Miguel Hidalgo y Costilla
Nació en la Hacienda de
San Diego Corralejo, Pénjamo (actualmente Guanajuato), el 8 de mayo de 1753;
fue el segundo de cuatro hijos del matrimonio formado por Cristóbal Hidalgo y
Costilla, administrador de Corralejo, y Ana María Gallaga. Fue bautizado con el
nombre de Miguel Gregorio Antonio Ignacio, en la capital de Cuitzeo de los
Naranjos, hoy Abasolo, Guanajuato el 16 de mayo de 1753.
En junio de 1765 Miguel
Hidalgo junto a su hermano José Joaquín partió a estudiar al Colegio de San
Nicolás Obispo, ubicado en Valladolid,
capital de la provincia de Michoacán. El colegio había sido fundado en 1547 por
Antonio de Mendoza y Pacheco, primer virrey de Nueva España, quien entregó la
universidad y el edificio donde se alojaba a los miembros de la Compañía de Jesús,
que instituyeron cátedras de latín, derecho y estudios sacerdotales. Fue en
esta casa donde los hermanos Hidalgo estudiaron hasta 1767.
El 25 de junio de 1767
los jesuitas fueron expulsados de los territorios del Imperio español por
órdenes del rey de España Carlos III, y su ministro, el conde de Floridablanca.
El colegio permaneció cerrado unos meses y en diciembre se reanudaron las
clases.
En esta institución,
Hidalgo estudió letras latinas, leyó a autores clásicos como Cicerón y Ovidio,
y a otros como San Jerónimo y Virgilio. A los diecisiete años de edad ya era
maestro en filosofía y teología, por lo que entre sus amigos y condiscípulos se
ganó el apodo de El Zorro, por la astucia que mostraba en juegos intelectuales.
Aprendió el idioma francés y leyó a Molière, autor a quien años más tarde
representaría en las jornadas teatrales que él mismo organizaba siendo párroco
de Dolores. Gracias al contacto que tuvo con los trabajadores de su hacienda en
su infancia, la mayoría de ellos indígenas, Hidalgo aprendió muchas de las
lenguas indígenas habladas en Nueva España, principalmente otomí, náhuatl y
purépecha, ya que la zona de Pénjamo era una de las regiones con mayor
diversidad de grupos indígenas y de contacto entre el mundo nativo y el español.
Todos estos conocimientos permitieron a Miguel Hidalgo impartir clases de latín
y filosofía a la vez que seguía sus estudios. Una vez que los culminó, trabajó
en su alma mater desde 1782 a 1792, muchas veces como tesorero, otras como
maestro y desde 1788 como rector.
Antecedentes
de la Guerra de independencia
La invasión francesa a
España, en 1808, produjo en el virreinato la crisis política de 1808 en México,
caracterizada por el derrocamiento del virrey José de Iturrigaray a manos de
los españoles, seguido de la captura y ejecución de políticos afines a las ideas
independentistas, como Francisco Primo de Verdad y Ramos y el fraile peruano
Melchor de Talamantes. En lugar de Iturrigaray fue nombrado un militar alcalaíno, Pedro de
Garibay, quien en mayo de 1809 fue sustituido por el arzobispo de México, Francisco
Xavier de Lizana y Beaumont. En diciembre de ese
mismo año se descubrió la Conjura de
Valladolid, conspiración
cuyo único fin era
crear una junta que gobernara al virreinato en ausencia de Fernando VII, preso
en Bayona. Los culpables fueron arrestados y sentenciados a muerte, pero el
arzobispo virrey les perdonó la vida condenándoles a cadena perpetua, razón por
la que Lizana fue destituido en abril de 1810 por la Junta de Sevilla. Como
nuevo virrey fue designado un militar participante de la batalla de Bailén, el
teniente coronel Francisco Xavier Venegas de Saavedra.
En 1808 se documentó en
Dolores la llegada de un agente francés al servicio del general Moreau, enemigo
de Napoleón. El agente dio su nombre como Octaviano D'Almíbar, dijo que estaba
en misión rumbo a los Estados Unidos y en octubre del mismo año desapareció sin
dejar huella alguna.
