Michael Schumacher
Michael Schumacher (Hurt
Hermuelhlheim, Alemania, 1969) Piloto alemán de Fórmula 1, el más laureado de
la historia de la especialidad: con sus siete títulos mundiales superó los
cinco del mítico Fangio y pasó a ser considerado el mejor piloto de todos los
tiempos. En 1994 consiguió su primer título mundial con la escudería Benetton,
convirtiéndose a los veinticinco años en el más joven campeón de la categoría
reina del automovilismo, con dieciséis días menos que el brasileño Emerson
Fittipaldi. Repitió el triunfo en 1995 y, tras pasar a Ferrari, se proclamó
campeón mundial en cinco temporadas consecutivas (2000-2004).
Hijo del propietario de
una pista de karts, a los cuatro años su progenitor le regaló un coche de
pedales y, poco después, le acopló un pequeño y viejo motor. Michael Schumacher
practicó con aquel artefacto durante un tiempo, hasta que su padre le regaló un
kart de verdad, con el que a los quince años se proclamó campeón júnior de
Alemania. Luego ganó otras muchas competiciones de esta categoría, como los
campeonatos de Alemania y de Europa sénior en 1987.
En 1988, con un
monoplaza, fue campeón de la Fórmula Koning alemana. Los éxitos (ganó 10 de 11
carreras) lo apartaron de las aulas, y se empleó en el taller mecánico del
concesionario Volkswagen de su ciudad natal. Aquel mismo año compitió en la
Fórmula Ford 1600, consiguiendo el segundo puesto en el Campeonato de Europa y
el sexto en el del Mundo.
En 1989 ascendió a la
Fórmula 3, campeonato en el que sólo fue superado por su compatriota Karl
Wendlinger. Aquellos buenos resultados le sirvieron de carta de presentación
para entrar en Junior Team de Mercedes, escudería a la que representó en el
Campeonato del Mundo de Sport Prototipos en 1990, formando pareja precisamente
con Wendlinger, a quien superó en victorias.
En 1991 debutó en la
Fórmula 1, en el Gran Premio de Bélgica, con el permiso de Mercedes. Sólo
disputó aquella carrera con el equipo irlandés, pues el director del aún
flamante equipo Benetton, Flavio Briatore, con quien formaría un dúo
excepcional, lo fichó para la escudería italiana, donde tuvo que vérselas con
el tricampeón brasileño, Nelson Piquet. El alemán llegó a superar al brasileño
en algunos entrenamientos, pero la falta de experiencia le pasó factura en
algunas carreras, consiguiendo sólo cuatro puntos en seis Grandes Premios. Aun
así, Briatore afirmó sin titubeos: «Es lo que buscaba, un joven, muy joven
piloto ambicioso. Será campeón».
Luciano Benetton se
había hecho cargo de la escudería automovilística en 1989. Algunos creyeron que
sólo se trataba de un capricho del empresario de la moda, pero en cinco años su
monoplaza nubló la magia de los coches clásicos: McLaren, Williams o Ferrari.
El secreto, unos cincuenta millones de euros de presupuesto anual y doscientos
empleados que trabajaban a ritmo de alta tecnología en la ciudad británica de
Enstone, cerca de Oxford. Entre los técnicos destacaban Tom Walkinshaw, antiguo
director de Jaguar, y el mánager del equipo, el español Joan Villadelprat.
El aterrizaje de
Schumacher en Benetton frustró los planes de Mercedes, que ambicionaba un
retorno triunfante al circuito. La marca de la estrella quería formar pilotos
germanos. Con este objetivo había desarrollado un minucioso plan de trabajo
para seleccionar a los más dotados y formarlos en todos los aspectos. Y
Schumacher no debió de perder el tiempo mientras estuvo allí, como lo reflejan
estas palabras de agradecimiento: «Me encantaría ser un día su primer piloto.
Como alemán, si estuviera libre, me haría muy feliz unirme a ellos para
trabajar en un proyecto serio con garantías de éxito».
En 1992, al conseguir su
primera victoria en el circuito belga de Spa Francorchamps, donde había
debutado un año antes, se perfiló ya como el probable campeón del futuro. Tenía
veintitrés años; antes de él, sólo Jacky Icks y Bruce McLaren habían conseguido
un éxito tan precoz. Acabó el año en tercer lugar de la clasificación general,
con cincuenta y dos puntos, después de subir al podio en siete ocasiones. Sin
embargo, al año siguiente aún no confirmó las expectativas, y terminó en cuarta
posición de la general, con una victoria en el Gran Premio de Portugal.
