David Hume
David Hume nació en
Edimburgo (Escocia) en una familia perteneciente a la pequeña nobleza de la frontera
con Inglaterra. Fue el menor de tres hermanos. Su padre, abogado, falleció en
1714 cuando David era aún pequeño y su madre se fue entonces a vivir a
Ninewells para criar a sus hijos con su cuñado. En 1722 entró en el Colegio de
Edimburgo, donde tuvo por profesores a discípulos de Newton y leyó a los poetas
latinos y a los escritores ingleses.
Su familia lo destinó a
hacer la carrera de Derecho, aunque desde muy joven supo que quería dedicarse a
la Filosofía. Él mismo lo relata en su autobiografía My own life, que escribió
cuatro meses antes de su muerte:
Seguí el
itinerario normal de educación con éxito, y ya a muy corta edad caí preso de
una gran pasión por las letras que se ha convertido en la tendencia dominante
en mi vida y en la fuente principal de mis satisfacciones.
En la primera carta que se
conserva suya, que escribió con 16 años, Hume ya habla de la posibilidad de
"investigar el espíritu humano". Así que, hastiado por los estudios
de leyes, pasó un periodo de crisis en 1734 que evoca en una carta a John
Arbuthnot. Se trataba de una «insuperable aversión hacia toda cosa salvo los
estudios de filosofía y el saber en general». Rehusando así ser abogado, marchó
a Bristol para intentar ganarse la vida con el comercio antes de viajar a
Francia y permanecer allí casi tres años, residiendo primero en Reims y luego
en La Flèche (actual Sarthe) entre 1735 y 1737. Ya con 26 años acabó de
redactar su Tratado de la naturaleza humana. La lectura de John Locke y del
obispo y filósofo irlandés George Berkeley y su distinción entre razón y
sentidos había despertado su crítica al concepto de causalidad, y Hume llevó
aún más lejos sus principios intentando demostrar que la razón y sus juicios
son meras asociaciones habituales de diferentes sensaciones o experiencias.
De vuelta a Londres (1737)
publica sin nombre de autor los dos primeros libros de esta obra en enero de
1739, sin despertar atención alguna. Su decepción fue muy grande y en su
Autobiografía comentó de este primer trabajo que «nació muerto a causa de la
prensa». En realidad, le hicieron varias reseñas, si bien
ninguna alcanzó a comprender las tesis de Hume ni la amplitud de sus
propósitos, tal vez por el estilo abstruso que había adoptado. Sin embargo, esto sirvió para que el
filósofo
apercibiera la importancia de ser bien comprendido por su público, de forma
que reescribió en un estilo menos abstracto sus ideas para explicarse con mayor
claridad y extensión, abandonando el género del tratado sistemático y adoptando
los más literarios del diálogo y del ensayo (afinado este por sus
contemporáneos Steele y Addison) para exponer su pensamiento. Aplicó ese estilo
y géneros también a sus otros libros, que desde entonces tuvieron como
propósito principal aclarar las ideas condensadas y anticipadas en los tres
volúmenes de esta obra. Por ello Hume rehusó que el Tratado formara parte de
sus Obras completas, si bien esta renuncia no impidió que su primer libro sea
hoy una de las obras más importantes de la filosofía occidental.
Tras el fracaso del
Tratado, Hume volvió con su familia a Escocia en 1739, llevando una vida frugal
y morigerada; conoció a su pariente lejano, el ilustrado y liberal juez del
Tribunal Supremo de Escocia Henry Home, lord Kames, quien llegó a ser, en
palabras de David, su mejor amigo, y comenzó además una relación epistolar con
Francis Hutcheson. Publicó en 1740 un Resumen del Tratado de la naturaleza
humana y luego, en otoño, se animó a publicar también el libro III del Tratado,
así como un Apéndice. En ese mismo año conoció también al famoso economista
Adam Smith, en quien tanto habían de calar sus ideas. Publicó la primera parte
de sus Ensayos morales y políticos (compuesto de 15 textos) en 1741 en
Edimburgo y la obra fue un éxito, siendo objeto de una segunda edición en 1742
aumentada con 12 textos nuevos.
En 1744 su candidatura a la
cátedra de moral y filosofía pneumática de la Universidad de Edimburgo fue
rechazada a causa de los enemigos que su pensamiento radical le había
granjeado. Sobre todo, fue por el presunto ateísmo que contendrían las tesis
del Tratado. El filósofo respondió con una Carta de un caballero a su amigo de
Edimburgo en la que se niega a sí mismo cualquier rechazo de la idea de Dios.
En 1746 se convirtió en
secretario del general James Saint-Clair (1688-1762), pariente suyo por demás,
y viajó con él y con sir Harry Erskine en una misión diplomática a Viena y a
Turín en 1748. A causa de
este viaje se despertó en Hume un interés por la historia que
todavía tardó unos años en florecer; publicó sin embargo en ese año sus
Investigaciones sobre el entendimiento humano (más tarde bautizadas Encuesta
sobre el entendimiento humano), sin suscitar apenas interés. Sin embargo, en
esta obra, inspirándose en el ocasionalismo de Malebranche, creaba una
epistemología para la cual el contenido de las leyes que rigen nuestro mundo no
puede deducirse o plantearse a priori, como con una deducción lógica o una
proposición matemática; se descubre solo por la constatación a posteriori
(desde la experiencia) de ciertas correlaciones. La observación experimental de
estas correlaciones permite seguidamente precisar el contenido de estas leyes.