Cuando Andalucía cayó en
manos de los franceses, en la primavera de 1810 toda España ya estaba en poder
del ejército napoleónico. La Arquidiócesis de Zaragoza, encargada de los
asuntos religiosos en toda la metrópoli, ordenó a los párrocos de todo el
imperio predicar en contra de Napoleón.
Hidalgo siguió
esta orden.
La
conspiración de Querétaro
Mientras tanto, en
Querétaro se gestaba una conspiración organizada por el corregidor Miguel
Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, y también participaban los
militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Allende se encargó de
convencer a Hidalgo de unirse a su movimiento, ya que el cura de Dolores tenía
amistad con personajes muy influyentes de todo el Bajío e incluso de la Nueva
España, como Juan Antonio Riaño, intendente de Guanajuato, y Manuel Abad y
Queipo, obispo de Michoacán. Por estas razones se consideraba que Hidalgo
podría ser un buen dirigente del movimiento.
Hidalgo aceptó, y se
puso como fecha de inicio para el movimiento el 1 de diciembre, día de la
Virgen de San Juan de los Lagos, donde muchos españoles se reunían a comerciar
en una feria cercana a Querétaro. Allende propuso más tarde hacerlo el 2 de
octubre, por cuestiones militares y estratégicas.
Guerra
de independencia
En la primera semana de
septiembre arribó a Veracruz el virrey Francisco Xavier Venegas, quien de
inmediato recibió información acerca de una conspiración contra el gobierno
real español en México. El intendente de Guanajuato, Juan Antonio Riaño, ordenó
al comandante de la plaza investigar sobre aquellos rumores, y el 11 de
septiembre se realizó una redada en Querétaro cuyo fin era capturar a los
responsables. Se logró arrestar a Epigmenio González y se giró orden de
aprehensión en contra de Allende, que escapó a una población del Bajío.
Por medio del alcalde de
Querétaro, Balleza, Doña Josefa fue informada de la captura de los Ibarra y se
dispuso a prevenir a Hidalgo sobre el peligro que corrían. Pero antes de salir
a Dolores fue encerrada en una habitación por su marido, para que no avisara a
los conspiradores. Sin embargo, la corregidora pudo contactar con Allende a
través de Balleza, para informar oportunamente a Hidalgo.
El
Grito de Dolores
En las primeras horas
del 16 de septiembre, Allende llegó a la casa cural de Dolores, donde Hidalgo
se hallaba pernoctando. Tras despertarlo y charlar, además de tomar chocolate
caliente por el clima frío de ese tiempo, ambos decidieron lanzarse a la lucha
armada antes de que los españoles destruyeran sus planes.
Alrededor de las cinco
de la mañana Hidalgo, usando la campana de la Parroquia de Dolores, convocó a
la misa patronal del pueblo y dio el Grito de Dolores, con lo que empezó
formalmente la lucha por la independencia de México.
Cabe destacar que, debido
a la falta de testigos de primera mano, no se saben las palabras exactas ni el
orden específico con el que acontecieron los sucesos. Sin embargo, las
versiones más probables (debido a su antigüedad) son las siguientes:
¡Viva nuestra madre
santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII y muera el mal gobierno!
¡Viva la América!, ¡viva
Fernando VII!, ¡viva la religión y mueran los gachupines!
¡Viva la religión
católica!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la patria y reine por siempre en este
continente americano nuestra sagrada patrona la santísima Virgen de Guadalupe!,
¡muera el mal gobierno!
Primeras
victorias del ejército insurgente
Con poco más de 6000
soldados, Hidalgo, acompañado de Allende, Aldama y Abasolo inició la lucha. En
pocos días entró sin ninguna resistencia en Celaya, Salamanca y Acámbaro, donde
fue proclamado como capitán
general de los ejércitos
sublevados. En Atotonilco, entró al santuario local y tomó el estandarte de la
virgen de Guadalupe, símbolo de su movimiento, En San Miguel el Grande (hoy San
Miguel de Allende), se unió a sus fuerzas el Regimiento de la Reina.
Toma
de la Alhóndiga de Granaditas
En Guanajuato el cura
Hidalgo comandó el 28 de septiembre la llamada Toma de la Alhóndiga de
Granaditas. Al entrar en la ciudad intentó intimidar al intendente de
Guanajuato, su viejo amigo Juan Antonio Riaño. Pero el marino español desistió
de entregar la plaza sin derramar sangre, prefirió reunir al regimiento local
para acuartelarse en la bodega más grande de toda la provincia: la Alhóndiga de
Granaditas, donde también se congregaron miembros de las familias más
acaudaladas de la ciudad.
