José Zorrilla y Moral
Nació a los siete meses
de su concepción. Era hijo de José Zorrilla Caballero, relator de la
Chancillería vallisoletana, y Nicomedes Moral. Su padre, partidario del Antiguo
Régimen y de Fernando VII, nunca llegó a entender a su hijo, al que consideraba
inútil para las cosas prácticas y con el que mantuvo permanentes discusiones.
Por contraste, el poeta halló en su madre, mujer piadosa y dulce, protección y
refugio, desarrollando por ella una intensa piedad filial. La situación
familiar influyó poderosamente en su producción literaria. Zorrilla aludió a
ella en numerosas ocasiones, sobre todo en sus memorias Recuerdos del tiempo
viejo (1879).
Comenzó sus estudios en
Valladolid. Pronto dio muestras de algunos desequilibrios de comportamiento.
Era sonámbulo y propenso a sufrir alucinaciones. En 1823, al restablecerse el
orden absolutista tras el Trienio Liberal, el padre fue nombrado regidor del
Ayuntamiento. La familia hizo frecuentes viajes a Burgos y al pueblo de la
madre, Quintanilla de Somuñó. Zorrilla evocó siempre Burgos bajo la imagen del
arte, la tradición y la religiosidad. En 1826 su progenitor obtuvo un destino
en la Audiencia de Sevilla. Con él partió el niño para la capital andaluza, que
quedó grabada en su imaginación por su pintoresquismo y por sus leyendas. En
1827 Zorrilla Caballero, elegido por el ministro Calomarde para el puesto de
superintendente general de Policía, se estableció en Madrid con los suyos.
En Madrid Zorrilla
ingresó en el Real Seminario de Nobles, institución reservada exclusivamente a
la nobleza y regida por la Compañía de Jesús. Allí leyó a Fenimore Cooper,
Walter Scott y Chateaubriand. Aprendió letras clásicas y se inició en la poesía
y el teatro. De sus primeros poemas sobresale el dedicado a la muerte de
Sócrates, “El triunfo de la filosofía” (1832). Gran influencia ejerció sobre él
el padre Eduardo Carasa que relataba a sus estudiantes, en estilo florido,
leyendas y milagros religiosos. Actuó de galán en refundiciones del teatro del
Siglo de Oro que representaban los jesuitas en presencia, a veces, del Rey y su
hermano don Carlos. Para adiestrarse tomó lecciones de drama en el Teatro del
Príncipe. También solía asistir con su padre a las funciones que en él se
daban. Triunfaba entonces Bretón de los Herreros y era administrador de los
teatros madrileños Juan Grimaldi, empeñado en sacar de su decadencia a la
escena española.
En 1836 decidió escapar
de casa y refugiarse en Madrid para seguir su vocación literaria. Esa huida ha
sido narrada por su protagonista con toda clase de detalles en Recuerdos del
tiempo viejo y Cuentos de un loco (1853), donde cuenta, entre otras cosas, cómo
fue a parar a un campamento de gitanos, de los que hace una curiosa
descripción. En Madrid vivió días de bohemia y penuria. Solía disfrazarse para
que su padre no lo localizase. Le ayudó el que sería amigo entrañable y
colaborador Heriberto García de Quevedo. Ganaba algún dinero con colaboraciones
esporádicas en revistas. Frecuentaba la Biblioteca Nacional para alternar con
otros jóvenes. Fue allí donde se enteró del suicidio de Larra, cuyo cadáver fue
a visitar, y donde su amigo italiano Joaquín Massard le instó a que dedicara
una elegía al infortunado satírico. La elegía, “Ese vago clamor que rasga el
viento”, lo hizo famoso. La leyó en el cementerio de Fuencarral el 17 de
febrero de 1837. El hecho ha llegado a través de varios testimonios, incluido
el del propio Zorrilla en sus Recuerdos. Acabados los discursos y a punto de
ser cerrado el féretro, se adelantó un joven pálido y delgado, y con voz
temblorosa de emoción, leyó los versos ante el asombro de todos. Ha notado
Nicomedes Pastor Díaz en el prólogo al tomo primero de Poesías (1837) de
Zorrilla, que éste recogía así la misión abandonada por Larra.
El 5 de enero de 1842
estrenó la segunda parte de El zapatero y el rey, siendo principal actor Carlos
Latorre. El éxito fue espectacular. Ferrer del Río en Revista de Teatros afirmó
que Zorrilla se había creado “un género que participa de Calderón y
Shakespeare”. Tras el triunfo, el duque de Rivas lo invitó a pasar unos días en
su casa de Sevilla, que dieron ocasión a un interesante intercambio de versos y
discusiones literarias. El 25 de octubre de 1843 le concedió el Gobierno la
Medalla de Carlos III.