Volvió a Escocia en 1749;
escribió sus Discursos políticos y sus Investigaciones sobre los principios de
la moral (más tarde rebautizados Encuesta sobre los principios de la moral).
Este último rehacía parcialmente y reformulaba ciertos puntos ya abordados en
el Tratado de la naturaleza humana. Su reputación de filósofo comenzaba
entonces a expandirse. En 1751 volvió a Edimburgo y publicó en 1752 sus
Discursos políticos, que fueron bien acogidos. Sin embargo, en Londres sus
Investigaciones sobre los principios de la moral se recibieron con
indiferencia.
En 1752 logró el trabajo de
bibliotecario del Colegio de abogados de Edimburgo y se embarcó en la escritura
de una Historia de Inglaterra en seis volúmenes. El primero, consagrado a los
Estuardo, fue viva y unánimemente criticado; el segundo (1756), estudiaba el
periodo posterior a la muerte de Carlos I de Inglaterra hasta la Revolución
Gloriosa de 1688; en 1759 publicó el consagrado a los Tudor. La serie concluyó
en 1761 con los dos últimos volúmenes, encontrando en conjunto al principio un
éxito limitado, ya que Hume había evitado dejarse llevar por los prejuicios
contemporáneos, aunque después y poco a poco se transformó en un auténtico
éxito, ganándole un prestigio solo por debajo del de Edward Gibbon antes de que
surgiera la gran figura de Thomas Macaulay. La novedad que aportaba, fuera de
esa gran imparcialidad, fue ampliar el ámbito de la historia al incluir en ella
los adelantos culturales, científicos y artísticos de cada época, si bien llamó
a los poetas del XVII, conforme a los principios estéticos y morales de su época,
"genios pervertidos por la idenciencia y el mal gusto, aunque ninguno más
que Dryden". Entretanto había publicado en Londres su Historia natural de
la religión (1757). Creyendo acabada su obra, se retiró entonces al campo,
soñando con un retiro apacible.
Pero de él, le sacó la
oferta de un puesto de secretario en la Embajada de Francia por parte del Conde
de Hertford (1763) y marchó a París. En 1767 pasó a ser el encargado de
negocios. Aprovechó entonces para frecuentar a los philosophes de la Ilustración
y el salón de Madame d'Épinay (1726-1783), a quien le pareció un hombre
eminente pero soso y sin conversación, al menos con las damas. Abandonó estas funciones en 1766
para ser nombrado subsecretario de Estado en Londres, y volvió a Inglaterra
en compañía de Jean-Jacques Rousseau, a quien admiraba y había invitado a
Inglaterra para librarle del acoso que sufría en tierras galas, pero con quien
convivió difícilmente a causa de la paranoia que aquejaba al final de su vida
al genial francés, a quien, sin embargo, le consiguió una pensión otorgada por
el rey de Inglaterra; estos desencuentros y desavenencias fueron seguidos con
cierto morboso interés por toda la Europa ilustrada.
Los años siguientes los
repartirá entre su Escocia natal y Londres, donde ocupó el cargo de
subsecretario de Estado para el Departamento septentrional; sin embargo, no
había dejado nunca de escribir y, en 1768, se dedicó a corregir una reedición
de su Historia de Inglaterra, la obra que más fama y reconocimiento le dio en
vida. Al año siguiente volvió a Edimburgo.
A partir de 1775 comenzó a
sentir los efectos de un tumor intestinal y un año más tarde falleció a la edad
de sesenta y cinco años. Junto a él, en su lecho de muerte, se encontraba su
amigo Adam Smith, quien contó cómo Hume bromeaba imaginando qué excusa dar a
Caronte cuando se lo encontrara.
Se atrevía a tratar la
materia de forma liviana un hombre convencido en verdad de su inminente
fallecimiento y por demás satisfecho de que la muerte no fuera más que simple
aniquilación.
Sabedor del poco tiempo que
le quedaba, Hume escribió una corta noticia autobiográfica algo antes de su
deceso (My own life). En ella, esforzándose por guardar un tono objetivo,
describe en especial cómo incrementó progresivamente su patrimonio y pasó de
una relativa pobreza a una cierta opulencia. Termina con un análisis de su
carácter: «Dulce, dueño de sí mismo, de un humor alegre y social, capaz de
amistad… pero muy poco inclinado al odio, y harto moderado en todas mis
pasiones.»
Su autobiografía fue
publicada con carácter póstumo en 1777, así como Diálogos sobre la religión
natural (1779), ya que, aunque Hume los había escrito hacia 1750, consideró que
debía ocultar su trabajo a causa de su naturaleza escéptica.
Primeras obras
En 1734, tras unos meses en
Bristol, dejó el estudio autodidacta y se trasladó a La Flèche (Anjou,
Francia). Durante los cuatro años que permaneció allí, diseñó su plan de vida,
como escribiría en De mi propia vida (1776), decidiendo «hacer que una estricta
frugalidad supla mi falta de fortuna, para mantener mi independencia intacta, y
para considerar todas las cosas prescindibles excepto la mejoría de mi talento
para la literatura».
