Lucila Godoy Alcayaga
“El futuro de los niños siempre es hoy. Mañana será tarde”
Gabriela Mistral (Lucila
Godoy Alcayaga, su nombre legal), uno de los más altos valores de la poesía
chilena e iberoamericana, nació el 7 de abril de 1889, en Vicuña, pequeña
ciudad precordillerana del valle de Elqui, región de Coquimbo. Su padre,
Jerónimo Godoy de origen minero, fue maestro de escuela y artista con
ambiciones literarias. Su madre, Petronila Alcayaga Rojas, descendiente de
antepasados vascos, fue bordadora y modista.
Su hermana, maestra
rural, le enseñó las primeras letras y la educó con devoción. La imagen humana
y lírica de su poema La maestra rural tuvo aquí su fuente originaria. A la edad
de seis años aprendió a leer. Un manual de Historia Sagrada fue uno de los
primeros textos que cayó en sus manos: “Todo un chorro de criaturas judías
inundó mi infancia”.
Empezó a hacerse una
entusiasta y constante autodidacta. Buscó libros, aunque leyendo sin método ni
idea alguna de jerarquía. Aprendió también de las gentes, de las cosas, de la
naturaleza. Escuchó tardes enteras a las mujeres contadoras coquimbanas o
serenenses decir sus cuentos y fábulas. De su abuela paterna (Isabel
Villanueva) le vendría también un sentimiento religioso o espiritual del mundo
a través de la diaria lectura de los Salmos de David.
A los 14 años inicia su
labor como maestra rural en una escuela de Compañía Baja, sector aledaño a la
ciudad de La Serena. Enseña a niños y niñas y a muchachones que la sobrepasan
en edad. Era la época de sus lecturas fermentales: leyó con admiración las
obras del escritor colombiano José María Vargas Vila, las teorías astronómicas
del francés Camilo Flammarion, los ensayos filosóficos de Montaigne, libros
todos que le prestaba, en hora buena, un prestigioso periodista y profesor
serenense llamado Bernardo Ossandón. Años después, Gabriela Mistral recordará:
“El buen señor me abrió su tesoro de biblioteca fiándome libros de buenas
pastas y de papel fino”.
Mientras permanece en
sus labores de maestra en La Compañía, escribe para periódicos regionales sus
primeros artículos o textos en prosa, no exentos de cierto vago romanticismo e
ideas consideradas ateas o pensamientos reflexivos no usuales para el medio
social de la época. Por estas circunstancias –que le traerían no pocos pesares–
no pudo ingresar a la Escuela Normal de La Serena, permaneciendo en la
enseñanza rural.
En noviembre de 1909, se
suicida en Coquimbo un íntimo amigo suyo, el joven empleado ferroviario Romelio
Ureta Carvajal. El trágico suceso, le motivará la escritura de una serie de
dolorosos poemas, entre otros, Los sonetos de la muerte. Sin embargo, estos
últimos textos la llevarán a la gloria literaria. Firmados con el seudónimo de
Gabriela Mistral obtienen el premio de los Juegos Florales de Santiago (1914).
Durante su larga
permanencia en Los Andes (1912-1918) colaboró en diversas publicaciones
literarias y pedagógicas del país y leyó intensamente las obras de Tagore,
Maeterlinck, Amado Nervo, Romain Rolland, todas figuras admiradas y queridas
que parecieron insinuarle “el lado maravilloso de la vida”.
El modernista poeta
nicaragüense Rubén Darío, que dirigía entonces en París la revista Elegancias,
publicó el poema El ángel guardián, primer poema de Gabriela Mistral que se
edita en una revista extranjera (1913).
Un decreto firmado por
el ministro de Instrucción Pública, en 1918 a bordo de un vapor mercante viaja
a la región más austral del mundo “a cumplir funciones de educadora y de
chilenidad”, según expresaba el decreto respectivo. La región de Magallanes y
los paisajes de la Patagonia serán, además, temas vivenciales y literarios en
la escritura de poemas que, más tarde, darán origen a su libro Desolación
(1922).
En abril de 1920 Conoce
a Neftalí Reyes (Pablo Neruda), alumno en el liceo local y corresponsal de
Claridad, la revista de la Federación de Estudiantes de Chile. Gabriela Mistral
lee los primeros poemas del adolescente poeta y le da a conocer la obra de los
novelistas rusos (Andreieff, Tolstoi, Gorki, Dostoievski). Recorre campos y
reducciones indígenas en un acercamiento directo “con la brava gente araucana”.
En mayo de 1921 se le
nombra directora del Liceo N° 6 de Niñas, recién fundado en Santiago, aunque la
ciudad capital bien poco le gustaba, a no ser por su Biblioteca Nacional, que
le daba “la facilidad de leer libros que necesito”. En el desempeño de este
cargo escribió sus Pensamientos pedagógicos, una veintena de máximas educativas
y didácticas dirigidas fundamentalmente a la enseñanza y a las maestras
(“Enseñar siempre, en el patio y en la calle, como en la sala de clases”).
