Leona Vicario
Fue hija única. Su padre, Gaspar Martín
Vicario, fue comerciante español proveniente de Castilla la Vieja, España, y su
madre, Camila Fernández de San Salvador, fue descendiente directa de
Ixtlilxochitl II, último tlatoani de Texcoco. Tuvo las comodidades de una
familia criolla. Recibió una amplia educación, cosa poco común en la época.
Estudió bellas artes y ciencias. Tomó cursos de pintura y dibujo con el pintor
Tirado. Entre sus lecturas, destacan: Idea del Universo, del jesuita Lorenzo
Hervás y Panduro; Historia natural, general y particular, de Georges Louis Leclerc,
conde de Buffon; Las aventuras de Telémaco, de Fenelón.
Al morir sus padres en 1807, permaneció
bajo la custodia de su tío, el doctor en leyes y abogado Agustín Pomposo
Fernández de San Salvador, que además fungía como albacea. Pomposo se había
dado a conocer siendo muy joven al redactar una oda titulada Sentimientos de la
Nueva España por la muerte de su virrey D. Antonio María Bucareli, y
posteriormente, en 1787, con unos versos titulados La América llorando por la
temprana muerte de D. Bernardo de Gálvez, donde demostró una sentida y profunda
inclinación por la monarquía y sus representantes. La invasión napoleónica y
los reveses de la realeza, que desataron la Guerra de la Independencia
española, pusieron a prueba su talento poético hasta que tuvo que enfrentarse
con los que consideraba "desgraciados" intentos de levantamiento y
rebelión por parte del cura Miguel Hidalgo. En esa ocasión escribió una Memoria
Cristiano-Política sobre lo mucho que la Nueva España debe temer de su desunión
(1810).
A pesar de la confrontación política y
sostener ideales distintos a los de su prestigioso tío, este le permitió vivir
sola para que estuviera cómoda; compró una propiedad contigua para estar al
pendiente de ella, algo escandaloso para las costumbres de la época. Su tío la
comprometió a matrimonio con el coronel y abogado Octaviano Obregón, pero este
viajó a España como diputado a las Cortes de Cádiz.
En 1811, conoció a Andrés Quintana Roo,
estudiante de leyes procedente de Yucatán que trabajaba en el despacho de
Fernández de San Salvador. Ambos quedaron enamorados, y Andrés solicitó la mano
de Leona, obteniendo la negativa de su tío, quien argumentó que el joven era
pobre. Ante la forzosa separación, Leona buscó la manera de ayudar por cuenta
propia la causa insurgente. En 1833 Quintana Roo fue nombrado Secretario de
Justicia de un gobierno liberal, y aunque renunció meses después por disentir
de las decisiones que tomaba el partido del general Santa Anna, desde 1835 y
hasta el final de su vida permaneció como Magistrado de la Suprema Corte de
Justicia. Pocos años después, el 21 de agosto de 1842, falleció Leona Vicario
en la ciudad de México, rodeada de su esposo y de sus dos hijas. Hasta el final
de su vida había seguido escribiendo y opinando, tanto en las páginas de El
Federalista como en las tertulias literarias y políticas que había sabido
impulsar y a las que asistió siempre lo más granado de la sociedad liberal.
Reposó inicialmente, junto con los restos de Quintana Roo, en la Rotonda de los
Hombres Ilustres, pero desde 1910 sus cenizas se encuentran depositadas en la
cripta de la Columna de la Independencia, en el Paseo de la Reforma.
Guerra de Independencia de México
Desde 1810, Leona Vicario formó parte de
una sociedad secreta llamada Los Guadalupes, cuyos integrantes conformaron una
especie de red, a través de correos con Miguel Hidalgo y Costilla y José María
Morelos y Pavón, debido a que pertenecían a la sociedad virreinal, y eso les
permitía tener acceso a información que otros insurgentes no tenían. Recogía
la información sobre las estrategias de los españoles para combatir a los
insurgentes. Además, dio cobijo a fugitivos, envió dinero y medicamentos, y
colaboró con los rebeldes, transmitiéndoles recursos, noticias e información de
cuantas novedades ocurrían en la corte virreinal.
Ferviente proselitista de la causa
insurgente, a finales de 1812 convenció a unos armeros vizcaínos para que se
unieran al bando insurgente; se trasladó a Tlalpujahua, localidad en la que
estaba instalado el campamento de Ignacio López Rayón, donde se dedicaron a
fabricar cañones financiados con la venta de sus joyas y sus bienes.