Siete títulos mundiales
Al iniciarse el
campeonato de 1994, Schumacher fue considerado como el único opositor capaz de
batir a Ayrton Senna, apreciación que confirmó al ganar las dos primeras
carreras, en São Paulo y en TI Aida. El alemán llegó a distanciarse veinte
puntos del brasileño, pero el gran duelo que, según todos los indicios, ambos
iban a dirimir hasta la última carrera pasó a la historia a las 14.17 horas de
aquel fatídico 1 de mayo, cuando Senna, que comandaba el Gran Premio de San
Marino, se estrelló contra un muro nada más tomar la curva de Tamburello. El
automovilismo mundial perdía a su ídolo más carismático, y Schumacher, casi al
mismo tiempo, pasaba de aspirante a heredero. La muerte de Senna le dejaba el
camino expedito y consiguió ocho victorias en otros tantos Grandes Premios.
En 1995 repitió triunfo
con Benetton y un año más tarde fichó por Ferrari con el objetivo de relanzar
el palmarés de la mítica marca italiana. Estuvo durante cuatro años a punto de
lograr el triunfo, pero por una serie de razones (entre ellas un accidente en
1999 en el que se fracturó las dos piernas) tuvo que resignarse a acumular
victorias parciales hasta el año 2000, temporada en la que se proclamó campeón
del mundo, algo que no lograba Ferrari desde 1979. En 2001 no sólo ganó
nuevamente el campeonato, sino que obtuvo su victoria número 52 en Grandes
Premios, batiendo así récord que hasta entonces ostentaba el piloto francés
Alain Prost.
De forma unánime, Schumi
logró el reconocimiento internacional como mejor piloto de la historia, una
auténtica leyenda situada a un peldaño del histórico Juan Manuel Fangio, el
piloto argentino que en la década de los cincuenta fue cinco veces campeón del
mundo; una gesta sólo al alcance del "Barón Rojo" de la Fórmula 1.
Camino de emular a Fangio, Schumacher comenzó el Campeonato del Mundo de 2002
con una clara victoria en el G.P. de Australia, la número 54 de su cuenta
particular y la tercera consecutiva en el circuito de Melbourne. Después sólo
necesitó disputar diez pruebas más, en las que logró otras siete victorias
(Brasil, San Marino, España, Austria, Canadá, Gran Bretaña, Francia), dos
segundos puestos (Mónaco, Europa) y un tercero (Malaisia), para proclamarse
pentacampeón mundial. Igualó así el récord de Fangio, pero además logró el
título a seis pruebas del final del campeonato y arrebató a Nigel Mansell la
marca conquistada en 1992, cuando el británico fue campeón a falta de cinco
carreras.
El arranque del Mundial
2003 resultó más irregular de lo esperado para el piloto alemán, que no logró
subir al podio en los dos primeros G.P. del año y, en el tercero, abandonó el
circuito; una circunstancia que no protagonizaba desde muchas carreras atrás.
Todo cambió en San Marino, cuarta cita del campeonato, donde Schumi logró un
triunfo especialmente emotivo pocas horas después de conocer el fallecimiento
de su madre en Colonia.
Con un golpe soberano de
autoridad, también fue primero en Montmeló y en el G.P. de Austria y comenzó a
fraguar la consecución de su sexta corona mundial. Volvió a subir a lo más alto
del podio en Canadá y, pese a no demostrar la hegemonía de otras temporadas, el
piloto de Ferrari se ocupó de puntuar en todos los G.P. para mantener la
regularidad necesaria en todo aspirante al campeonato. Dos triunfos
consecutivos en Italia y Estados Unidos colocaron a Schumi a un solo punto del
título; una posición de privilegio para convertirse en el piloto más laureado
de la historia. Todo debía dirimirse en el Gran Premio de Japón, última cita de
la temporada, y en el circuito asiático el Barón Rojo cumplió su cometido: fue
octavo y sumó a su casillero el punto que le otorgaba el sexto campeonato del
mundo de su carrera; los cuatro últimos de manera consecutiva.