Por iniciativa del
gobierno de México, a través de su secretario de Educación Pública, el
filósofo, educador y político José Vasconcelos, es oficialmente invitada (1922)
a participar en los programas y planes de enseñanza de las misiones rurales e
indígenas, y a permanecer en tierra mexicana “por todo el tiempo que sea
necesario, para que usted sature este ambiente con los dones de su noble
espíritu”. Con este viaje a México (junio de 1922) termina su tarea de
educadora en Chile, dejando la dirección de su liceo santiaguino, pero teniendo
siempre presente a “mis queridas alumnas y a mi apreciada gente chilena”.
Después de haber servido
educacionalmente por un tiempo (1922-1924) a un gobierno extranjero, la maestra
chilena se despide México. Visita entonces los Estados Unidos y, luego, Europa
(Italia, Suiza, Francia, España). En la Perugia italiana se entrevista con
Giovanni Papini (“un hombre moderno que tiene vida profunda”).
En París (Francia) asume
funciones en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, un
organismo de la Sociedad de las Naciones, como delegada del gobierno de Chile
(1926).
En julio de 1929, en la
ciudad de La Serena, muere doña Petronila Alcayaga, su madre (“ella era una
especie de subsuelo mío, de donde me venía fuerza y no sé qué nobleza, esa nobleza
de tener madre”).
Desde junio de 1933
asume funciones consulares en distintos lugares del mundo. En Madrid, Gabriela
Mistral es recibida como “una embajadora espiritual de la América española”,
según anuncia la prensa de España. Iniciaba así una larga tarea, de consulado en
consulado, al servicio de Chile en el exterior: Madrid, Lisboa, Petrópolis,
California, Veracruz, Nápoles, Nueva York, en fin, no tuvo sosiego en su
afanosa labor en bien de la cultura consular del país. Y en sus grandes y
tristes momentos de su vida.
La Universidad de San
Carlos de Guatemala le confiere (1931) el Doctorado Honoris Causa, la primera
distinción académica que recibe en solemne ceremonia.
Como la mujer más
aclamada del continente regresa a Chile (mayo de 1938), su patria, después de
trece años de ausencia. Visita el valle de Elqui (Vicuña y Montegrande).
Emocionada recuerda: “En mi Vicuña iba yo por las noches con una velita de sebo
atravesando mis calles de la infancia”.
En Brasil, cónsul en
Petrópolis, recibe uno de los golpes más trágicos y dolorosos de su vida: se
suicida (agosto de 1943) su sobrino Juan Miguel Godoy Mendoza, a quien llamaba
cariñosamente Yin Yin. “Nunca la poesía fue para mí algo tan fuerte como para
que me reemplace a este niño precioso con su conversación de niño, de mozo y de
viejo”.
Pero también ahí, en
Petrópolis (noviembre de 1945), recibe la más feliz y laureada noticia: el Premio
Nobel de Literatura otorgado por la Academia Sueca, homenajeando su “poesía
lírica inspirada en poderosas emociones”. La poeta y maestra chilena tiene 56
años, y bien representa al primer Premio Nobel para un escritor de América
Latina y, a su vez, la única mujer escritora de este continente distinguida
hasta hoy con tan universal galardón. “Por una venturanza que me sobrepasa, soy
en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las
muy nobles lengua española y portuguesa”, dijo Gabriela Mistral al recibir, del
Rey Gustavo V, de Suecia, la distinción Nobel.
Años después (1951),
residiendo en Rapallo, Italia, recibió la noticia de que en Chile se le había
otorgado el Premio Nacional de Literatura “por la trayectoria y prestigio de
una obra”. El importe monetario del premio lo donó a la creación de un fondo de
ayuda a los niños desvalidos de Montegrande.
A los pocos meses de
regresar a su residencia norteamericana (Roslyn Harbor, Long Island, Nueva
York) se le descubrió un cáncer al páncreas. Entre hospitalizaciones y exámenes
médicos envía a través de las Naciones Unidas, un mensaje de apoyo a la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (1955): “Yo sería feliz si
vuestro esfuerzo por obtener los derechos humanos fuera adoptado con toda
lealtad por todas las naciones del mundo”.
En los meses siguientes
su estado de salud parecía ser cada vez más precario. La madrugada del 10 de
enero de 1957, después de varios días de agonía, fallece en el Hempstead
General Hospital (Long Island, Nueva York). A las pocas horas, la Asamblea
General de las Naciones Unidas (ONU) rinde homenaje “a la mujer cuyas virtudes
la señalaron como una de las más valiosas personalidades de nuestro tiempo”.
Sus restos descansan hoy
en su amado pueblo de Montegrande, cumpliéndose así con su última expresa
voluntad testamentaria.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Gabriela_Mistral
Comentarios
Publicar un comentario