En marzo de 1813, uno de sus correos, que
era llevado por un arriero, fue interceptado; Leona, al enterarse, huyó con
rumbo a San Ignacio, Michoacán, y de ahí a Huixquilucan, en el Estado de
México. De regreso a la capital, su tío logró que la recluyeran en el Colegio
de Belén de las Mochas, en vez de ser enviada a la cárcel. Estuvo presa durante
42 días. No pudo evitar que las autoridades la procesaran conforme a la
justicia. La Real Junta de Seguridad y Buen Orden le instruyó un proceso en el
que fueron apareciendo los documentos que la inculparon; entre otros, los
relativos a sus intentos de huida para pasarse al campo de los rebeldes; fue
sometida a interrogatorio, y se presentaron las pruebas que la inculpaban.
Nunca delató a sus compañeros; fue declarada culpable y se le condenó a formal
prisión y a la incautación de todos sus bienes.
En mayo de 1813, tres insurgentes
disfrazados de oficiales virreinales la ayudaron a escapar; escondido entre
huacales, llevaba material de imprenta para los periódicos insurgentes.8
Partió rumbo a Tlalpujahua, Michoacán, donde contrajo matrimonio con Andrés
Quintana Roo. A partir de entonces, se mantuvo junto a su esposo al servicio de
la insurgencia y del Congreso de Chilpancingo. Morelos enviaba cartas a Leona
desde Chilpancingo; preocupado por su situación, decidió recompensarla con una
asignación económica, más tarde ratificada y aprobada por el propio Congreso,
el 22 de diciembre de 1813.
A lo largo de 1814 y gran parte de 1815,
Leona siguió colaborando y trabajó en los periódicos El Ilustrador Americano y
el Semanario Patriótico Americano. Finalmente, capturado y muerto José María
Morelos y disuelto el Congreso por las propias fracciones insurgentes
enfrentadas, Leona y su marido se escondieron en la zona de Michoacán,
rechazando los repetidos indultos que les llegaban desde la capital.
En 1817, Leona tuvo su primera hija:
Genoveva. Debido a que el matrimonio se la pasaba huyendo de un sitio a otro,
Leona dio a luz a su hija en una cueva,8 localizada en Achipixtla, un lugar
situado en la Tierra Caliente. Ignacio López Rayón fungió como padrino de la
niña. El 14 de marzo de 1818, escondidos en la serranía de Tlatlaya,
actualmente Estado de México, fueron capturados; pensando en las consecuencias
que significaría para su hija, aceptaron, para madre e hija, el indulto que
antes habían rechazado.
Durante su estancia en Toluca, Leona tuvo
a su segunda hija, María Dolores Quintana Vicario, y presenció las
celebraciones hechas con motivo de la jura de la Constitución de Cádiz por
Fernando VII, ocasión que la llevó a escribir el poema La libertad y la
tiranía:
Llega, y la diosa a tan feroz aspecto
Un vivo grito en su sorpresa lanza,
Sin que para increpar a su enemigo
Le faltasen enérgicas palabras.
¿Cómo –le dice– a profanar se atreven,
Sangrienta Tiranía, tus pisadas
La mansión venturosa que Pelayo
A mis cultos devoto consagrara?
¿Más víctimas buscando acaso vienes
En estas soledades apartadas,
Porque en los pueblos donde impío domina
Tu insaciable furor ya no las halla?
¿Qué designio fatal, como son todos
Los que en tu negro espíritu se fraguan,
Te ha traído a perturbar la paz serena
De aquesta fragosísima morada?
Allá donde tus leyes sanguinosas
Son vilmente de esclavos acatadas,
Dirigir puedes el violento paso
Que ya mucho a mis ansias lo retardas
¡Cuán vanamente –el monstruo le replica–
Aquí de mi furor salvarte aguardas!
¿Qué sirve mi poder si tú rendida
La cerviz no doblegas a mis plantas?
Mientras respires el vital aliento
En falaz apariencia abandonada.
Mientras de tus doctrinas lisonjeras
Hasta el último alumno no se acaba.
Vacila el trono en que terrible impero,
El público deseo se propaga
Con que España inconstante en sus ideas
Por mi exterminio fervorosa clama.
Si logro, pues, que con tu muerte queden
Sus dulces ilusiones disipadas,
No temeré la ruina que inminente
A mi poder envejecido amaga.
¿Cómo, cruel enemiga de los hombres,
–Tímida la deidad así le hablaba–
Cómo… Iba a seguir cuando sus quejas
Interrumpió la novelera fama.
