicios, Darío intentó por primera vez adaptar el verso alejandrino francés a
la métrica castellana. El uso del verso alejandrino se convertiría después en
un rasgo distintivo no solo de la obra de Darío, sino de toda la poesía
modernista. Aunque en El Salvador gozó de bastante celebridad y llevó una
intensa vida social, participó en festejos como la conmemoración del centenario
de Bolívar, que abrió con la recitación de un poema suyo.
Residió breve tiempo en
León y después en Granada, pero al final se trasladó de nuevo a Managua, donde
encontró trabajo en la Biblioteca Nacional, y reanudó sus amoríos con Rosario
Murillo. En mayo de 1884 fue condenado por vagancia a la pena de ocho días de
obra pública, aunque logró eludir el cumplimiento de la condena. Por entonces
continuaba experimentando con nuevas formas poéticas, e incluso llegó a tener
un libro listo para su impresión, que iba a titularse Epístolas y poemas. Este
segundo libro tampoco llegó a publicarse: habría de esperar hasta 1888, en que
apareció por fin con el título de Primeras notas. Probó suerte también con el
teatro, y llegó a estrenar una obra, titulada Cada oveja..., que tuvo cierto
éxito, pero que hoy se ha perdido. No obstante, encontraba insatisfactoria la
vida en Managua y, aconsejado por el salvadoreño Juan José Cañas,
optó por embarcarse para
Chile, hacia donde partió
el 5 de junio de 1886.
Desembarcó en Valparaíso
el 24 de junio de 1886 según las memorias del propio Darío detalladas por su
biógrafo Edelberto Torres Espinosa, o en los primeros días de junio según sugieren
Francisco Contreras y Flavio Rivera Montealegre.
En Chile, gracias a recomendaciones obtenidas en Managua, recibió la protección de Eduardo Poirier y
del poeta Eduardo de la Barra. A medias con Poirier escribió una novela de tipo
sentimental, Emelina, con el objeto de participar en un concurso literario que
la novela no llegó a ganar. Gracias a la amistad de Poirier, Darío encontró
trabajo en el diario La Época, de Santiago desde julio de 1886.
En su etapa chilena,
Darío vivió en condiciones muy precarias, y debió soportar continuas
humillaciones por parte de la aristocracia, que lo despreciaba por su escaso
refinamiento. No obstante, llegó a hacer algunas amistades, como el hijo del
entonces presidente de la República, el poeta Pedro Balmaceda Toro. Gracias al
apoyo de este y de otro amigo, Manuel Rodríguez Mendoza, a quien el libro está
dedicado, logró Darío publicar su primer libro de poemas, Abrojos, que apareció
en marzo de 1887. Entre febrero y septiembre de 1887, Darío residió en
Valparaíso, donde participó en varios certámenes literarios. De regreso en la
capital, encontró trabajo en el diario El Heraldo, con el que colaboró entre
febrero y abril de 1888.
En julio, apareció en
Valparaíso, gracias a la ayuda de sus amigos Eduardo Poirier y Eduardo de la
Barra, Azul..., el libro clave de la recién iniciada revolución literaria
modernista. Azul... recopilaba una serie de poemas y de textos en prosa que ya
habían aparecido en la prensa chilena entre diciembre de 1886 y junio de 1888.
El libro no tuvo un éxito inmediato, pero fue muy bien acogido por el
influyente novelista y crítico literario español Juan Valera, quien publicó en
el diario madrileño El Imparcial, en octubre de 1888, dos cartas dirigidas a
Darío, en las cuales, aunque le reprochaba sus excesivas influencias francesas
(su "galicismo mental", según la expresión utilizada por Valera),
reconocía en él a "un prosista y un poeta de talento". Fueron estas
cartas de Valera, luego divulgadas en la prensa chilena y de otros países, las
que consagraron para siempre la fama de Darío.