Según el autor, escribió
en veinte días su obra dramática maestra, Don Juan Tenorio, que estrenaron
Carlos Latorre y Bárbara Lamadrid el 28 de marzo de 1844. La crítica lo recibió
con entusiasmo, pero no dejó de señalar algunos fallos de la representación y
la escenografía. En la historia del teatro español es la única obra
representada con continuidad desde su estreno hasta hoy, asociada normalmente
al día de difuntos. Aunque enlazaba con la tradición donjuanesca anterior,
Zorrilla tuvo el acierto de salvar a don Juan y crear el carácter inocente de
Inés, dando un giro y un significado nuevos a la historia con la apoteosis del
amor romántico. Don Juan Tenorio ha sido innumerables veces representada en
España e Hispanoamérica, comentada, citada, imitada, parodiada, y ha calado
hondo en el folclore español. Zorrilla vendió los derechos de su drama al
editor Delgado y jamás recibió un céntimo por él, de lo que se quejó
repetidamente.
Entre abril y mayo de
1845 pasó unos días en Granada para documentarse de cara a un futuro poema. El
5 de junio salió para Burdeos y París. En esta ciudad se relacionó con
escritores de moda como Alexandre Dumas, la Sand, Musset, Gautier y los
redactores de la Revue des Deux Mondes. Se interesó también por algunos
experimentos médicos. En diciembre murió su madre, dejándolo sumido en una
profunda melancolía. Ello le hizo regresar de inmediato, primero a Torquemada,
donde se hallaba su padre enfermo, y luego a Madrid. En 1848 fue elegido
miembro de la Junta del recién fundado Teatro Español; pero dimitió al poco
tiempo. El Liceo organizó una sesión para honrarle públicamente el 6 de
noviembre y la Academia Española lo nombró académico, pero no tomó posesión. El
3 de marzo de 1849 estrenó su última gran obra dramática, Traidor, inconfeso y
mártir, con mediano éxito. La muerte de su padre en octubre de 1849 le causó un
duro golpe. Su progenitor se negó a perdonarle, dejando un profundo peso en la
conciencia del hijo. Zorrilla confiesa que su padre tenía la clave de su
creación concebida para congraciarse con él. Arregló los asuntos de la herencia
en Torquemada y, con el dinero que pudo reunir, se dirigió a Covarrubias.
En septiembre de 1850
partió para París. Zorrilla se sentía desplazado ante la nueva dirección que
iniciaba la literatura española y comenzaba a ser objeto de sátiras por parte
de jóvenes escritores. Según su testimonio, se fue huyendo de los problemas
matrimoniales, tras vender su casa. Pero su mujer lo siguió, si bien regresó al
poco tiempo. Fue su protector en la capital francesa un rico veracruzano,
Bartolomé Muriel, que lo albergó en su casa. En Cuento de cuentos (1851) se
inventó un alter ego que utilizó desde entonces en diversas ocasiones para objetivizar
su propia creación como los ironistas románticos. Ese mismo año se enamoró de
Emilia Serrano, a la que se refirió en sus poemas como Leila. Tenía catorce
años. Andando el tiempo sería conocida escritora con el nombre de baronesa de
Wilson. Siguiéndola, se trasladó brevemente a Bruselas de cuyo ambiente ha
dejado una curiosa estampa en la “Epístola” que precede los Ensayos poéticos
(1951) de Fernando de la Vera. Hay indicios de que tuvo una hija con ella,
muerta muy pronto. Tras larga elaboración publicó en París Granada (1852),
poema oriental incompleto. Ganivet (1896) ha visto en él un intento de fusionar
épicamente las dos culturas españolas, la árabe y la cristiana. El estilo
colorista e imaginativo de Zorrilla se muestra aquí en su cumbre. En una breve
estancia en Londres a fines de 1853, se relacionó con un viejo conocido de su
padre, el relojero Ramón Losada.
Embarcó en Boulogne
rumbo a México el 27 de noviembre de 1854. Ha descrito la travesía en el
Paraná, que tomó en Londres, en Recuerdos y La flor de los recuerdos
(1855-1859). Desembarcó en Veracruz el 9 de enero de 1855. Le esperaba una
sorpresa: alguien, al parecer García Gutiérrez, había impreso con el nombre de
Zorrilla unas quintillas ofensivas para el país y su presidente Antonio López
de Santa Anna. Pocos lo creyeron autor de las mismas y fue entusiastamente
recibido en la capital por periodistas, políticos y escritores. Lo protegieron
el conde de la Cortina y Cipriano de las Cagigas. Pasó un tiempo en una
hacienda de los llanos de Apam perteneciente a un primo del primero. Hizo
excursiones y llegó a conocer bien las costumbres mexicanas, que describió
junto con otras noticias sobre escritores y sucesos en La flor de los
recuerdos. Trató de no tomar partido en la guerra que entre 1855 y 1861 dividió
al país en federales y unitarios; pero inevitablemente simpatizó con los
últimos, favorecidos por el Gobierno español. En la hacienda de Apam se enamoró
de una mexicana que luego, al parecer, lo abandonó. Entre tanto, dio recitales
en el Casino Español y su teatro se representó con éxito. Hizo un viaje a Cuba
entre octubre de 1858 y marzo de 1859. En Cuba fue muy bien recibido y honrado.