Hidalgo ordenó a
Allende, (brazo armado del movimiento), lanzar a sus tropas contra el edificio.
Tras más de cinco horas de combate, el intendente salió a luchar cuerpo a
cuerpo, pero murió de un balazo que le propinó un indígena. Uno de los
abogados, quien legalmente debía quedarse a cargo de la intendencia en ausencia
del titular,16 intentó pactar con los insurgentes y alzó una bandera blanca en
señal de paz, y la tropa
rebelde cesó
el ataque. El coronel García
de la Corona, comandante militar de la plaza, mató al regidor y reinició las acciones
bélicas.
Con ayuda de un minero barretero llamado Juan José de los Reyes Martínez, y apodado El Pípila, el cual se colocó una losa de piedra amarrada sobre su espalda y con una tea encendida en la mano derecha, avanzando pecho a tierra y resistiendo el ataque de los soldados españoles, untó de brea la puerta de la bodega la cual posteriormente quemó. El ejército insurgente y los militares al mando de Allende y Aldama pudieron penetrar en la alhóndiga, y una vez dentro mataron a todos los españoles, tanto ciudadanos como militares. Acto seguido se dio el saqueo de la ciudad, con lo que los insurgentes pudieron conseguir fondos para batallas posteriores.
Valladolid y Toluca en
poder insurgente
Valladolid, capital de
Michoacán y una de las ciudades más influyentes del virreinato, fue el
siguiente objetivo de Hidalgo y su tropa, quienes salieron de la ciudad de
Guanajuato el 3 de octubre, y a los pocos días se dio parte en la capital de la
intendencia michoacana. Todos los acaudalados, principalmente españoles,
comenzaron a huir semanas antes de la toma de la ciudad, sobre todo por el
conocimiento del pillaje que había realizado el ejército cuando tomaron
Guanajuato. El 17 de octubre Hidalgo entró a la ciudad con su tropa y tomó 400
mil pesos de la catedral para la causa insurgente. Para el 20 de octubre se unió
a Ignacio López
Rayón en Tlalpujahua, y más tarde, ese mismo día, habló con José María Morelos, en Charo.
Este sacerdote, otrora exalumno suyo, pidió permiso para luchar, y a la postre se
convertiría en el sucesor de Hidalgo al frente de la lucha al serle encomendado
levantar en armas la costa del sur.19
Toluca cayó
en poder de los insurgentes el 25 de octubre y en la capital se rumoraba que un
avance de los insurgentes era inevitable.
Batalla del Monte de las
Cruces
En la mañana del 30 de octubre, Torcuato Trujillo enfrentó a los insurgentes en la batalla del Monte de las Cruces, acción en la que los realistas, inferiores en número de soldados, fueron derrotados por más de 80 000 insurgentes, quienes sin embargo perdieron gran número de efectivos.
Retirada
de la Ciudad de México
El paso siguiente dentro
del plan militar era la toma de la Ciudad de México. El virrey Francisco Xavier
Venegas se puso al frente de las pocas cosas que resguardaban la ciudad
—ubicadas en los paseos de Bucareli y de la Piedad y en Chapultepec— La
proximidad de las tropas de Hidalgo a la ciudad en cuestión llenaron de zozobra
a sus habitantes: escondieron su dinero y guardaron a las mujeres y niños en
conventos; tenían el temor general que se realizaran saqueos como en las
anteriores localidades que habían tomado.
Hidalgo, queriendo
evitar una masacre como la acontecida en Guanajuato, envió a sus emisarios. En
la tarde del 31 de octubre bajaron, junto a una bandera blanca, dos
comisionados de Hidalgo (Mariano Jiménez y Mariano Abasolo) para pedir la
rendición realista de la ciudad. Venegas rechazó la apuesta, y les amenazó de
dispararles en el caso de que no se fueran.
Se daba por hecho que,
con la negativa de Venegas, el asalto a la Ciudad de México estaba próximo a
empezar. Al día siguiente, el 1 de noviembre, muchas partidas insurgentes
merodearon por San Ángel, San Agustín de las Cuevas y Coyoacán; sin embargo, el
gran ejército nunca se movió de las proximidades (en Cuajimalpa).