Esta fama le permitió
ser corresponsal del diario La Nación, de Buenos Aires, que era en la época el
periódico de mayor difusión de toda Hispanoamérica. Poco después de enviar su
primera crónica a La Nación, emprendió el viaje de regreso a Nicaragua. Tras
una breve escala en Lima, donde conoció al escritor Ricardo Palma, llegó al
puerto de Corinto el 7 de marzo de 1889. En la ciudad de León fue agasajado con
un recibimiento triunfal. No obstante, se detuvo poco tiempo en Nicaragua, y
enseguida se trasladó a San Salvador, donde fue nombrado director del diario La
Unión, defensor de la unión centroamericana. En San Salvador contrajo
matrimonio civil con Rafaela Contreras Cañas, hija de un famoso orador
hondureño, Álvaro Contreras, el 21 de junio de 1890. Al día siguiente de su
boda, se produjo un golpe de estado contra el presidente, general Francisco
Menéndez, cuyo principal artífice fue el general Ezeta (que había estado como
invitado en la boda de Darío). Aunque el nuevo presidente quiso ofrecerle
cargos de responsabilidad, Darío prefirió irse del país. A finales de junio se
trasladó a Guatemala, en tanto que la recién casada permanecía en El Salvador.
En Guatemala, el presidente Manuel Lisandro Barillas iniciaba los preparativos
de una guerra contra El Salvador, y Darío publicó en el diario guatemalteco El
Imparcial un artículo, titulado "Historia negra", denunciando la
traición de Ezeta.
En diciembre de 1890 le
fue encomendada la dirección de un periódico de nueva creación, El Correo de la
Tarde. Ese año publicó en Guatemala la segunda edición de su exitoso libro de
poemas Azul..., ampliado, y llevando como prólogo las dos cartas de Juan Valera
que habían supuesto su consagración literaria (desde entonces, es habitual que
las cartas de Valera aparezcan en todas las ediciones de este libro de Darío).
Entre las adiciones importantes a la segunda edición de Azul... destacan los
Sonetos áureos (Caupolicán, Venus y De invierno) y Los medallones en número de
seis, a los que se suman los Èchos,
tres poemas redactados en francés.
En enero del año
siguiente, su esposa, Rafaela Contreras, se reunió con él en Guatemala, y el 11 de febrero
contrajeron matrimonio religioso en la catedral de Guatemala. En junio, El
Correo de la Tarde dejó de percibir la subvención gubernamental y debió cerrar.
Darío optó por probar suerte en Costa Rica, y se instaló en agosto en la
capital del país, San José. En Costa Rica, donde apenas era capaz de sacar
adelante a su familia, agobiado por las deudas a pesar de algunos empleos
eventuales, nació su primer hijo, Rubén Darío Contreras, el 11 de noviembre de
1891.
Al año siguiente,
dejando a su familia en Costa Rica, marchó a Guatemala, y luego a Nicaragua, en
busca de mejor suerte. El gobierno nicaragüense lo nombró miembro de la
delegación que iba a enviar a Madrid con motivo del cuarto centenario del
descubrimiento de América, lo que para Darío suponía concretar su sueño de
viajar a Europa.
Rumbo a España hizo
escala en La Habana, donde conoció al poeta Julián del Casal, y a otros
artistas, como Aniceto Valdivia y Raoul Cay. El 14 de agosto de 1892 desembarcó
en Santander, desde donde siguió viaje por tren hacia Madrid. Entre las
personalidades que frecuentó en la capital de España estuvieron los poetas
Gaspar Núñez de Arce, José Zorrilla y Salvador Rueda, los novelistas Juan
Valera y Emilia Pardo Bazán, el erudito Marcelino Menéndez Pelayo, y varios
destacados políticos, como Emilio Castelar y Antonio Cánovas del Castillo. En
noviembre regresó a Nicaragua, donde recibió un telegrama procedente de San
Salvador en que se le notificaba la enfermedad de su esposa, que falleció el 23
de enero de 1893.
A comienzos de 1893,
Rubén permaneció en Managua, donde renovó sus amoríos con Rosario Murillo, cuya
familia le obligó a contraer matrimonio.
En abril viajó
a Panamá, donde recibió la noticia de que su
amigo, el presidente colombiano Miguel Antonio Caro le había concedido el cargo
de cónsul honorífico en Buenos Aires. Dejó a Rosario en Panamá, y emprendió el
viaje hacia la capital argentina (en un periplo que primero lo lleva a
Norteamérica y Europa), pasó por Nueva York, ciudad en la que conoció al
ilustre poeta cubano José Martí, con quien le unían no pocas afinidades; y
luego realizó su sueño juvenil de viajar a París, donde fue introducido en los
medios bohemios por el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y el español
Alejandro Sawa. En la capital francesa, conoció a Jean Moréas y tuvo un
decepcionante encuentro con su admirado Paul Verlaine (tal vez, el poeta
francés que más influyó en su obra).