En La Flèche completó el
Tratado de la naturaleza humana (1739) a la edad de veintiséis años. Aunque hoy
en día se considera al Tratado el trabajo más importante de Hume y uno de los
libros más relevantes de la historia de la filosofía, el público británico le
dispensó una fría acogida. El mismo Hume describió la falta de reacción popular
ante la publicación de su Tratado en 1739-1740 al escribir del libro que «nació
muerto desde la imprenta, sin ni siquiera alcanzar la distinción necesaria para
levantar un murmullo entre los fanáticos. Pero, siendo de temperamento alegre y
optimista, me recuperé pronto de la decepción y proseguí con ardor mis
estudios». Entonces escribiría un resumen de un libro publicado recientemente
titulado Tratado de la naturaleza humana, donde el argumento central del libro
se ilustra y explica. Sin revelar su autoría, intentó hacer su trabajo más
inteligible acortándolo, pero incluso esta labor publicitaria erró en su
propósito de despertar el interés en el Tratado.
Tras la publicación de
Ensayos de moral y política en 1744 solicitó una cátedra de ética y pneumática
(psicología) en la Universidad de Edimburgo, pero fue rechazado. Durante la
Rebelión Jacobita de 1745 fue tutor del Marqués de Annandale. Fue entonces
cuando comenzó su gran trabajo histórico, la Historia de Inglaterra, obra
publicada en seis volúmenes entre 1754 y 1762 que alcanzaría un éxito
considerable, a diferencia de lo que ocurrió con el Tratado.
Hume fue acusado de herejía
por la Iglesia escocesa, pero sus amigos le defendieron alegando que al ser
ateo estaba fuera de la jurisdicción de la Iglesia de Escocia. A pesar de
resultar absuelto y posiblemente debido a la oposición de Thomas Reid de
Aberdeen, que durante ese año criticó su metafísica desde el cristianismo, le
fue denegada la cátedra de filosofía en la Universidad de Glasgow. En 1752,
como relata en De mi propia vida, «la facultad de derecho me eligió como
bibliotecario, un empleo por el que recibía escasos o nulos emolumentos, pero
que puso bajo mi mando una gran biblioteca». Esta biblioteca
le proporcionó las fuentes que le permitieron continuar con las investigaciones
históricas necesarias para la escritura de su Historia de Inglaterra.
Reconocimiento
de su obra
Hume se granjeó notoriedad
como ensayista e historiador. Los seis volúmenes de su Historia de Inglaterra
abarcan desde los reinos sajones hasta la Revolución Gloriosa de 1688; se
vendió mucho en su época. En ella, Hume presentaba al hombre como una criatura
de costumbres, predispuesto a someterse en silencio al gobierno establecido a
menos que se enfrente a la incertidumbre. Según él, solo las diferencias
religiosas podían desviar al hombre de sus vidas cotidianas para hacerle pensar
en política.
El ensayo de Hume De la
superstición y la religión estableció las bases del pensamiento laico. Los
críticos con la religión de la época de Hume tenían que expresarse con cautela.
Apenas 15 años antes del nacimiento de Hume, un estudiante de dieciocho años,
Thomas Aikenhead, fue juzgado por decir públicamente que el cristianismo era un
sinsentido, blasfemia por la que sería ahorcado. Hume siguió la práctica
habitual de expresar sus puntos de vista indirectamente, a través de personajes
que dialogaban en su obra. Además, no reclamó la autoría del Tratado hasta el
año de su muerte, en 1776. Sus ensayos Del suicidio, y De la inmortalidad del
alma y sus Diálogos sobre la religión no se publicarían hasta después de su
muerte, y aun así Hume no figuraba en ellos en los nombres del autor ni del editor.
Hume fue tan hábil camuflando sus ideas que a día de hoy todavía se discute si
en realidad era deísta o ateo. A pesar de ello, se le denegaron muchos cargos
por declararse ateo.
De 1763 a 1765 Hume ejerció
como secretario de Lord Hertford en París, donde se ganó la admiración de
Voltaire y fue agasajado por las damas de la alta sociedad. Allí trabó una
amistad con Rousseau que más tarde se estropearía. Escribió sobre su estancia
en París «A menudo añoré la tosquedad de The Poker Club de Edimburgo... para
corregir y rectificar tanta exquisitez». En 1768 se estableció en Edimburgo. En
1770, el filósofo alemán Immanuel Kant avivó el interés por los trabajos
filosóficos de Hume al declarar que le habían despertado de «sueños dogmáticos»
(circa) y desde entonces gozó del reconocimiento que había perseguido durante
toda su vida.
James Boswell visitó a Hume
pocas semanas antes de su muerte. Hume le dijo que sinceramente veía la vida
después de la muerte como «el capricho más irracional». Hume escribió su propio
epitafio: «Nacido en 1711, Muerto en 1776. Dejando a la posteridad que añada el
resto», que está grabado conjuntamente con el año de su fallecimiento en la
«sencilla tumba romana» que dejó escrito que prefería y que está situada, como
deseaba, en la ladera este de Calton Hill, desde la que se ve su casa, en el
número 1 de St David Street del New Town de Edimburgo.