El 2 de noviembre, para
sorpresa de Venegas y de todos los habitantes de la Ciudad de México, los
exploradores realistas llegaron con la noticia que el día anterior Hidalgo
había ordenado la retirada del lugar y un retroceso hacia Toluca e Ixtlahuaca,
posiblemente con dirección al Bajío. No existe un consenso entre los
historiadores sobre la cusa de su retirada: varios historiadores tienen
opiniones sobre qué hizo a Hidalgo tomar esta decisión; lo único seguro es que,
por su inminente encuentro, aquel era el último paso para una posible
consumación de la guerra.
A continuación, se
ilustran las distintas hipótesis sobre el motivo de la retirada:
La proximidad de un
encuentro militar con las fuerzas de Calleja, pues Hidalgo esperaba que no
habría posibilidad de que no aceptaran la rendición.
Otros historiadores
afirman que, de haberse tomado México, los insurgentes provocarían un saqueo
mucho mayor al de Guanajuato, al que se vería sumada la plebe capitalina, y que
la decisión del cura quiso evitar esto.
Sin embargo, según Lucas
Alamán, «aquel temor no podría caber en Hidalgo, pues el saqueo y el desorden
era el medio esencial de la ejecución de su empresa».
Se tenía la hipótesis
que Inquisición apresó a los hijos y a la viuda de su fallecido hermano, Manuel
Hidalgo, y que Venegas amenazó con degollarlos si los insurgentes avanzaban.
De cualquier forma,
varios jefes militares, especialmente Allende, estuvieron en contra de aquella
retirada. En el camino de regreso, habían desertado casi la mitad de los hombres
de su ejército, pues, según
lo explica Alamán,
«se habían agregado al ejército por el atractivo
del pillaje en [Ciudad de] México».
El 7 de noviembre, luego
de la retirada, Hidalgo fue vencido por el brigadier y capitán general de San
Luis Potosí, Félix María Calleja, en la batalla de Aculco.
Separación
de Hidalgo y de Allende
Hidalgo y Allende
decidieron separarse para continuar con la lucha. El cura de Dolores marchó a
Valladolid, donde se cometieron masacres de españoles y saqueos contra las
propiedades de los peninsulares.
Anteriormente, la ciudad
de Guadalajara (capital de la intendencia homónima), el 7 de noviembre, había
caído a manos insurgentes bajo la dirección del jefe insurgente José Antonio
Torres, más conocido como el amo Torres. Hidalgo se trasladó a la ciudad en
cuestión y llegó el 26 de noviembre. Fue recibido con gran solemnidad: el amo
Torres había
organizado una recepción, en la que había hecho presencia el cabildo, la
universidad y demás distintas autoridades; en el acto, lo habían llamado con la
dignidad de «Alteza serenísima, e Hidalgo no ocultó su satisfacción por aquel
trato.
Se habían tocado las campanas
varias horas mientras un ejército desfilaba frente a Hidalgo; posteriormente se
realizó una recepción, en la que apareció vestido de «alteza» (con una sotana
galonada y una banda a través del pecho) y acompañado de dos muchachas.
Allende, mientras tanto,
se fortificó en la Alhóndiga de Granaditas, donde aún estaban algunos
prisioneros españoles. Cuando se supo de la proximidad de Calleja y el
intendente de Puebla, Manuel Flon, Allende ordenó la ejecución de los reos. El
25 de noviembre, Calleja y Flon atacaron Guanajuato, recuperando así la ciudad minera.
Allende, Aldama y Jiménez
se unieron a Hidalgo en Guadalajara el 2 de diciembre.
Victorias
de Félix María Calleja
Calleja recibió órdenes
del virrey Venegas para tomar Guadalajara y acabar así con los insurgentes.
Tras unirse con Flon de nuevo, Calleja inició la marcha hacia Guadalajara al
iniciar el año de 1811. En enero, los realistas capturaron algunas poblaciones
importantes de la intendencia de Jalisco, como Zapopan y San Blas, ciudad
portuaria donde fue vencido el cura José María Mercado, quien pereció al
intentar escapar.
