Frédéric François Chopin
La
fecha de su nacimiento es incierta: el propio compositor declaraba haber nacido
el 1 de marzo de 1810 y siempre celebró
su cumpleaños
en aquella fecha. Pero en su partida bautismal figura
como nacido el 22 de febrero. Lo más probable es que esto último fuese un error
del sacerdote. Esta discordancia se discute hasta el día de hoy, aunque el 1 de marzo es la fecha generalmente aceptada.
Su
padre, Nicolas Chopin, era un profesor emigrado francés que se había trasladado
a Polonia en 1787, con 16 años, y daba clases de francés y literatura francesa a los hijos
de la aristocracia polaca. También
era preceptor de la familia del conde Skarbek. Su madre, Tekla Justyna Krzyżanowska,
pertenecía a una familia de la nobleza polaca venida a menos, pariente de los
Skarbek, y era gobernanta de la finca. Contrajeron matrimonio en 1806.
En
octubre de 1810, seis meses después del nacimiento de Frédéric, la familia se
trasladó a Varsovia, pues su padre había obtenido el puesto de profesor de
francés en el Liceo de Varsovia, entonces ubicado en el palacio Sajón donde la
familia se alojó. El padre tocaba la flauta y el violín y la madre tocaba el
piano y daba clases a los niños
en la pensión
que los Chopin mantenían.
Frédéric
Chopin y sus hermanas crecieron en un entorno en el que el gusto por la cultura
en general y, la música en particular, era considerable. Su primera maestra de
piano fue su hermana Ludwika, con quien luego tocaba duetos para piano a cuatro
manos. Al destacar pronto sus excepcionales cualidades, a los seis años sus
padres lo pusieron en manos del maestro Wojciech Żywny, pianista, amante de la
música de Johann Sebastian Bach (hecho entonces poco común) y de Wolfgang
Amadeus Mozart, y que basaba sus enseñanzas principalmente en dichos
compositores. Fue su profesor de 1816 a 1821. Un año más
tarde, cuando tenía siete años de edad, compuso su primera obra. Como no sabía
escribir muy bien, la pieza la escribió su padre. Se trataba de la Polonesa en
sol menor para piano, publicada en noviembre de 1817 en el taller de grabado
del padre J. J. Cybulski, director de la Escuela de organistas y uno de los
pocos editores de música polacos de su tiempo. Ese mismo año compuso otra
Polonesa en si bemol mayor. Su siguiente obra, una Polonesa en la bemol mayor
de 1821, dedicada a Żywny, es el primero de sus manuscritos que se conserva. A
estas siguieron otras polonesas, además
de marchas y variaciones. Algunas de estas composiciones se han perdido.
A
los ocho años tocaba el piano con maestría, improvisaba y componía con soltura:
dio su primer concierto público el 24 de febrero de 1818 en el palacio de la
familia Radziwill de Varsovia, donde tocó el Concierto en mi menor de Vojtech
Jirovec. Pronto se hizo conocido en el ambiente local de la ciudad, considerado
por todos como un niño prodigio y llamado el «pequeño Chopin». Comenzó a dar
recitales en las recepciones de los salones aristocráticos de la ciudad, tal
como hiciese Mozart a la misma edad. Así se ganó un número creciente de
admiradores.
También
desde su niñez se manifestó ya un hecho que marcó su vida: su frágil salud y su
propensión a las enfermedades. Desde niño había sufrido inflamaciones de los
ganglios del cuello y había tenido que soportar frecuentes sangrías.
En
1822, terminó sus estudios con Żywny y comenzó a recibir clases privadas con el
silesiano Józef Ksawery Elsner, director de la Escuela Superior de Música de
Varsovia. Probablemente recibió irregulares pero valiosas lecciones de órgano y
piano con el renombrado pianista bohemio Vilem Würfel. Elsner, también amante
de Bach, se encargó de perfeccionarlo en teoría musical, bajo continuo y
composición.
A
partir de julio de 1823, el joven Chopin compaginó sus estudios con Elsner con
sus cursos en el Liceo de Varsovia (donde enseñaba su padre), donde ingresó al
cuarto ciclo y recibió clases de literatura clásica, canto y dibujo. En 1824
pasó sus vacaciones en Szafarnia, Dobrzyń, en casa de un amigo, alumno de su
padre. Allí tuvo contacto por primera vez con la tierra polaca y los campesinos
que la habitaban y con la música folclórica de su patria. Estos breves
contactos le bastarían para sembrar en su plástica mente adolescente lo que
luego emergería en la madurez de su genio. «Los artículos, las películas que
muestran al joven Chopin que pasa la vida en los medios populares nos engañan
doblemente. Primero, porque los hechos son inexactos. Después, porque equivale
a dar pruebas de un gran desconocimiento de lo que es un cerebro de artista: un
paisaje iluminado por una chispa, una reacción química en la que no existe
proporción alguna entre causa y efecto».
En
mayo de 1825 realizó su propia improvisación y parte de un concierto de Ignaz
Moscheles. El éxito de este concierto llevó a una invitación para dar un
recital sobre un instrumento similar (el «aeolopantaleon») ante el zar Alejandro
I, que estaba de visita en Varsovia. El zar le regaló un anillo de diamantes.