Filosofía
Aunque Hume escribió sus
obras en el siglo XVIII, su trabajo sigue siendo relevante en las disputas
filosóficas de la actualidad, lo que contrasta con las aportaciones de muchos
de sus contemporáneos. A continuación, se ofrece un sumario de sus trabajos
filosóficos más influyentes:
Empirismo
Hume cree que todo el
conocimiento humano proviene de los sentidos. Hay una diferencia evidente entre
las percepciones de la mente cuando alguien siente algo y cuando posteriormente
evoca en la mente esta sensación o la anticipa en su imaginación. Podemos llegar
a representar en nuestra mente un objeto de forma muy viva, pero nunca podrá
presentarse ante nosotros con la misma fuerza y vivacidad de la experiencia
sensible inicial. “El pensamiento más intenso es siempre inferior a la
sensación más débil”.
Nuestras percepciones, es
decir “todo lo que puede estar presente a la mente, sea que empleemos nuestros
sentidos, o que estemos movidos por la pasión o que ejerzamos nuestro pensamiento
y nuestra reflexión”. Pueden
dividirse en dos categorías: ideas e impresiones. Así define estos términos
en Investigación sobre el entendimiento humano:
Podemos dividir todas las
percepciones de la mente en dos clases o especies, que se distinguen por sus
diferentes grados de vivacidad: las más vivaces e intensas son las impresiones
y las de menor fuerza son las ideas.
«Con el
término impresión me refiero a nuestras percepciones, cuando oímos, o vemos, o
sentimos, o amamos, u odiamos, o deseamos. Y las impresiones se distinguen de
las ideas, que son impresiones menos vívidas de las que somos conscientes
cuando reflexionamos sobre alguna de las sensaciones anteriormente
mencionadas».
«Una
proposición que no parece admitir muchas disputas es que todas nuestras ideas no
son nada excepto copias de nuestras impresiones, o, en otras palabras, que nos
resulta imposible pensar en nada que no hayamos sentido con anterioridad,
mediante nuestros sentidos externos o internos».
Mientras Locke acepta
sustancias individuales y Berkeley solo las espirituales, Hume niega cualquier
tipo. "La idea de una substancia [...] no es más que una
colección de ideas
simples que están unidas por la imaginación y poseen un
nombre particular asignado a ellas, por el que somos capaces de recordar para
nosotros mismos o los otros esta colección." Esto constituye su
"bundle theory", o teoría del haz, según la cual los
objetos solo lo son en tanto que conjuntos de propiedades concretas e
individuales. Hume podría considerarse
como fenomenista.
Bundle theory
Hume sostiene que toda idea
viene de una impresión sensible, pero al igual que la sustancia, no tenemos ninguna
impresión del yo en sí. Él declara en su
Tratado de la naturaleza humana:
«Por mi
parte, cuando penetro más íntimamente en lo que llamo "yo mismo",
siempre tropiezo con una u otra percepción particular, de frío o de calor, de
luz o de sombra, de dolor o de placer. Nunca puedo captar un "yo
mismo" sin encontrar siempre una percepción, y nunca puedo observar nada
más que la percepción.»
Los filósofos empiristas
como Hume y Berkeley, aplicaron la "teoría del haz" (bundle theory),
al concepto de identidad, y, por consiguiente, a la identidad personal. Al
contrario de la demostración de Descartes de la independencia del yo (pienso,
luego existo), esta teoría sostiene la mente es un conjunto de percepciones sin
unidad o cualidad cohesiva. El yo no es más que un conjunto de experiencias
vinculadas por las relaciones de causalidad y semejanza. Curiosamente, Gauthama
Buda había llegado a conclusiones similares varios siglos antes. El yo es el resultado de nuestro hábito natural de
atribuir la existencia unificada a cualquier colección de partes
asociadas. Esta creencia es natural, pero no hay un soporte lógico para ello.
«Un hombre es un conjunto o
colección de diferentes percepciones que se suceden con una rapidez
inconcebible y están en un flujo y movimiento perpetuos; la identidad que
atribuimos a la mente es análoga a la que atribuimos a plantas y animales: la
imaginación nos hace confundir una sucesión de objetos relacionados con un
objeto idéntico; ocultamos la interrupción fingiendo un alma, un yo o una
sustancia, o "imaginamos algo desconocido y misterioso que conecta las
partes junto a su relación"; la identidad que atribuimos a la mente del
hombre es ficticia»
Esta visión fue transmitida
por intérpretes positivistas, que vieron a Hume como sugiriendo que términos
como "sí mismo", "persona" o "mente" se referían
a colecciones de "contenidos sensoriales". Como lo expresa William James:
«Sin embargo, en su más
amplio sentido, el yo de un hombre es la suma total de todo lo que puede llamar
suyo, no solo su cuerpo y sus poderes psíquicos, sino su ropa y su casa, su
mujer e hijos, sus antepasados y amigos, su reputación y obras, sus tierras y
caballos, y su yate, y su cuenta bancaria. (...) En primer lugar su cuerpo, sus
amigos luego y, finalmente, sus disposiciones espirituales, deben ser los
objetos de supremo interés para toda mente humana.»
Derek Parfit ha presentado
una versión moderna de la teoría en su obra Razones y personas. La negación
bien argumentada de un yo sustancial precipitó una crisis filosófica de la que
Immanuel Kant intentó rescatar la filosofía occidental a través de la
distinción entre el yo empírico y el yo trascendental.