Batalla
del Puente de Calderón
Calleja hizo acampar a
sus tropas en un paraje cercano a Guadalajara, conocido como Puente de
Calderón. El 17 de enero, Hidalgo, acompañado de Allende, Rayón, Aldama y
Jiménez, avanzaron hacia el Puente de Calderón para enfrentar a Calleja, en un
hecho conocido como batalla de Puente de Calderón, en la que en un principio la
situación fue favorable a los insurgentes, pero luego de la explosión de un
carro de pólvora, propiedad de la tropa de José Antonio Torres, los realistas
comenzaron a ganar ventaja al punto de hacer huir a los insurgentes en
desbandada, quienes en la retirada perdieron dinero, pertrechos y efectivos.
Este hecho también provocó la desbandada del ejército insurgente.
Captura
de Hidalgo
Hidalgo y Allende, los
dos principales jefes de la insurrección armada, acrecentaron sus diferencias a
raíz de la derrota en el Puente de Calderón. Incluso, Allende confesó haber
estructurado un plan para envenenar[cita requerida] al «bribón del cura», como
llamaba a Hidalgo.31 Tras acordarlo con
Aldama, Abasolo y Rayón,
se acordó despojar a Hidalgo del
mando militar en la Hacienda de Pabellón, Aguascalientes, el 25 de febrero,
cuando los insurgentes se disponían a huir a Estados Unidos, para comprar
armamento y seguir la lucha.30 Justamente por aquellos
días, Allende recibió comunicación de Ignacio Elizondo,
antiguo realista ahora militante en las fuerzas revolucionarias, pero no era más que un espía del gobierno
virreinal. Elizondo invitó
a los caudillos de la insurrección a detenerse en su zona de influencia,
conocida como las Norias de Acatita de Baján, situado en la frontera de
Coahuila y Texas, entonces parte del virreinato novohispano.
El 21 de marzo, Hidalgo
llegó a las norias, para descansar un poco y seguir el camino a la Alta
California. Primero llegó el contingente de Abasolo y sus soldados, quienes
fueron capturados por los efectivos españoles. Poco después, y sin percatarse
de la captura de Abasolo, Allende, su hijo Indalecio, Aldama y Jiménez bajaron
de un coche escoltado por algunos capitanes. Tras ofrecerles algo de comer,
fueron aprehendidos, pero Allende opuso resistencia y Elizondo mató a su hijo.
Finalmente apareció Hidalgo, a caballo y escoltado por pocos hombres, cuya
captura fue más sencilla que las anteriores realizadas, Tras enlistar a todos
los presos, Elizondo envió parte a la ciudad de México y en recompensa fue
nombrado coronel. Los reos fueron trasladados a Mapimi, Durango y de ahí fueron
enviados a Chihuahua, capital de la intendencia más cercana, donde se les
seguiría juicio. Ignacio Elizondo fue premiado con el grado de Coronel del
Ejército Realista, pero años más tarde sería ejecutado a cuchilladas, cuando
dormía a un lado del lecho del río San Marcos, en la provincia de Tejas, por el
teniente Miguel Serrano, quien reconoció al hombre que entregó a los caudillos
de la Guerra de Independencia de México.
Allende, Aldama y Jiménez
fueron encontrados culpables del delito de alta traición, y se les condenó a
muerte en mayo del mismo año. Abasolo aportó datos adicionales sobre la
insurgencia que permitieron llevar a cabo redadas donde se obtuvo material para
contrarrestar el movimiento. Su colaboración, sumada a los esfuerzos de su
mujer, lograron conmutar su condena a la de prisión perpetua en Cádiz, España,
donde murió en 1816 de tuberculosis pulmonar. Mientras, en Chihuahua, Allende,
Aldama y Jiménez fueron pasados por las armas por la espalda en la plazuela de
la ciudad el 26 de junio, más tarde sus cuerpos fueron decapitados y sus
cabezas enjauladas. Hidalgo fue enterado de esta noticia la misma noche de la
ejecución. Días después, el obispo de Durango ordenó el proceso para degradar
al ex párroco de Dolores de su condición sacerdotal, como se explica en el
siguiente apartado; de esta forma, Hidalgo quedaría libre del fuero
eclesiástico ante las autoridades civiles para poder llevar a cabo su
ejecución.