En un concierto posterior de aeolopantaleon el 10 de junio de 1825, Chopin
interpretó su Rondó Op. 1. Esta fue la primera de sus obras en ser publicada
comercialmente y le valió su primera mención en la prensa extranjera, cuando el
Allgemeine Musikalische Zeitung elogió su «riqueza de ideas musicales».
El
7 de julio de 1826, Frédéric completó sus estudios en el Liceo y se graduó cum
laude el 27 del mismo mes. Al mes siguiente, viajó por primera vez fuera de
Polonia: fue con sus hermanas a descansar a Bad Reinerz (actual Duszniki-Zdrój)
en Silesia del Sur. En noviembre del mismo año, se inscribió en la Escuela
Superior de Música de Varsovia, entonces parte del Conservatorio de la ciudad y
conectada con el Departamento de Artes de la Universidad. Allí continuó sus
estudios con Elsner, pero no asistió a las clases de piano. Elsner, que lo
conocía, comprendió su decisión, pero fue muy exigente en las materias teóricas
que le enseñó, sobre todo en contrapunto. Gracias a esto, adquirió una sólida
comprensión y técnica de la composición musical. En este tiempo, compuso su
Sonata para piano n.º 1 en do menor Op. 4, sus Variaciones sobre el aria «Là ci
darem la mano» (de la ópera Don Giovanni de Mozart) para piano y orquesta Op. 2
y el Trío para violín, violonchelo y piano Op. 8, evidentemente obras de mayor
envergadura, basadas en formas clásicas (la sonata y las variaciones). Elsner
escribiió en las calificaciones finales de sus estudios: «talento sorprendente
y genio musical».
Cuatro
huéspedes en los apartamentos de sus padres se convirtieron en íntimos o
amantes de Chopin: Tytus Woyciechowski, Jan
Nepomucen Białobłocki, Jan Matuszyński y Julian Fontana, los dos últimos se
convirtieron en parte de su entorno parisino. Era amigo de los miembros del
joven mundo artístico e intelectual de Varsovia, incluidos Fontana, Józef
Bohdan Zaleski y Stefan Witwicki. También
se sintió
atraído
por la estudiante de canto Konstancja Gładkowska.
En cartas a Woyciechowski, indicó
cuáles
de sus obras, e incluso cuáles
de sus pasajes, estaban influidos por su fascinación por ella. Su carta del 15 de mayo
de 1830 reveló que el movimiento lento (Larghetto) de su Concierto para piano
n.º 1 se lo había dedicado en secreto a ella: «Debería ser como soñar en la
hermosa primavera, a la luz de la luna».
En marzo de 1828, el famoso compositor y pianista alemán Johann Nepomuk Hummel llegó a Varsovia a dar conciertos y Chopin tuvo ocasión de escucharlo y conocerlo. En noviembre del mismo año se produjo su segunda salida de Polonia: viajó a Berlín con el profesor Feliks Jarocki, colega de su padre, para asistir a un Congreso de Naturalistas. En esa ciudad se concentró en conocer la vida musical en Prusia, escuchó en la Academia de Canto las óperas Cortez de Gaspare Spontini, Il matrimonio segreto de Domenico Cimarosa y Le Colporteur de George Onslow; asistió a conciertos de Carl Friedrich Zelter, Felix Mendelssohn y otras celebridades; y quedó fascinado por el oratorio Cäcilienfest de Georg Friedrich Händel. Frédéric siempre mantuvo un gran interés por la ópera, estimulado por su maestro Elsner. Tres años antes había quedado impresionado por El barbero de Sevilla de Gioacchino Rossini. Siempre en sus viajes se dio tiempo para asistir a representaciones operísticas.
En
mayo de 1829, el célebre violinista italiano Niccolò Paganini llegó a Varsovia
a dar conciertos. Chopin acudió a verlo y quedó profundamente deslumbrado por
su virtuosismo. Su deuda con él ha quedado patente en el Estudio para piano Op.
10 n.º 1, que componía por esos días.
Su
prestigio local como compositor y pianista ya traspasaba las fronteras de su
patria; el violinista Rodolphe Kreutzer (destinatario de la Sonata para violín
n.º 9 de Ludwig van Beethoven), Ignaz von Seyfried (discípulo de Mozart), los
fabricantes de piano Johann Andreas Stein y Graff, y el editor Hasslinger,
entre otros, deseaban que el joven diese un concierto en Viena. En 1829,
realizó un breve viaje a aquella ciudad, el primero como concertista en el
extranjero. En dos conciertos (el 11 y el 18 de agosto) en el Kärntnertortheater,
presentó sus Variaciones Op. 2 (de dos años antes) entre otras obras suyas. El
éxito fue apoteósico y el joven compositor no salía de su asombro por la cálida
aceptación de sus composiciones y su técnica interpretativa por parte del
exigente público vienés. La crítica fue inmejorable, pero algunos criticaron el
poco volumen que conseguía en el piano, parte de su estilo de interpretación,
más adecuado al salón que a la sala de conciertos. Por otro lado, gracias al
éxito de las Variaciones mozartianas, esta se convirtió en su primera obra
publicada por un editor extranjero, Haslinger, en abril de 1830.