Al contrario de lo que
muchos han supuesto, Hume no respalda la teoría del haz ni tampoco sostiene que
la mente es solo una serie de experiencias. Su posición básica, como escéptico
moderado es que la esencia de la mente es desconocida y no tenemos ninguna
razón empíricamente justificable para creer en la existencia de un sujeto
persistente, o una mente ontológicamente distinta a una serie de experiencias.
Ética
La mayoría de las personas
consideran algunas conductas más razonables que otras. Por ejemplo, comer papel
de aluminio parece irracional. Pero Hume negó que la razón tuviera un papel
importante cara a motivar o desalentar la conducta. Según él, la razón no es
más que una calculadora de conceptos y experiencia. Lo que en definitiva
importa es como nos sentimos respecto a la conducta. Su trabajo se asocia con
la doctrina del instrumentalismo, que dice que una acción es razonable si y
solo si sirve para alcanzar los propios deseos, sean los que sean. La razón
puede participar solamente informando acerca de las acciones que serán más
útiles para alcanzar las metas y deseos, pero nunca dirá qué metas y deseos se
deben tener. Así que si alguien quiere ingerir papel de aluminio la razón dirá
dónde encontrarlo, y no hay nada irracional en el hecho de comerlo o en querer
hacerlo (a menos que se tenga un deseo más fuerte de conservar la salud). Hoy
en día, sin embargo, se aduce que Hume fue un paso más allá adentrándose en el
nihilismo, pues dijo que no había nada irracional en frustrar los propios
deseos y metas. Tal conducta sería anormal, pero no sería contraria a la razón.
La moral excita las
pasiones y produce o previene acciones. La razón misma es totalmente impotente
en este particular. Las reglas de la moralidad, por lo tanto, no son conclusiones
de nuestra razón.
Emotivismo
David Hume trató la ética
por primera vez en el segundo y tercer libro del Tratado de la naturaleza
humana (1739). Varios años después, extrajo y extrapoló las ideas allí
propuestas en un ensayo más corto titulado Investigación sobre los principios
de la moral (1751). La aproximación de Hume a los problemas morales es
fundamentalmente empírica. En lugar de decir cómo debería de operar la moral,
expone cómo realizamos los juicios morales. Tras proporcionar varios ejemplos
llega a la conclusión de que la mayoría (si no todas) de las conductas que
aprobamos tienen en común que buscan incrementar la utilidad y el bienestar
público. Al contrario que el también empirista Thomas Hobbes, Hume declara que
no solo realizamos juicios morales teniendo en cuenta nuestro propio interés,
sino también el de nuestros conciudadanos. Hume defiende esta teoría de la
moral al asegurar que nunca podemos realizar juicios morales basándonos
únicamente en la razón. Nuestra razón trata con hechos y extrae conclusiones a
partir de ellos, pero no nos puede llevar a elegir una opción sobre otra; solo
los sentimientos pueden hacerlo. Este argumento contra la moral fundamentada en
la razón forma parte hoy en día de los argumentos antirrealistas.
La moral excita las
pasiones y produce o previene acciones. La razón misma es totalmente impotente
en este particular. Las reglas de la moralidad, por lo tanto, no son
conclusiones de nuestra razón.
Tratado de la naturaleza humana
Por tanto, Hume niega la
existencia de una "razón práctica" y la posibilidad de una
fundamentación racional de la ética. El objeto de la moral (pasiones,
voliciones y acciones) no es susceptible de ese acuerdo o desacuerdo entre las
ideas sobre las que se basan lo verdadero y lo falso. Si la razón no puede ser
la fuente del juicio de valor, habrá que buscarlo en el sentimiento, que surge
espontáneo en nosotros ante acciones susceptibles de lo que consideramos
valoración moral. El análisis de este sentimiento revela que es una forma de
placer o de "gusto". Ello le lleva a excluir de la moral todo rastro
de austero moralismo o de mortificación del alma o del cuerpo, porque el fin de
la moral es la felicidad y el gozo de vivir del mayor número de hombres
posible.
La razón es y solo puede
ser la esclava de las pasiones y no puede pretender otro oficio más que
servirlas y obedecerlas.
Tratado de la naturaleza humana, De las pasiones, De la Moral
Igualmente, de duro se
muestra Hume ante el problema religioso. Al eliminar la razón de su trono, Hume
negó el papel de Dios como fuente de moralidad. Menoscaba la pretensión de las
pruebas de la existencia de Dios, y niega su existencia apelando al problema
del mal en el mundo. La religión tiene su
origen en el sentimiento de miedo de la gente y en la ignorancia de las causas
de los eventos terribles de la naturaleza. En su libro Historia natural de la
religión, defiende una evolución a partir del politeísmo, hasta llegar a la
idea abstracta de la divinidad propia de las religiones monoteístas.