Presenció la entrada de Maximiliano I en la capital mexicana el 11 de junio de
1864, que ha descrito en el Drama del alma (1867).
El Emperador lo nombró
poeta áulico en 1864 y director del Teatro Nacional. Para acallar rumores sobre
su españolismo, recitó algunos poemas dedicados a Isabel II. Entre tanto, en
1865 murió su mujer, que lo desacreditaba con cartas insultantes. En posición
difícil con los rebeldes dirigidos por Benito Juárez, eligió salir antes de la
ejecución de su protector, abandonado a su suerte por los mismos poderes
europeos que lo habían llevado al Trono de México. Zorrilla sufrió una profunda
crisis religiosa ante el hecho y escribió unos sonetos, impublicables según
Alonso Cortés (1943). Dejó México el 13 de junio de 1866.
Llegó a Barcelona el 19
de julio de ese año. Fue muy bien recibido. En Madrid El Museo Universal
insertó el 5 de agosto un retrato del poeta y una carta de bienvenida de Pedro
Antonio de Alarcón, a la que respondió Zorrilla con un interesante poema de
contenido personal, “A D.
En febrero de 1867
regresó a Valladolid para establecerse poco después en Quintanilla de Somuñó en
una especie de retiro voluntario. Allí recibió la noticia del fusilamiento de
Maximiliano el 19 de junio de 1867 en Querétaro. Dos importantes libros
poéticos publicó en ese año, El drama del alma y Cuentos de un loco. El primero
es un testimonio intenso, personal, emotivo, de un Zorrilla desgarrado entre
una pesadilla política recién vivida y la alegría del reencuentro con la tierra
natal. En la segunda parte del segundo, “La inteligencia”, defiende los ideales
del liberalismo en educación, religión e historia.
En marzo de 1868 se fijó
en Barcelona. Editores y literatos catalanes lo honraron con homenajes,
lecturas, banquetes, excursiones a diversos lugares como Montserrat. Zorrilla
correspondió con Ecos de las montañas (1868), escrito bajo la influencia de A.
Tennyson.
En octubre de 1979
comenzó a publicar sus memorias, Recuerdos del tiempo viejo, en El Imparcial.
En octubre de 1880 viajó a Barcelona, donde se reanudaron las lecturas. La
Academia de la Lengua volvió a escogerlo miembro el 26 de octubre de ese año.
Su extenso romancero, La leyenda del Cid, apareció en Barcelona por entregas
entre 1882 y 1883. En 1883 hizo un recorrido triunfal por varias provincias
españolas, terminando en Barcelona y Valladolid cuyo Ayuntamiento lo acababa de
nombrar cronista de la villa.
El 31 de octubre de 1884 se inauguró en su ciudad natal el Teatro Zorrilla con la representación de Traidor, inconfeso y mártir. El 31 de mayo de 1885 leyó su discurso de ingreso en la Academia en verso, al que respondió el marqués de Valmar con un estudio sobre don Juan. El 1 de junio el Congreso de los Diputados aprobó una pensión para el escritor.
Por iniciativa de la sociedad El Liceo, fue coronado poeta nacional en Granada el 22 de junio de 1889 en el palacio de Carlos V en la Alhambra. El acto, al que asistió una gran multitud, fue muy solemne, presidido en nombre de la Reina por el duque de Rivas de entonces. Zorrilla leyó “Recuerdos del tiempo viejo”, poema de despedida y retrospectiva. A partir de ese momento, el poeta decayó físicamente; pero mientras pudo, siguió escribiendo, asistiendo a las sesiones de la Academia y otros actos culturales. Sufrió leves intervenciones quirúrgicas para aliviar los dolores causados por un tumor cerebral.
Murió en
Madrid al comenzar el día 23 de enero de 1893. La capilla ardiente fue
instalada en el edificio de la Real Academia Española. Su entierro, verificado
con toda solemnidad el 25, fue un homenaje extraordinario de respeto y
admiración por parte del Gobierno, de las instituciones y del pueblo. Los
restos recibieron sepultura en el patio de santa Gertrudis de la Sacramental de
San Justo. Dos días después de su muerte apareció en El Imparcial su poema “La
Ignorancia”, verdadero testamento poético en que critica el fallo civilizador
de liberalismo y repasa el significado de su obra.
Fuente: http://dbe.rah.es/biografias/6668/jose-zorrilla-y-moral
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