Después
de pasar por Praga, Dresde y Breslavia, regresó a Varsovia, donde se enamoró de
Konstancja (Konstanze) Gladkowska (1810-1880), una joven estudiante de canto
del Conservatorio, que había conocido en 1828 en un concierto de estudiantes de
Carl Soliva. De esta primera pasión juvenil nacieron varias obras memorables:
el Vals Op. 70 n.º 3 y el movimiento lento de su primer Concierto para piano y
orquesta en fa menor. Sobre él reconoció a su amigo Titus Woyciechowski: «Quizá
desafortunadamente, tengo mi propio ideal, al que en silencio sirvo desde hace
medio año, con el que sueño y en cuyo recuerdo he compuesto el Adagio de mi
nuevo concierto» (1829) Dicha obra se estrenó en el Club de Mercaderes de
Varsovia en diciembre del mismo año
y publicada posteriormente como n.º
2, Op. 21. También
le informaba a Woyciechowski: «He
compuesto unos pocos ejercicios; te los mostraré
y tocaré
pronto».
Estos «ejercicios»
se convirtieron en la primera serie de Estudios Op. 10. Además, componía ya sus
primeros nocturnos del Op. 62 n.º 1, 1829) y sus Canciones para voz y piano
sobre poemas de Stefan Witwicki (parte del futuro Op. 74, La plegaria de la
doncella, arreglo para piano solo por Franz Liszt).
Aquel
romance fue un ardiente sentimiento, mas no decisivo, pues ya estaba resuelto a
ser compositor y pronto decidió emprender un «viaje de estudios» por Europa.
Originalmente pensó en viajar a Berlín, adonde había sido invitado por el
príncipe Antoni Radziwiłł, gobernador del Gran Ducado de Posen designado por el
rey de Prusia, y del que había sido su huésped. Sin embargo, finalmente se
decidió por Viena, para consolidar los éxitos de su primera gira. Aunque su
correspondencia de este tiempo en Polonia tiene un tono de cierta melancolía,
fueron tiempos felices para él, celebrado por los jóvenes poetas e
intelectuales de su patria. Konstancja se casó con otro hombre en 1830.
Después
de tocar varias veces su Concierto en fa menor en veladas íntimas, su fama era
ya tan amplia que se le organizó un gran recital en el Teatro Nacional de
Varsovia el 17 de marzo de 1830, el primero como solista en ese auditorio, que
nuevamente causó sensación. En aquel tiempo trabajaba en su segundo Concierto
para piano y orquesta en mi menor (posteriormente numerado como n.º 1, Op. 11)
que estrenó el 22 de septiembre en su casa, y comenzaba el Andante Spianato y
Polonesa Op. 22. Paralelamente, se producían entonces en Varsovia unos
levantamientos y asonadas que fueron severamente reprimidos y causaron muchas
muertes. Estas visiones impresionaron profundamente al artista, que años
después compondría en homenaje a esos manifestantes su célebre Marcha fúnebre
(incluida después en la Sonata para piano n.º 2 en si bemol menor Op. 35).
Poco
antes de su partida, se le organizó un concierto de despedida el 11 de octubre
en el mismo gran teatro, donde, ante una gran audiencia, su amada Konstancja
—«vestida toda de blanco, con una corona de rosas que le iba admirablemente»,
según dijo Chopin—
cantó
arias de la ópera
La dama del lago de Rossini. Luego él
mismo interpretó
su Concierto en mi menor y su Fantasía
sobre aires polacos Op. 13. En la mazurca final, el público lo ovacionó largo
rato de pie. Días después, en una taberna de Wola, sus amigos le regalaron una
copa de plata con un puñado de tierra polaca en ella. Su maestro Elsner dirigió
un pequeño coro que cantó una breve composición propia para la despedida:
Zrodzony w polskiej krainie (Un nativo del suelo polaco). El 2 de noviembre, se
marchó para perfeccionar su arte, confiando en volver pronto a su patria, pero
nunca más volvió.
Su
segunda estancia en la capital del Imperio austríaco no fue ni mucho menos tan
feliz. Ya no llegaba como una joven sensación del extranjero, sino como alguien
que deseaba incorporarse permanentemente al ambiente musical vienés, y los
artistas y empresarios le mostraron indiferencia y hasta hostilidad.
Además,
no era nada fácil
conquistar el gusto del bullicioso público
vienés:
«El
público
sólo
quiere oír
los valses de Lanner y Strauss»
escribía
en una carta. Por otro lado, la insurrección
polaca no era bien vista en el Imperio austriaco. Por todas estas razones sólo
dio dos recitales en Viena durante esos ocho meses, con modesto éxito.
Chopin llegó a París en el otoño de 1831; la ciudad era el centro mundial de la cultura y muchos de los mayores artistas del mundo vivían allí: Victor Hugo, Honoré de Balzac y Heinrich Heine, entre los escritores. Pronto el joven polaco conocería a varios de estos intelectuales y llegaría a formar una parte importante de esa intensa actividad cultural.