El 13 de agosto de 1893
llegó a Buenos Aires, ciudad que le causó una honda impresión. Atrás quedó su
esposa Rosario, encinta. El 26 de diciembre dio a luz un niño, bautizado Darío
Darío, del cual diría su madre: "su parecido con el padre era
perfecto". Sin embargo, la criatura morirá a consecuencia del tétano
al mes y medio de nacido, porque su abuela materna le cortó el cordón umbilical
con unas tijeras que no estaban desinfectadas.
En Buenos Aires, Darío
fue muy bien recibido por los medios intelectuales. Colaboró con varios
periódicos: además de La Nación, donde ya era corresponsal, publicó artículos
en La Prensa, La Tribuna y El Tiempo, por citar algunos. Su trabajo como cónsul
de Colombia era honorífico, ya que, como indicó en su autobiografía, "no
había casi colombianos en Buenos Aires y no existían transacciones ni cambios
comerciales entre Colombia y la República Argentina."
En la capital argentina llevó
una vida de desenfreno, siempre al borde de sus posibilidades económicas, y sus excesos con
el alcohol fueron causa de que tuviera que recibir cuidados médicos en varias
ocasiones. Entre los personajes que trató se encuentran políticos ilustres,
como Bartolomé Mitre, pero también poetas como el mexicano Federico Gamboa, el
boliviano Ricardo Jaimes Freyre y los argentinos Rafael Obligado y Leopoldo
Lugones.
El 3 de mayo de 1895
murió su madre, Rosa Sarmiento, a quien apenas había conocido, pero cuya muerte
le afectó mucho. En octubre, surgió un nuevo contratiempo, ya que el gobierno
colombiano suprimió su consulado en Buenos Aires, por lo cual Darío se quedó
sin una importante fuente de ingresos. Para remediarlo, obtuvo un empleo como
secretario de Carlos Carlés, director general de Correos y Telégrafos.
En 1896, en Buenos
Aires, publicó dos libros cruciales en su obra: Los raros, una colección de
artículos sobre los escritores que, por una razón u otra, más le interesaban;
y, sobre todo, Prosas profanas y otros poemas, el que supuso la consagración
definitiva del modernismo literario en español. Como Rubén lo explica en su
autobiografía, con el tiempo los poemas de este libro alcanzarían una gran
popularidad en todos los países de lengua española. Sin embargo, en sus
comienzos no fue tan bien recibido como hubiera sido de esperar.
Las peticiones de Darío
al gobierno nicaragüense para que le concediese un cargo diplomático no fueron
atendidas; sin embargo, el poeta vio una posibilidad de viajar a Europa cuando
supo que La Nación necesitaba un corresponsal en España que informase de la
situación en el país tras el desastre de 1898. Con motivo de la intervención
militar de los Estados Unidos en Cuba, Darío acuñó, dos años antes que lo
hiciera José Enrique Rodó, la oposición metafórica entre Ariel (personificación
de Latinoamérica) y Calibán (el monstruo como metáfora de los Estados Unidos).
El 3 de diciembre de 1898, Darío
se embarcaba rumbo a Europa. El 22 de diciembre llegaba a Barcelona.
Darío llegó a España con
el compromiso, que cumplió en forma impecable, de enviar cuatro crónicas
mensuales a La Nación acerca del estado en que se encontraba la nación española
tras su derrota frente a Estados Unidos en la Guerra hispano-estadounidense, y
la pérdida de sus posesiones coloniales de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la
isla de Guam. Estas crónicas terminarían recopilándose en un libro, que
apareció en 1901, titulado España Contemporánea. Crónicas y retratos
literarios. En ellas, Rubén manifiesta su profunda simpatía por España, y su
confianza en la recuperación de la nación, a pesar del estado de abatimiento en
que la encontraba.