El 29 de agosto de 2004
sumó un nuevo título mundial a su palmarés, el séptimo, a falta de cuatro
pruebas, tras lograr el segundo puesto en el Campeonato de Bélgica, por detrás
de Raikkonen. Con un inicio fulgurante, con victoria en las cinco primeras
pruebas, Schumacher sumó un total de trece victorias (Australia, Malaisia,
Bahrein, San Marino, Montmeló, Nürburgring, Canadá, EE.UU., Francia, Gran
Bretaña, Alemania, Bélgica y Japón) y 148 puntos, 34 por encima del segundo
clasificado, Barrichello. Destacan además sus nueve poles, marcas todas que
acreditan un excelente año y que encumbraron al piloto de Hürt-Hermülheim como
el mejor de todos los tiempos.
Aunque en sus dos
últimas temporadas no pudo repetir sus triunfos con Ferrari ante el empuje de
las nuevas hornadas de pilotos y las escuderías ascendentes (Fernando Alonso
con Renault, Kimi Raikkonen con McLaren), en 2005 terminó tercero en la general
y en 2006 se despidió nada menos que con el subcampeonato; meses antes había
anunciado ya su decisión de retirarse al final de la temporada. No sería un
retiro definitivo: con hambre de motor, Schumacher volvió a la competición en
2010, con 41 años de edad, y disputó con la escudería Mercedes los campeonatos
de 2010, 2011 y 2012, con resultados ciertamente discretos.
Apartado finalmente del
automovilismo, no dejó de cultivar sus múltiples aficiones deportivas, y no
tardó ni un año en ser de nuevo portada de los medios: el 29 de diciembre de
2013, mientras esquiaba fuera de pista en Méribel, en los Alpes franceses,
Michael Schumacher sufrió un aparatoso accidente que lo dejó en estado crítico.
Polémico y disciplinado
Si como piloto fue un
dechado de virtudes, a nivel humano su comportamiento estuvo envuelto a menudo
en la polémica. Siempre alegre y extravertido, parecía más un latino que un
germano, pero su engreimiento y su carácter altivo le perjudicó en sus
relaciones con sus colegas de profesión e incluso con los periodistas alemanes.
Le robó la novia, Corinna, a su amigo Heinz-Harald Frentzen, otro prometedor
piloto de la nueva escuela alemana; no daba un paso si no había dinero por
delante, y era extremadamente exigente con su imagen externa, hasta el punto de
que en una ocasión solicitó cuatro monos distintos y ninguno le satisfizo
porque apreciaba alguna pequeña arruga.
Desde que firmó un
contrato de casi quince millones de euros anuales con Benetton pudo satisfacer
todos sus deseos: viaja en un reactor privado, en su garaje tiene un Bugatti,
un Mercedes, un Ferrari y un Ford Scorpio, mientras que en el puerto de
Montecarlo, donde fijó su residencia, se balancea su segundo yate. Su figura,
perfilada con muchas horas de preparación física en el gimnasio, comenzó a
hacerse familiar en las portadas de las revistas.
Pero a pesar de su
irresistible ascensión, fue el arquetipo del piloto moderno: mantenía la cabeza
fría y demostraba una madurez impropia de su edad. Llevaba una vida ordenada en
todo, desde el régimen alimentario hasta la preparación física, y dosificaba su
presencia en actos sociales. Superó en pocas semanas el shock que le produjo la
muerte de su ídolo, Ayrton Senna, y quizás esa seguridad en su buena estrella
(«No sirve de nada angustiarse con el riesgo de perder la vida, sobre todo en
plena carrera», declaró) y la aceptación del destino («Mi muerte vendrá cuando
esté escrita») es lo que le permitió desafiar los límites con absoluta
insolencia: «Rodar al límite es algo especial, cuando sientes que el coche va
perfecto. La sensación que te da es un sentimiento maravilloso de
autosatisfacción».
Al margen de su pasión
por la velocidad, Schumacher es un buen futbolista, sigue practicando con los
karts de su adolescencia y le apasionan los deportes acuáticos y el ciclismo de
montaña. En casa escucha música rock y se harta de pasta italiana, su comida
preferida. Hace caso omiso a quienes le indican que tiene que ser más
diplomático y menos distante, si bien parece que el primer título serenó sus
ánimos.
«Biografía extraída de la enciclopedia Biografías y Vidas.com».
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