El
doctor Giovanni Malfatti le había dado una carta de recomendación para el
compositor Ferdinando Paër, que le abrió muchas puertas. Pronto tendría
contacto con Gioacchino Rossini, Luigi Cherubini, Pierre Baillot, Henri Herz,
Ferdinand Hiller y Friedrich Kalkbrenner, uno de los pianistas más grandes de
su tiempo, llamado el «rey del piano». Al escucharle, Kalkbrenner alabó su
inspiración y buen gusto, pero también le objetó varios defectos; por ello se
ofreció para darle lecciones durante tres años: Chopin le respondería —como le
escribió a T. Woyciechowsky—: «Sé cuánto me falta, pero no quiero imitarle».
Pronto escribió a Elsner: «No deseo ser una copia de Kalkbrenner [...]. Nada
podría quitarme la idea ni el deseo, acaso audaz, pero noble, de crearme un
mundo nuevo».
Las
lecciones con Kalkbrenner duraron aproximadamente un año, en forma espontánea
Felix Mendelssohn le declara: «No aprenderá nada, además toca usted mejor que
él».
De
ese modo fue introduciéndose gradualmente en la actividad musical de París,
desistiendo del viaje a Londres que originalmente había planeado hacer. Su
primer concierto público fue tan fabuloso que se convirtió en el tema de
conversación de toda la ciudad. Este se llevó a cabo el 25 de febrero de 1832
en los salones Pleyel, 9 rue Cadet: en el programa figuraba su
Concierto en mi menor y las Variaciones mozartianas, en la segunda parte
compartió el escenario con notables pianistas como George Osborne, Ferdinand
Hiller, Friedrich Kalkbrenner, Felix Mendelssohn Bartholdy i Wojciech Sowiński
para interpretar la Polonesa op. 92 de Kalkbrenner, a seis pianos.
Entre el público
se encontraban músicos de la talla de Mendelssohn y Franz Liszt, y entabló
pronto amistad con el último, que también radicaba en la ciudad. Se sentía
sorprendido y estimulado por la intensa vida cultural y también por la libertad
de acción que podía ejercer. Asistía a conciertos y a óperas; fascinado por
Robert le diable de Giacomo Meyerbeer diría: «Esta es una obra maestra de la
nueva escuela».
Un día de mayo de 1832, Chopin se pasea por el bulevar y se encuentra en él a Valentín Radziwill, padre del príncipe Antonio, quién lo lleva a una velada ofrecida por James de Rothschild. El joven se sienta al piano sin haberse preparado y obtiene un éxito mucho mayor que en ninguno de los conciertos que dio hasta entonces. Allí está presente la élite de la sociedad de la noche a la mañana el nombre de Chopin vuela de boca en boca. Se aprecia su distinción, su talento. Se le piden lecciones: la baronesa de Rothschild se inscribe a la cabeza de la lista. Entre las familias adineradas, los Rothschild se entusiasmaron particularmente con el talento de Chopin, y, junto a otras familias pudientes —como la princesa de Vaudemont, el príncipe Adam Czartoriski, el conde Apponyi o el mariscal Lannes— lo tomaron bajo su protección. La situación cambia bruscamente, el horizonte se aclara y la esperanza renace en Chopin. De todos modos, el oficio de profesor no es en modo alguno lo que tenía en vista.
Desde
mayo de 1832 comenzó a ganarse la vida dando clases de piano y pronto llegaría
a convertirse en un pedagogo muy requerido y bien pagado hasta el fin de su
vida. Prefirió presentarse en las veladas o soirées que se ofrecían en los
salones de la sociedad aristócrata, en una atmósfera intimista con una
audiencia pequeña y singular, no ávida de virtuosismo, sino especialmente culta
y sensible y afín al músico. Este público estaba compuesto en buena parte por
artistas, entre ellos Eugène Delacroix, la familia Rothschild, Adam Mickiewicz,
Heinrich Heine, la condesa Marie d'Agoult y Franz Liszt , además de otros miembros
de la alta sociedad; justamente Liszt se refirió a esta audiencia como: la aristocracia de la sangre, del dinero, del
talento, de la belleza». Por esa razón,
a diferencia de otros colegas famosos, durante el resto de su vida ofreció unos pocos conciertos «públicos»
(en auditorios o salas de concierto): sólo 19 en París.
Por
otro lado, debido a la derrota de las revueltas polacas, a la capital francesa
llegaron muchos compatriotas suyos de la Gran Emigración, con su líder el noble
Adam Jerzy Czartoryski: entre los intelectuales y artistas figuraban el
escritor Julian Ursyn Niemcewicz, los poetas románticos Adam Mickiewicz y
Juliusz Slowacki, también sus amigos Stefan Witwicki y Bohdan Zaleski.
Se
hizo miembro de la Sociedad Literaria Polaca en 1833, a la que apoyó
económicamente y dio conciertos benéficos para sus compatriotas. Es importante
remarcar además que, habiendo decidido radicarse en París, escogió ser un
émigré, un refugiado político. No obedeció a las regulaciones del zar para la dominada
Polonia, ni renovó su pasaporte en la Embajada rusa. Por ello, perdió la
posibilidad de regresar legalmente a su tierra. Pronto se hizo de algunos
amigos entrañables, como Delfina Potocka, el violonchelista August Franchomme,
y después el compositor italiano Vincenzo Bellini. El compositor Robert
Schumann, al reseñar el 7 de diciembre del año anterior sus Variaciones Op. 2
en el Allgemeine Musikalische Zeitung, exclamaría el célebre: «Quitaos el
sombrero, señores: un genio». También
mantuvo una amistad con Hector Berlioz.