En España, Darío
despertó la admiración de un grupo de jóvenes poetas defensores del Modernismo
(movimiento que no era en absoluto aceptado por los autores consagrados, en
especial los pertenecientes a la Real Academia Española). Entre estos jóvenes
modernistas estaban algunos autores que luego brillarían con luz propia en la
historia de la literatura española, como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del
Valle-Inclán y Jacinto Benavente, y otros que hoy están bastante más olvidados,
como Francisco Villaespesa, Mariano Miguel de Val, director de la revista
Ateneo, y Emilio Carrere.
En 1899, Darío, que
continuaba casado con Rosario Murillo, conoció, en los jardines de la Casa de
Campo de Madrid, a la hija del jardinero, Francisca Sánchez del Pozo, una
campesina analfabeta natural de Navalsauz (Ávila), que se convertiría en la
compañera de sus últimos años. Él la llevó a París y le enseñó a leer y a
escribir, se casaron por lo civil y le dio tres hijos, de los cuales solo uno
le sobrevivirá; fue el gran amor de su vida y el poeta le dedicó su poema
"A Francisca": Ajena al dolo y al sentir
artero, / llena de la ilusión que da la fe, / lazarillo de Dios en mi sendero,
/ Francisca Sánchez, acompáñame...
En el mes de abril de
1900, Darío visitó por segunda vez París, con el encargo de La Nación de cubrir
la Exposición Universal que ese año tuvo lugar en la capital francesa. Sus
crónicas sobre este tema serían recogidas en el libro Peregrinaciones. Por
entonces conoció en la Ciudad Luz a Amado Nervo, quien sería su amigo cercano.
En los primeros años del
siglo XX, Darío fijó su lugar de residencia en la capital de Francia, y alcanzó
una cierta estabilidad, no exenta de infortunios. En 1901 publicó en París la
segunda edición de Prosas profanas. Ese mismo año Francisca dio a luz a una
hija del poeta, Carmen Darío Sánchez, y, tras el parto, viajó a París a
reunirse con él, dejando la niña al cuidado de sus abuelos. La niña fallecería
de viruela poco después, sin que su padre llegara a conocerla.
En 1902, Darío conoció
en la capital francesa a un joven poeta español, Antonio Machado, declarado
admirador de su obra. En marzo de 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua, lo
cual le permitió vivir con mayor desahogo económico. Al mes siguiente nació su
segundo hijo con Francisca, Rubén Darío Sánchez, apodado por su padre
"Phocás el campesino". Durante esos años, Darío viajó por Europa,
visitando, entre otros países, el Reino Unido, Bélgica, Alemania e Italia.
En 1905 se desplazó a
España como miembro de una comisión nombrada por el gobierno nicaragüense cuya
finalidad era resolver una disputa territorial con Honduras. Ese año publicó en
Madrid el tercero de los libros capitales de su obra poética: Cantos de vida y
esperanza, los cisnes y otros poemas, editado por Juan Ramón Jiménez. También
datan de 1905 algunos de sus más memorables poemas, como "Salutación del
optimista" y "A Roosevelt", en los cuales enaltece el carácter
hispánico frente a la amenaza del imperialismo estadounidense. En particular,
el segundo, dirigido al entonces presidente de Estados Unidos, Theodore
Roosevelt: Eres los Estados Unidos, / eres el
futuro invasor / de la América ingenua que tiene sangre indígena, / que aún
reza a Jesucristo y aún habla en español.
Ese mismo año de 1905,
el hijo habido con Francisca Sánchez, "Phocás el campesino", falleció
víctima de una bronconeumonía.
En 1906 participó, como
secretario de la delegación nicaragüense, en la Tercera Conferencia
Panamericana que tuvo lugar en Río de Janeiro. Con este motivo escribió su
poema "Salutación del águila", que ofrece una visión de Estados
Unidos muy diferente de la de sus poemas anteriores:
Bien vengas, mágica águila de alas enormes y fuertes / a extender sobre el Sur
tu gran sombra continental, / a traer en tus garras, anilladas de rojos
brillantes, / una palma de gloria, del color de la inmensa esperanza, / y en tu
pico la oliva de una vasta y fecunda paz.