Determinismo y
libre albedrío
Muchos han advertido el
conflicto aparente entre el libre albedrío y el determinismo. Si las acciones
que se realizan estaban predeterminadas desde hace miles de millones de años,
entonces ¿cómo es que podemos decidir? Pero Hume advirtió otro conflicto, al
ver el problema desde la perspectiva contraria: el libre albedrío es
incompatible con el indeterminismo. Si las acciones realizadas no están
determinadas por acontecimientos anteriores entonces las acciones son
completamente aleatorias. Además, y de más importancia para la filosofía
humana, no están determinadas por el carácter o la personalidad –los deseos,
las preferencias, los valores, etc.–; pero, ¿cómo podría ser alguien
responsable de una acción que no es consecuencia de su carácter, sino que ocurre
de forma aleatoria? El libre albedrío parece necesitar del determinismo, porque
de lo contrario el agente y la acción no estarían conectados. Así que, mientras
que el libre albedrío parece contradecir al determinismo, al mismo tiempo
necesita del determinismo. La concepción de Hume de la conducta humana tiene
causas, y por lo tanto al hacer a las personas responsables por sus acciones se
debería intentar recompensarlas o castigarlas de tal forma que intentaran hacer
lo que es moralmente deseable e intentaran evitar hacer lo que es moralmente
indeseable.
Problema del
ser y el deber ser
Hume se percató de que
muchos escritores hablaban sobre lo que debería ser partiendo de la base de lo
que es; pero hay una gran diferencia entre las proposiciones descriptivas (lo
que es) y las prescriptivas (lo que debe ser) (véase libro III, parte I,
sección I del Tratado de la naturaleza humana). Hume pide a los escritores que
se pongan en guardia ante estos cambios sin aportar explicaciones acerca de
cómo se supone que las proposiciones prescriptivas deben de seguirse de las
declarativas. La cuestión de ¿con qué exactitud se puede derivar el 'deber' del
'ser'? ha llegado a ser una de las cuestiones centrales de la teoría ética, y a
Hume se le adjudica normalmente la opinión de que tal derivación es imposible
(otros interpretan que Hume no dijo que una aserción fáctica no puede devenir
en una aserción ética, sino que no podía hacerse sin prestar atención a los
sentimientos humanos). Hume es probablemente uno de los primeros escritores que
realizó una distinción entre lo normativo (lo que debería ser) y lo positivo
(lo que es). G. E. Moore defendió una posición similar con su argumento de la
pregunta abierta, en un intento de refutar cualquier identificación entre las
propiedades morales y las naturales, la llamada falacia naturalista.
Utilitarismo
David Hume identifica dos
sentimientos humanos naturales donde cree que se sustenta la raíz de la ética:
La bondad y la compasión. Aprobamos actos bondadosos a los que llamamos
"virtudes", qué son útiles o agradables para la persona y los demás. La compasión es la capacidad humana de
recibir la impresión de los sentimientos y creencias de otras personas.
Además, su filosofía moral es naturalista al no basarla en fuentes de autoridad
religiosas. Hume tuvo en cuenta la utilidad de la filosofía para borrar
obstáculos como la
ignorancia, superstición e intolerancia.
Para responder al
escepticismo moral, la teoría moral de Hume apela explícitamente a un
"sentido común" y a un “principio de humanidad". Hume, junto con
los demás miembros de
la ilustración escocesa, fue
probablemente el primero en proponer que la razón de los principios morales
puede buscarse en la utilidad que tratan de promover. El papel de Hume, sin
embargo, no debe sobreestimarse; fue Francis Hutcheson el que acuñó el lema del
utilitarismo: «la mayor felicidad para el mayor número». Pero fue tras leer el
Tratado de Hume cuando Jeremy Bentham sintió por primera vez la fuerza del
sistema utilitario. Sin embargo, el proto-utilitarismo de Hume es peculiar. No
cree que la adición de unidades de utilidad proporcione la forma de llegar a la
verdad moral. Al contrario, Hume era un sentimentalista moral y, como tal,
pensaba que los principios morales no podían justificarse intelectualmente.
Algunos principios simplemente nos parecen mejores que otros; y la razón de por
qué los principios utilitarios nos parecen mejores es porque favorecen nuestros
intereses y los de nuestros coetáneos, con los que simpatizamos. Los seres
humanos están fuertemente predispuestos a aprobar normas que promuevan la
utilidad pública de la sociedad. Hume usó esta idea para explicar cómo
evaluamos un amplio abanico de fenómenos, desde las instituciones sociales y
políticas gubernamentales a los rasgos de la personalidad.
Estética
Las ideas de Hume sobre la
estética y la teoría del arte se extienden a través de sus obras, pero están particularmente conectadas
con sus escritos éticos y también con los ensayos Of the Standard of Taste y Of
the Standard of Taste. Sus puntos de vista están enraizados en el trabajo de
Joseph Addison y Francis Hutcheson. En el Tratado escribió sobre la
conexión entre la
belleza y la deformidad y el vicio y la virtud, y sus escritos
posteriores sobre este tema continúan trazando paralelos de
belleza y deformidad en el arte, con la conducta y el carácter.
Así, la belleza de todos
los objetos visibles produce un placer muy semejante, aunque se deriva a veces
de la mera especie y apariencia de los objetos y a veces de la simpatía e idea
de su utilidad.
Tratado de la
naturaleza humana
En Of the Standard of
Taste, Hume argumenta que no se pueden establecer reglas sobre lo que es un
objeto de buen gusto. Sin embargo, un crítico confiable del gusto puede ser
reconocido como objetivo, sensible y sin prejuicios, y con una amplia
experiencia. En Of Tragedy aborda la pregunta de por qué los humanos
disfrutan de un drama trágico. Hume
estaba preocupado por la forma en que los espectadores encuentran placer en el
dolor y la ansiedad representados en una tragedia. Argumentó que esto se debía
a que el espectador es consciente de que está presenciando una actuación
dramática. Es un placer darse cuenta de que los terribles eventos que se muestran
son en realidad ficción. Además, Hume estableció reglas para educar a las
personas en el gusto y la conducta correcta, y sus escritos en esta área han sido
muy influyentes en la estética inglesa y anglosajona. Sus
opiniones tuvieron un impacto en la estética posterior, sobre todo
en la Crítica del juicio
de Kant.