En
1833 su fama era ya inmensa. Tocaba el 15 de diciembre junto a Liszt y Hiller
el Concierto para tres clavicémbalos
de Johann Sebastian Bach en el Conservatorio de París.
En
1834 conoció en el salón de la cantante Lina Freppa al entonces célebre
compositor de ópera Vincenzo Bellini, que llegaría a ser un amigo muy
entrañable. En mayo viajó a Aquisgrán a un festival musical renano organizado
por Ferdinand Ries, en donde escuchó obras de Händel, Mozart y la Novena
Sinfonía de Beethoven. Viajó por Düsseldorf, Coblenza y Colonia y conoció a
Felix Mendelssohn; este le comentó a su madre en una carta: «Chopin es
actualmente un pianista fuera de serie hace lo que Paganini con el violín».
El 26 de abril de 1835 ofreció
un concierto en el Conservatorio de París
donde tocó
el Andante Spianato y Polonesa para piano y orquesta en mi bemol mayor Op. 22,
en el que sería realmente su último concierto público; fue un gran éxito.
Chopin
estuvo comprometido con Maria Wodzińska pero el matrimonio se vio truncado por
el precario estado de salud del compositor polaco.
En
el invierno de 1835 se sintió tan mal, que creyó que se moría; de hecho, en ese
momento, escribió el primer borrador de su testamento, estaba tan afligido, que
incluso llegó a pensar en suicidarse.
En
la primavera de 1836, su enfermedad volvió a manifestarse con énfasis, aunque
sus malestares no le impidieron solicitar —y obtener— la mano de Maria
Wodzińska, una adolescente de 17 años de la que se había enamorado. El
compromiso fue mantenido en secreto. Posteriormente, y al conocer la enfermedad
que padecía el músico, la familia Wodzińska declinó el compromiso.
Más
tarde, se trasladó de nuevo a Leipzig para encontrarse con Schumann, y tocar
ante él fragmentos de su Balada n.º 2 y varios estudios, nocturnos y mazurcas.
Al
regresar a París, fue abandonando poco a poco las salas de concierto para
concentrarse en la composición. De ahí en adelante, quienes deseaban escucharlo
debían hacerlo en el ámbito semipúblico de su estudio. Daba aproximadamente
cinco clases de piano diarias a diferentes jóvenes adinerados, pero nunca pudo
ocultar su aburrimiento y su desdén por estos niños sin talento, que estudiaban
piano sólo porque sus padres disponían de dinero para pagar a un gran maestro.
A
finales de octubre de 1836, Frédéric fue invitado por Franz Liszt y Marie
d'Agoult a una reunión de amigos en el Hôtel de France y fue acompañado por
Ferdinand Hiller. Al encuentro también acudió la baronesa Dudevant, más bien
conocida por su pseudónimo de George Sand, acompañada por sus hijos y madame
Marliani. Cuando fueron presentados por Liszt, Sand murmuró al oído
de madame Marliani: «Ese señor Chopin, ¿es una niña?». Chopin le comentó a
Hiller saliendo del hotel: «¡Qué antipática es esa Sand! ¿Es una mujer? Estoy
por dudarlo».
Durante
ese verano, el músico viajó a Londres; asimismo, estuvo trabajando en los
Estudios Op. 25, las Mazurcas Op. 30, el Scherzo Op. 31 y los Nocturnos Op. 32.
A su regreso volvieron a encontrarse, esta vez en una reunión de amigos en casa
de Chopin, a la que Sand acudió intencionalmente ataviada a la polaca, y
escuchó subyugada al dúo de Liszt y Chopin.
Vencidas
las resistencias iniciales e instalada la pareja en verano de 1838, esta duró
aproximadamente ocho años, en los que la pasión pronto dio lugar a la amistad
(en una carta dirigida por Sand a Grzimala, el 12 de mayo de 1847, se lee:
«Hace siete años que vivo como una virgen. Con él y con los otros».)
y en la que hubo un intercambio de bienes mutuo, George Sand brindó apoyo y protección a la frágil situación de Chopin –tanto física como económica–
en tanto que Chopin para Sand fue una figura pacificadora en una etapa para
ella difícil de crecimiento de sus hijos.
Comenzaron
su vida de pareja instalados en París, en viviendas contiguas, Sand con sus
niños. Después de la aventura de Valldemosa, comenzaron a pasar la mitad del
año en Nohant, la finca de George Sand, en Berry. En octubre de ese año
completó sus Estudios Op. 25 —que dedicó a la condesa d'Agoult— y, un mes más
tarde, el Trío de la Marcha fúnebre (que posteriormente pasaría a formar parte
de la Sonata Op. 35) para la noche del aniversario de los alzamientos polacos
de 1830.