Este poema fue muy
criticado por algunos autores que no entendieron el súbito cambio de opinión de
Rubén con respecto a la influencia de Estados Unidos en América latina. En Río
de Janeiro, el poeta protagonizó un oscuro romance con una aristócrata, tal vez
la hija del embajador ruso en Brasil. Parece ser que por entonces concibió la
idea de divorciarse de Rosario Murillo, de quien llevaba años separado. De
regreso a Europa, hizo una breve escala en Buenos Aires. En París se reunió con
Francisca Sánchez, y juntos fueron a pasar el invierno de 1907 a Mallorca, isla
en la que frecuentó la compañía del después poeta futurista Gabriel Alomar y
del pintor Santiago Rusiñol. Inició una novela, La Isla de Oro, que no llegó a
terminar, aunque algunos de sus capítulos aparecieron por entregas en La
Nación. Por aquella época, Francisca dio a luz a una niña que falleció al
nacer.
Interrumpió su
tranquilidad la llegada a París de su esposa, Rosario Murillo, que se negaba a
aceptar el divorcio a menos que se le garantizase una compensación económica
que el poeta juzgó desproporcionada. En marzo de 1907, cuando iba a partir para
París, Darío, cuyo alcoholismo estaba ya muy avanzado, cayó muy enfermo. Cuando
se recuperó, regresó a París, pero no pudo llegar a un acuerdo con su esposa,
por lo que decidió regresar a Nicaragua para presentar su caso ante los
tribunales. A fines de año nació el cuarto hijo del poeta y Francisca, Rubén
Darío Sánchez, apodado por su padre "Güicho" y único hijo superviviente
de la pareja.
Después de dos breves
escalas en Nueva York y en Panamá, el poeta llegó a Nicaragua, donde se le
tributó un recibimiento triunfal, y se le colmó de honores, aunque no tuvo
éxito en su demanda de divorcio. Además, no se le pagaron los honorarios que se
le debían por su cargo de cónsul, por lo que se vio imposibilitado de regresar
a París. Después de meses de gestiones, consiguió otro nombramiento, esta vez
como ministro residente en Madrid del gobierno nicaragüense de José Santos
Zelaya. Tuvo problemas, sin embargo, para hacer frente a los gastos de su
legación ante lo reducido de su presupuesto, y pasó dificultades económicas
durante sus años como embajador, que solo pudo solucionar en parte gracias al
sueldo que recibía de La Nación y en parte gracias a la ayuda de su amigo y
director de la revista Ateneo, Mariano Miguel de Val, que se ofreció como
secretario gratuito de la legación de Nicaragua cuando la situación económica
era insostenible y en cuya casa, en la calle Serrano 27,21
instaló la sede. Cuando Zelaya
fue derrocado, Darío
tuvo que renunciar a su puesto diplomático, lo que hizo el 25 de febrero de
1909.
Permaneció
fiel a Zelaya, a quien había
elogiado en forma desmedida en su libro Viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical,
y con el que colaboró
en la redacción
del libro de este Estados Unidos y la revolución de Nicaragua, en el que acusaba a
Estados Unidos y al dictador guatemalteco, Manuel Estrada Cabrera, de haber
tramado el derrocamiento de su gobierno.
Durante el desempeño de
su cargo diplomático, se enemistó con su antiguo amigo Alejandro Sawa, quien le
había solicitado ayuda económica sin que sus peticiones fueran escuchadas por
Darío. La correspondencia entre ambos da a entender que Sawa fue el verdadero
autor de algunos de los artículos que Darío había publicado en La Nación.
Tras abandonar su puesto
al frente de la legación diplomática nicaragüense, Darío se trasladó de nuevo a
París, donde se dedicó a preparar nuevos libros, como Canto a la Argentina,
encargado por La Nación. Por entonces, su alcoholismo le causaba frecuentes
problemas de salud, y crisis psicológicas, caracterizadas por momentos de
exaltación mística y por una fijación obsesiva con la idea de la muerte.