Religión
Sus contribuciones a la
filosofía de la religión han tenido un impacto duradero en la teología natural
y revelada, las cuales en su conjunto proporcionan intento de socavar las
justificaciones de la creencia religiosa.
La Enciclopedia de
Filosofía de Stanford afirma que Hume "escribió con fuerza e incisiva
sobre casi todas las cuestiones centrales de la filosofía de la religión".
Sus "diversos escritos sobre problemas de religión se encuentran entre las
contribuciones más importantes e influyentes en este tema". Sus escritos
en este campo cubren la filosofía, psicología, historia y antropología del pensamiento
religioso. Todos estos
aspectos fueron discutidos en la disertación de Hume de 1757, Historia
natural de la religión. Aquí argumentó que las
religiones monoteístas del judaísmo, el cristianismo y el
islam derivan de religiones politeístas anteriores. Hume coincide
con los deístas en fundar la religión en el hombre y no en la revelación. Pero,
a diferencia de aquellos, no será en la razón, sino en los sentimientos donde
será el origen de la religiosidad. También sugirió que toda
creencia religiosa "se traza, al final, el temor a lo desconocido".
Problema de los
milagros
Hume criticó el concepto de
los milagros, no diciendo que sean imposibles, sino argumentando que nunca es
razonable pensar que han ocurrido. Hume declara que tal carga de la prueba es
extremadamente alta y ofrece razones específicas para pensar que esta carga
nunca se ha dado.
En su ensayo, De la
inmortalidad del alma, Hume breves argumentos en contra de una vida después de
la muerte. Criticó el mecanicismo cartesiano al decir que los animales
"indudablemente sienten, piensan [...] de una manera más imperfecta que
los hombres; ¿Son sus almas también inmateriales e inmortales?" y señaló
la gran conexión de la mente y el cuerpo, siendo la muerte de uno el fin de los
dos. En contra del de dualismo, Hume escribe en
Investigación sobre el
entendimiento humano que si aceptamos la existencia de una sustancia
inmaterial, “la naturaleza lo usa de la manera en que lo hace con la otra
sustancia, la materia", la cual "se disuelve después de un tiempo
cada modificación, y de su sustancia erige una nueva forma". Hume postula que el único argumento a favor la
inmortalidad del alma es por la revelación divina.53 En una entrevista en 1776, Hume dijo que esta
creencia es "una fantasía de lo más irrazonable" y la
comparó análogamente con
un trozo de carbón que no se quemara puesto al fuego.
Para Hume, el único apoyo
de la religión más allá del estricto fideísmo son los milagros, dando
argumentos a partir de la concepción de milagro como una violación de las leyes
de la naturaleza. Su definición exacta de milagro se puede encontrar en su Investigación
sobre el entendimiento humano, donde dice que los milagros son violaciones de
las leyes naturales y por tanto son muy improbables. Se ha criticado esta idea
mediante el contraargumento de que tal dictado asume el carácter de los
milagros y las leyes de la naturaleza antes de examinar los milagros, lo que es
una sutil forma de dar por sentada la conclusión. También puntualizaron que
este razonamiento apela a la inferencia inductiva, problemática en la filosofía
humana, pues nadie ha observado todos los acontecimientos de la naturaleza ni
examinado todos los posibles milagros (por ejemplo, los que no han sucedido
todavía).
Otra oposición a este
argumento parte de que el testimonio humano nunca puede ser suficientemente
digno de confianza para contradecir la evidencia de las leyes de la naturaleza.
Hume llama prueba a una gran cantidad de evidencias absolutamente uniformes. En
el mejor de los casos, cualquier testimonio de un milagro solo puede ser una
probabilidad, pero no una prueba. Este punto de
vista se ha aplicado a la cuestión de la resurrección de Jesús, respecto a la
que Hume no dudó en preguntar, «¿Qué es más probable – que un hombre ascienda
de entre los muertos o que el testimonio esté, de alguna forma, errado?». Esta
pregunta es similar a la navaja de Occam. Este argumento es la espina dorsal
del movimiento escéptico y todavía constituye un problema para los
historiadores de la religión.
Argumento del
diseñador
Hume rechazó la idea de una
deidad al no tener una impresión directa de esta. Por consiguiente, criticó
argumentos usados a favor de su existencia. Uno de los argumentos más antiguos
y utilizados para demostrar la existencia de Dios es el argumento teleológico:
que todo el orden y el propósito es un indicio de su origen divino. Hume hizo
la crítica clásica a este argumento en Diálogos sobre religión y en
Investigación sobre el entendimiento humano y, aunque el asunto está lejos de
estar resuelto, muchos creen que Hume refutó el argumento con éxito. Su argumentación
se sostiene en que:
Para que el
argumento sea cierto, debe ser verdadero que el orden y el propósito se
observen cuando resulten de un diseño. Pero se puede observar el orden con
frecuencia en procesos carentes de planificación como la cristalización. El
diseño solo es causante de una minúscula parte de nuestra experiencia.