Las
numerosas presentaciones públicas retornaron por sus fueros en 1838: un
concierto en las Tullerías —la corte de Luis Felipe I de Francia—, otro en los
salones del Papa, y un tercero, privado, en la casa del duque de Orleans. Los
mejores nombres de la cultura francesa se convirtieron en amigos personales de
Chopin: Victor Hugo, el pintor Eugène Delacroix, y muchos otros que lo habían
conocido y apreciado gracias a sus recitales.
Al
aproximarse el invierno de 1838 su salud se había resentido y su médico le
aconsejó el clima saludable de las islas Baleares para mejorarse. Así, el
compositor, Sand y los dos niños de ella viajaron a Barcelona, donde se
embarcaron en el paquebote El mallorquín, que los dejaría poco después en
Mallorca.
Allí
pasaron el invierno y compuso la mayor parte de sus veinticuatro Preludios op.
28. En la isla, se confirmó el diagnóstico de su enfermedad: el joven músico
había contraído tuberculosis. Dicha enfermedad, catalogada como altamente
contagiosa, no afectó en absoluto a la escritora y sus hijos, dato este que ha
hecho replantearse a algunos expertos el diagnóstico. La posibilidad de que
Chopin padeciese entonces algún otro tipo de afección degenerativa de las vías
respiratorias no catalogada hasta entonces cobra desde hace unas décadas más
fuerza.
Lo
que se suponía un viaje de placer, salud y creación, se convirtió en un
desastre: el invierno que se abatió sobre las islas ese año fue lluvioso sin
interrupción. La constante humedad no hizo sino empeorar la condición de sus
pulmones. En la Cartuja de Valldemosa, Sand lo atendió en su dolencia mientras
el maestro esperaba la llegada de un piano francés Pleyel desde París. Tras
varias complicaciones en el transporte del instrumento, fue instalado en el
monasterio de la Cartuja de Valldemosa, en la celda que Chopin y George Sand
tenían alquilada. La misma celda que habitaron desde
el 15 de diciembre de 1838 hasta su precipitada salida de Valldemosa, el día 12
de febrero de 1839, víspera de su partida definitiva de la isla de Mallorca a
causa de un agravamiento de la dolencia respiratoria del compositor. El
instrumento era propiedad del fabricante, monsier Camille Pleyel, pues había
sido enviado para que el maestro pudiese trabajar en condiciones, y se
convirtió, en el momento de la mencionada partida, en un inconveniente más para
la pareja de artistas, ya que era difícil de transportar y probablemente las
tasas aduaneras de salida fueran tan elevadas como lo fueron las de entrada en
la isla. Por todo ello la escritora sondeó la posibilidad de su venta en la
misma isla. Finalmente en la víspera del regreso al continente, el matrimonio
formado por Bazile Canut y Hélène Choussat de Canut, banqueros de Palma,
decidieron comprometerse a adquirir el piano y a hacer efectivo su pago a
monsier Pleyel, liberando así a Chopin y Sand de esta carga.
Así
pues, el 13 de febrero embarcaron de vuelta a Barcelona, donde Chopin pasó una
semana convaleciente bajo los cuidados del médico del vapor de guerra francés
«Méléagre». Tras ocho días de reposo se trasladaron hasta Marsella, donde
esperaba el médico personal del músico, el doctor Cauvières. Cuando terminó de
revisar los Preludios, se los envió a su amigo Pleyel para que los publicara a
cambio de 1500 francos.
El
poeta Heinrich Heine escribía en Lutece: «Chopin es un gran poeta de la música,
un artista tan genial que sólo puede compararse con Mozart, Beethoven, Rossini
y Berlioz».
Desde
finales de 1845 y durante el año 46 comienza a tensarse la situación afectiva
del compositor, por diversos motivos. Los hijos de Sand ya no son niños, son
jóvenes que viven situaciones complicadas: de índole afectiva —preferencias de
Sand hacia Maurice y celos reactivos de Solange— y sentimental, cada uno en su
búsqueda de pareja. Chopin en medio de este hervidero de pasiones vive la
incómoda situación de no ser el padre ni de haber formado una pareja legal con
Sand (lo cual puede resentir a Maurice).
A
todo esto se le suma la última novela de George Sand Lucrezia Floriani, en la
que ella y Chopin aparecen descritos de modo transparente en la figura de sus
protagonistas: Lucrezia y Karol, y en la cual Lucrezia, famosa actriz italiana
se ha retirado al campo para criar a sus hijos, conoce a un adolescente dulce y
sensible, que se enamora de ella y comienza un romance en el que Lucrezia cuida
a Karol como un «gatito enfermo» y sufre por el difícil carácter de Karol, que
padece celotipia.
Una
noche, Sand lee su novela a Chopin y Delacroix, Chopin finge no reconocerse en
Karol, pero Delacroix confiará a Mme. Jouvert: «¡Pasé tormentos durante esa
lectura! El verdugo y la víctima me asombraban por igual. A medianoche nos retiramos juntos aproveché la
ocasión para sondear sus impresiones. ¿Representaba un papel conmigo? No, en
verdad no había entendido...».
«Nadie,
en el círculo de amistades de los dos amantes, dudó ni un solo instante de la
realidad de esa presunta ficción. Ni Liszt, ni Balzac, ni Leroux, ni Mme
Marliani, ni Marie de Rozières, ni Heine (éste escribe a su amigo Laube: «Ella
maltrató escandalosamente a mi amigo Chopin en una novela detestable,
divinamente escrita»).