En 1910, viajó a México
como miembro de una delegación nicaragüense para conmemorar el centenario de la
independencia del país. Sin embargo, el gobierno nicaragüense cambió mientras
se encontraba de viaje, y el dictador mexicano Porfirio Díaz se negó a recibir
al escritor. Sin embargo, Darío fue recibido de manera triunfal por el pueblo
mexicano, que se manifestó a favor del poeta y en contra de su gobierno. En su
autobiografía,
Darío relaciona estas
protestas con la Revolución
mexicana, entonces a punto de producirse:
Por la primera vez,
después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa del
viejo Cesáreo que había imperado. Y allí se vio, se puede decir, el primer
relámpago de la revolución que trajera el destronamiento.
Ante el desaire del
gobierno mexicano, Darío zarpó hacia La Habana, donde, bajo los efectos del
alcohol, intentó suicidarse. En noviembre de 1910 regresó de nuevo a París,
donde continuó siendo corresponsal del diario La Nación y desempeñó un trabajo
para el Ministerio de Instrucción Pública mexicano que tal vez le había sido
ofrecido a modo de compensación por la humillación sufrida.
En 1912 aceptó la oferta
de los empresarios uruguayos Rubén y Alfredo Guido para dirigir las revistas
Mundial y Elegancias. Para promocionar estas publicaciones, partió en gira por
América Latina, visitando, entre otras ciudades, Río de Janeiro, São Paulo,
Montevideo y Buenos Aires. Fue también por esta época cuando el poeta redactó
su autobiografía, que apareció publicada en la revista Caras y caretas con el
título de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo; y la obra Historia de
mis libros, muy interesante para el conocimiento de su evolución literaria.
Tras el final de esta
gira, tras desligarse de su contrato con los hermanos Guido, regresó a París,
y, en 1913, viajó a Mallorca invitado por Joan Sureda, y se alojó en la cartuja
de Valldemosa, en la que tres cuartos de siglo atrás habían residido Chopin y
George Sand. En esta isla empezó Rubén la novela El oro de Mallorca, que es, en
realidad, una autobiografía novelada. Se acentuó, sin embargo, el deterioro de
su salud mental, debido a su alcoholismo. En diciembre regresó a Barcelona,
donde se hospedó en casa del general Zelaya, que había sido su protector
mientras fue presidente de Nicaragua. En enero de 1914 regresó a París, donde
mantuvo un largo pleito con los hermanos Guido, que aún le debían una
importante suma de sus honorarios. En mayo se instaló en Barcelona, donde dio a
la imprenta su última obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros
poemas, que incluye el poema laudatorio del país austral que había escrito años
atrás por encargo de La Nación. Su salud estaba ya muy deteriorada: sufría de
alucinaciones y estaba obsesionado con la muerte.
Al estallar la Primera
Guerra Mundial, partió hacia América, con la idea de defender el pacifismo para
las naciones americanas. Atrás quedó Francisca con sus dos hijos
supervivientes, a quienes el abandono del poeta habría de arrojar poco después
a la miseria. En enero de 1915 leyó, en la Universidad de Columbia, de Nueva
York, su poema "Pax". Siguió viaje hacia Guatemala, donde fue
protegido por su antiguo enemigo, el dictador Estrada Cabrera, y por fin, a
finales de año, regresó a su tierra natal en Nicaragua.
Llegó a la ciudad de su
infancia, León, el 7 de enero de 1916, y murió menos de un mes después, el 6 de
febrero. Las honras fúnebres duraron varios días presididas por el Obispo de León
Simeón Pereira y Castellón y el presidente Adolfo Díaz Recinos. Fue sepultado
en la Catedral de León el 13 de febrero del mismo año, al pie de la estatua de
San Pablo cerca del presbiterio debajo de un león de concreto, arena y cal
hecho por el escultor granadino Jorge Navas Cordonero; dicho león se asemeja al
León de Lucerna, Suiza, hecho por el escultor danés Bertel Thorvaldsen
(1770-1844).
El archivo de Darío fue
donado por Francisca Sánchez al gobierno de España en 1956 y ahora está en la
Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid. Con Darío tuvo Francisca
cuatro hijos -tres murieron siendo muy niños, el otro en la madurez, está
enterrado en México-. Muerto Darío, Francisca se casó con José Villacastín, un
hombre culto, que gastó toda su fortuna en recoger la obra de Rubén que se
encontraba dispersa por todo el mundo y que entregó para su publicación al
editor Aguilar, de quien era buen amigo.
Fuente: wikipedia.
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