Vino del aura leve conducida
Desde la isla de Bética ensalzada,
Más por ser de las cortes cuna ilustre
Que por todas sus célebres batallas.
Al ver la Libertad, llegar la nuncia
De heroicos hechos, de ínclitas hazañas,
A escuchar las mayores, más gloriosas
Su enajenado espíritu prepara.
Suspende ya –le dije– de tu llanto
El abundante riego, diosa amada,
La España te dispone en su alegría
Regias coronas, vencedoras palmas.
Atónita la reina bienhechora
Escuchó la dulcísima embajada,
Su píleo y su vindicta al punto toma
Y de Mantua a su alcázar se adelanta.
Desaparece la oscura Tiranía,
Incierta y triste por los aires vaga,
Hasta que a las regiones del oriente,
Su antiguo asilo, el torpe paso avanza.
El ancho océano su ámbito espacioso,
En justo obsequio de la nueva grata
Reduce a breve trecho, y facilita
Estorbos que pudiera hallar la fama.
Viene pues, por el México anunciando
Que ya la Libertad reina en España,
Cuyo duro dominio o Tiranía
Cambiará presto en amistosa alianza.
Consumada la independencia y en
compensación por la confiscación de sus bienes, el Congreso de la República
concedió a Leona Vicario, en la sesión celebrada el 8 de agosto de 1823, una
liquidación en metálico, una hacienda llamada Ocotepec, en los Llanos de Apan y
tres casas en la Ciudad de México. En 1827 el Congreso del Estado de Coahuila y
Texas acordó que la villa de Saltillo se denominase en adelante Leona Vicario,
conocida en esas épocas como la mujer fuerte de la independencia.
Tuvo una tercera hija a la que llamaron
Dolores, en honor a la villa en la que Miguel Hidalgo inició la lucha por la
independencia en 1810.
Leona Vicario continuó con actividades
políticas, periodísticas y poéticas junto a su esposo, a quien defendió cuando
el presidente Anastasio Bustamante decidió su persecución y condena como
represalia por las campañas de prensa que se difundían desde El Federalista,
editado gracias a los recursos de Leona y en el cual siguió escribiendo hasta
su muerte, el 21 de agosto de 1842 en su casa en la Ciudad de México.
En su etapa de colaboradora de El
Federalista, Vicario se enfrentó al conservador Lucas Alamán, quien decía que
las mujeres habían ido a la guerra de Independencia por amor a sus hombres.
Escribió en su columna:
Confiese Sr. Alamán que no sólo el amor es el móvil de las
acciones de las mujeres; que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que
los sentimientos de la gloria y la libertad no les son unos sentimientos
extraños; antes bien vale obrar en ellos con más vigor, como que siempre los
sacrificios de las mujeres, sea el cual fuere el objeto o causa por quien las
hacen, son desinteresados, y parece que no buscan más recompensa de ellos, que
la de que sean aceptadas. Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones
han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en
este punto he obrado con total independencia y sin atender que las opiniones
que han tenido las personas que he estimado. Me persuado de que así serán todas
las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas, y a las que por efecto de su
educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también
muchísimos hombres.
Leona Vicario
Fue declarada Benemérita y Dulcísima Madre
de la Patria el 25 de agosto de 1842, a los cuatro días de su fallecimiento.
Hasta la fecha, ha sido la única mujer en México a la que se le han ofrecido
funerales de estado. Sus restos descansaron, primero en el Panteón de Santa
Paula, después, el 28 de mayo de 1900 fueron trasladados junto con los de su
esposo Andrés Quintana Roo, a la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón
Civil de Dolores, hasta su traslado a la Columna de la Independencia en 1925.
El 30 de mayo de 2010, fueron trasladados al Museo Nacional de Historia
(Castillo de Chapultepec) para su conservación, análisis y autentificación.
Posteriormente, el 15 de agosto del mismo año, fueron llevados a Palacio
Nacional para ser colocados en la Galería Nacional en el marco de la exposición
México 200 años, la Construcción de la Patria. Su nombre está grabado con
letras de oro en el Congreso del estado de Quintana Roo, en la ciudad de
Chetumal. Desde 2011, los restos de Leona fueron regresados y enterrados en la
Columna de la Independencia, con el resto de los insurgentes.
Existen muchas estatuas de ella en todo
México y además, muchas escuelas, hospitales, bibliotecas, ciudades, pueblos,
calles y lugares llevan su nombre, en su honor, como el poblado Leona Vicario,
en el estado de Quintana Roo.
Fuente:
https://es.wikipedia.org/wiki/Leona_Vicario
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