Sand
niega ninguna relación, entre ellos y los protagonistas, cuando se la
interpela. Pero Chopin, dos años más tarde, en una carta que escribe desde
Escocia, dejará traslucir que adivinó perfectamente la maniobra de su amante:
«Nunca maldije a nadie, pero ahora me siento tan harto que me sentiría mejor si
pudiera maldecir a Lucrezia...».
El
disparador del fin es la complicada situación generada por el casamiento de
Solange con Clésinger, como Sand prohíbe a Chopin mencionarla siquiera si quiere
volver a Nohant, Chopin nunca volverá.
Antes
de su partida hacia Londres Chopin escribe a su hermana Luisa (Ludwika) en
Varsovia respecto a Sand, luego del alejamiento de Solange: «... trata de
olvidar, de aturdirse como le sea posible. Solo despertará cuando su corazón
hoy dominado por la cabeza le produzca demasiado dolor (...) Que Dios la guíe y
la proteja, pues no sabe distinguir entre un afecto verdadero y una adulación
(...) Ocho años de una vida en cierto modo ya arreglada eran demasiados años.
Dios ha permitido que durante esos años crecieran sus hijos. Si no hubiese sido
por mí, hace tiempo que su hijo y su hija ya no estarían con ella, sino en casa
de su padre. (...) Entre nosotros, solo ocurre que ya no nos vemos desde hace
tiempo, sin que haya habido entre nosotros ninguna batalla, ninguna escena. Y
no he ido a su casa porque ella me ha impuesto como condición la de guardar
silencio acerca de su hija».
Gavoty
reflexiona sobre el carácter de Chopin: «Por primera vez, quizá, Sand acaba de
chocar –sin gritos y sin dramas– con alguien que le hace frente: y ese alguien
es ese silfo transparente, el pálido Karol, el fantoche a quien llamaba con una
ternura un tanto apiadada, "Chip" o "Chipette". El
carácter, la virilidad fundamental, la nobleza de Chopin, aparecen al final de
una aventura que había unido –creía ingenuamente Sand– a una mujer fuerte,
irreprochable, infalible, y un artista vacilante, manejable, dispuesto a
aceptarlo todo (...) Una vez más, la psicología de la amazona de Berry es defectuosa.»
El
16 de febrero de 1848, ante una sala repleta –con entradas difíciles de
conseguir y vendidas mucho antes– Chopin ofrece su último concierto parisino.
Un concierto largo que para él fue el canto del cisne: tuvo en el entreacto un
síncope en el vestíbulo. Aun cuando dio algunos conciertos en Londres, ninguno
sería como este en la comunión que hubo con el público presente.
Un
largo elogio mereció del Gazette musicale del 20 de septiembre que comenzaba
«Un concierto del Ariel de los pianistas es algo demasiado raro...(...) Sólo
diremos que el encantamiento no cesó de actuar un solo instante sobre el
auditorio, y que duraba cuando el concierto ya había terminado.»
Privado de las benéficas estadías en Nohant la salud de Chopin empeoró, la resolución de viajar a Londres fue poco meditada, viaja alentado por Jane Stirling quién representará sin quererlo el funesto papel de ángel de la muerte. Esta escocesa de 44 años enamorada de Chopin o de su música pretende llevarlo al matrimonio con su insistencia ya que ella es muy rica y Chopin, aún enfermo, debe dar lección tras lección para vivir. Chopin escribe a un amigo al respecto «Preferiría desposarme con la muerte» y a su amigo Grzimala le precisa que aún si se enamorase no se casaría en estas condiciones, «las que son ricas buscan a los ricos, y si encuentran a uno que sea pobre será preciso que no sea, por añadidura enfermo...».
Con
un poco de dinero del concierto del 16 llega a Londres el 21 de abril, adonde
Jane Stirling y su hermana la señora Erskine le han alquilado un departamento.
Desde Londres escribe Chopin: «Aquí la música es una profesión, no un arte. Tocan excentricidades y las presentan como obras de belleza total; interesarlos en cosas serias es una locura. La burguesía exige lo extraordinario y la mecánica. El gran mundo escucha demasiada música para prestarle una atención seria. Lady X..., una de las más grandes damas de Londres, en cuyo castillo pasé unos días, es considerada una música. Una noche que yo había tocado, le llevaron una especie de acordeón, y se puso muy seriamente a ejecutar en él los aires más horribles. Todas estas criaturas están un poco chifladas. Las que conocen mis composiciones me dicen: "tocadme vuestro segundo suspiro"... "me gustan mucho vuestras campanas"... Lo único que se les ocurre decirme es que "mi música fluye como el agua"... Ayer la anciana Rothschild me preguntó cuánto cuesto. Como había pedido veinte guineas a la duquesa de Sutherland, le respondí: veinte guineas. La buena mujer me dijo entonces que, en efecto, toco muy bien, aunque me aconsejó que no pidiera tanto, porque en esta season hace falta más "moderation"...».