Además, el argumento del
diseñador se basa en una analogía incompleta: dada nuestra experiencia con los
objetos, podemos reconocer los diseñados por el hombre, comparando por ejemplo
un montón de piedra con una pared. Pero para reconocer un universo diseñado
necesitamos conocer una variedad de universos diferentes. Como solo podemos
conocer uno, la analogía no puede aplicarse.
Incluso si el argumento
fuera perfectamente válido, no podría establecer un teísmo robusto; pues se
puede llegar fácilmente a la conclusión de que la configuración del universo es
el resultado de un agente o agentes no inteligentes cuyos métodos solo tienen
una remota similitud con el diseño humano.
Si un mundo
natural ordenado necesita de un diseñador, entonces la mente de Dios (que es
ordenada) también necesita un diseñador. Entonces, este diseñador necesita de
otro diseñador, y así ad infinitum. Se podría responder apelando a una inexplicable
mente divina auto-ordenada; pero entonces ¿por qué no contentarse con un
inexplicable mundo auto-ordenado?
El mundo es muy defectuoso
e imperfecto, careciendo de diseño o de propósito hacia nosotros, como por
ejemplo la existencia de plagas, enfermedades y catástrofes naturales (ver
Argumento del mal diseño).
Teoría política
Es difícil clasificar las
afiliaciones políticas de Hume. Sus escritos contienen elementos que son, en
términos modernos, conservadores y liberales, aunque estos términos son
anacrónicos. Una de las
principales preocupaciones de la filosofía política de Hume es
la importancia del estado de derecho. También enfatiza a lo largo de
sus ensayos políticos la importancia de la moderación en la política: espíritu
público y respeto a la comunidad. Sostuvo un gobierno mixto entre monarquía y
republicanismo para implementar la justicia y asegurar libertades como la de
prensa.
Conservadurismo
Muchos ven a David Hume
como un conservador, y en ocasiones se le llama el primer filósofo conservador.
Expresó su desconfianza por los intentos de reformar la sociedad para llevarla
lejos de la costumbre establecida, y aconsejó a los pueblos que no se rebelasen
contra sus gobernantes, excepto en casos de tiranía flagrante. Sin embargo, se
resistió a tomar parte por ninguno de los partidos políticos británicos, los
Whigs y los Tories, y creía que se debe equilibrar el anhelo de libertad con la
necesidad de una autoridad poderosa, sin sacrificar ninguna de las dos. Apoyó
la libertad de prensa y se mostró simpatizante de la democracia, aunque con
restricciones. Se ha dicho que fue una gran inspiración para James Madison, en
particular para El Federalista n.º 10. También se mostró optimista respecto al
progreso social, pues creía que gracias al desarrollo económico que resulta de
la expansión del comercio las sociedades progresaban desde la barbarie a la
civilización. Según él, las sociedades civilizadas son abiertas, pacíficas y
sociables, y sus ciudadanos son, en consecuencia, mucho más felices.
Aunque fuertemente
pragmático, Hume produjo un ensayo titulado Idea de la mancomunidad perfecta, donde detallaba qué reformas se deberían acometer,
que incluían la separación de poderes,
descentralización, extender el sufragio a todo el que tuviera
propiedades de valor y limitar el poder de la iglesia. Propuso el sistema del
ejército suizo
como la mejor forma de protección. Las elecciones deberían de tener lugar
anualmente y los representantes del pueblo no deberían cobrar emolumentos.
Contribuciones
al pensamiento económico
En el transcurso de sus
argumentaciones políticas, y como conclusión de sus investigaciones históricas,
Hume desarrolló muchas ideas que gozan de prevalencia en la economía,
principalmente acerca de la propiedad intelectual, la inflación y el comercio
exterior, que influyeron en su amigo, el economista Adam Smith.
Para Hume la propiedad
privada no es un derecho natural, pero se justifica debido a la existencia de
bienes limitados. Si todos los bienes fueran ilimitados y estuvieran
disponibles, entonces la propiedad privada no tendría sentido. Hume creía en la
distribución desigual de la propiedad, dado que la igualdad perfecta destruiría
las ideas de industria y el ahorro, lo que llevaría al desabastecimiento y a la
pobreza.
Hume se cuenta entre los
primeros que desarrollaron la teoría llamada mecanismo de flujo especie-dinero,
una idea que contrasta con el mercantilismo. Expuesto de una forma
simplificada, en un sistema de patrón oro, cuando un país tiene una balanza
comercial positiva (es exportador neto), incrementa sus flujos entrantes de
oro. Esto resulta en una inflación interior de su nivel general de precios, que
en último término erosionará la ventaja competitiva del país y reducirá sus
exportaciones. De este modo, el patrón oro permitiría restaurar automáticamente
el equilibrio en la balanza de pagos de un país.
Hume también propuso una
teoría de la inflación beneficiosa. Creía que incrementar el suministro de
dinero avivaría la producción a corto plazo. Este fenómeno estaría ocasionado
por un margen entre el incremento del suministro de dinero y los precios. El
resultado es que los precios no se elevarían a corto plazo y puede que no lo
hicieran nunca. Esta teoría se desarrolló más tarde por John Maynard Keynes.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/David_Hume
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