«muchas
personas me atormentan aquí para que toque, y acepto por cortesía. Pero siempre
toco con una nueva pena, jurándome que no volverán a obligarme pues me
encuentro entre el enervamiento y el abatimiento». ¿Por qué ya no componéis?,
le preguntaban sus anfitriones y amigos...
«En
verdad —escribía él a Franchomme— no tengo en la cabeza una sola idea musical;
ya no estoy para nada en mi elemento. Me siento como un asno en un baile de
máscaras, o como una cuerda de violín en un bajo de viola... Estoy aturdido, no
me siento a gusto...».
«Veo
montañas y lagos, y un parque encantador; en una palabra, un espectáculo de los
más renombrados en Escocia. Sin embargo, solo veo algo de eso cuando a la bruma
le place ceder unos minutos ante un sol no muy combativo. Y todas las semanas
me arrastro a otro lugar. ¿Qué decir del aburrimiento mortal de las veladas, a
lo largo de las cuales jadeo esforzándome por mantener un buen semblante, por
fingir algún interés por las tonterías que se intercambian de poltrona a
poltrona? Por todas partes excelentes pianos, hermosos cuadros, bibliotecas
selectas, canapés, perros, cenas de nunca acabar, diluvio de duques, condes,
barones. ¿Es posible aburrirse tanto como yo me aburro?».
«Aparento
estar alegre, especialmente cuando me encuentro entre compatriotas, pero llevo
algo en mí que me mata, pálpitos sombríos, intranquilidad, insomnio, nostalgia,
indiferencia por todo; en un momento alegría de vivir, pero en seguida deseo de
muerte, apatía, congelación, ausencia de espíritu y a veces recuerdos demasiado
claros me martirizan.».
Finalmente
desde Londres escribe a su amigo Grzimala: «Tengo
los nervios agotados y no puedo terminar esta carta. Padezco de una nostalgia
estúpida; a despecho de mi resignación, no sé qué hacer con mi persona y eso me
atormenta... Ya no puedo estar triste o feliz; ya no siento realmente nada,
vegeto, sencillamente, y espero con paciencia mi fin... ¡Ah, si pudiera saber
que la enfermedad no me acabará aquí el próximo invierno!».
El
23 de noviembre de 1848 sale de Londres para regresar a París adonde su amigo
Grzimala le ha alquilado un departamento con vista al sur, más confortable que
aquel que tenía al irse hacia Gran Bretaña, adonde pasará sus últimos meses.
El
comienzo del año 1849 encontró a Chopin demasiado débil como para enseñar. Solo
fue capaz de visitar a su amigo Mickiewicz –tan enfermo como él–, tocar un poco
el piano e improvisar algunos acordes. Al difundirse la noticia de que su
estado empeoraba, gran parte de la sociedad parisina (incluyendo sus
coterráneos residentes allí) quiso ir a visitarlo: alumnos, amigos, damas,
todos aquellos que lo habían aplaudido cuando estaba frente al teclado
quisieron verlo para decirle adiós. Uno de los más asiduos era el pintor
Delacroix, que lo visitaba casi cada día para confortarlo y darle su aliento.
En
ese lóbrego verano, trabajó en los borradores de su última pieza, la Mazurca en
fa menor (publicada tras su muerte como Op. 68 n.º 4). Avisada del próximo
final del genial compositor, su hermana Ludowika viajó desde Varsovia con su
esposo e hija para verlo y atenderlo en su casa de la Place Vendôme 12. A pesar
de que George Sand insistió en verlo, Ludowika le negó la entrada, aunque
permitió que la hija de ella, Solange, pasara a visitarlo.
Chopin
sabía que se moría, pero, sorprendentemente, dijo a los circunstantes: Encontraréis muchas partituras, más o menos dignas de mí.
En nombre del amor que me tenéis, por favor, quemadlas todas excepto la primera
parte de mi método para piano. El resto debe ser consumido por el fuego sin
excepción, porque tengo demasiado respeto por mi público y no quiero que todas
las piezas que no sean dignas de él anden circulando por mi culpa y bajo mi
nombre.
Nadie
hizo caso de dicha petición. Ya en plena agonía, tuvo aún la fuerza suficiente
para otorgar a cada visitante un apretón de manos y una palabra amable.
Falleció a las dos de la madrugada del 17 de octubre de 1849, a la edad de 39
años.
El
obituario publicado en los periódicos dice textualmente: «Fue miembro de la
familia de Varsovia por nacionalidad, polaco por corazón y ciudadano del mundo
por su talento, que hoy se ha ido de la tierra».
El
solemne funeral de Frédéric Chopin se celebró en la iglesia de Santa Magdalena
de París el día 30. En él, cumpliendo disposiciones de su testamento, se
interpretaron sus Preludios en mi menor y en si menor, seguidos del Réquiem de
Mozart. Más tarde, durante el entierro en el Cementerio de Père-Lachaise, se
tocó la Marche funèbre de su Sonata Op. 35.
Aunque
su cuerpo permanece en París, se obedeció la última voluntad del músico,
extrayendo su corazón y depositándolo en la Iglesia de la Santa Cruz de
Varsovia.
Fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Fr%C3%A9d%C3%A9ric_Chopin
Comentarios
Publicar un comentario