Procesos
inquisitorial y judicial
Portada de libro Juicio
de Don Miguel Hidalgo y Costilla que contiene el desenlace del juicio de Miguel
Hidalgo y Costilla. El documento es muy poco conocido porque fue una donación a
la Biblioteca Gómez Morín del Instituto Tecnológico Autónomo de México.
Miguel Hidalgo tuvo dos
juicios: uno eclesiástico, ante el Tribunal de la Inquisición, y
posteriormente, un juicio militar, ante el Tribunal de Chihuahua, que lo
condenó a muerte.
Respecto al Juicio
Inquisitorial, se abrió en julio de 1800, por acusaciones del fray Joaquín
Huesca, causa que fue archivada y reabierta en septiembre de 1810, cuando estalló
el movimiento insurgente.
El 13 de octubre de
1810, el Tribunal de la Inquisición retomó las constancias del juicio
inquisitorial y emplazó por edicto a Hidalgo para que pudiera defenderse ante
las acusaciones que se le habían formulado. El edicto de emplazamiento tuvo
como propósito informar a Hidalgo: primero, que el Inquisidor fiscal presentó
ante el Tribunal de la Inquisición, un proceso que inició en 1800 y que había
continuado hasta 1809. Segundo, que se probaron los delitos de herejía y
apostasía y se le consideraba "sedicioso, cismático y hereje".
Tercero, que conforme a doce proposiciones o acusaciones formales; se probó el delito de apostasía.
La Inquisición alegó su participación en la dirección del movimiento armado,
"predicar errores contra la fe", incitar a la sedición, apoyándose en
la religión, en nombre y devoción de María de Guadalupe y Fernando Séptimo.
El edicto citó a Hidalgo para que compareciera en el término de treinta días y,
en caso de no comparecer, se le seguiría la causa por rebeldía y se le
excomulgaría a él y a sus secuaces. Finalmente, para la Inquisición, Hidalgo
fue excomulgado, a pesar de que impugnó el edicto.
Después de la
aprehensión, se pusieron bajo el mando de Nemesio Salcedo, quien fue jefe de
Chihuahua, el cual formó las causas contra los insurgentes, por lo que los
envió a Chihuahua. La llegada de Hidalgo a Chihuahua fue el 25 de abril de 1811.
Nemesio Salcedo comisionó una Junta militar compuesta por Juan José Ruiz de
Bustamante para las sumarias y a Ángel Abella, administrador de correos para
las causas e interrogatorio que comenzaron el 7 de mayo.
En la primera
declaración, el Cura Hidalgo prometió decir verdad en lo que supiere y fuera
preguntado, de acuerdo con la declaración original del Padre Hidalgo ante sus
jueces; además alegaba que hasta esa fecha no sabía la causa de su prisión.
Hidalgo declaró haber
sido capitán general de la causa Insurgente y que era el que tenía el mando
político supremo del movimiento, hasta el momento en que se le obligó a
entregar el mando a Allende, después de la derrota del Puente de Calderón. De
acuerdo con la Declaración
del Padre Hidalgo ante los jueces, confesó: haber levantado al ejército; haber
fabricado moneda en Zacatecas; haber construido cañones y armas, fabricado
municiones, y depuesto autoridades, europeas o criollas, que no seguían su
partido.
El 8 de mayo de 1811, en
su segunda declaración, Hidalgo fue cuestionado acerca de las causas para
iniciar el movimiento insurgente y confesó: «tener una inclinación a la Independencia,
que describió como precipitada por los acontecimientos de Querétaro». También,
de forma sorprendente, Hidalgo se hace responsable de la causa independentista;
pero sin hacer mención de su parte religiosa. Hidalgo, en todo momento, trató
de escindir los elementos religiosos de sus convicciones y actos personales e
incluso aceptó que no era posible conciliar sus actos con el Evangelio. En
consecuencia, desde el inicio del movimiento, no predicó o ejerció su función
eclesiástica. Su única asociación con la religión fue el estandarte de la
Virgen de Guadalupe, lo que pudiera traducirse en una transgresión a la
Iglesia, es decir, utilizar imágenes religiosas para incitar a la guerra.
Hidalgo, también, confesó ordenar la ejecución de españoles para complacer al
ejército que estaba principalmente compuesto por el pueblo. Con el propósito de
poner en marcha el movimiento; pues él no tenía control ante el movimiento
popular desbordante.
Finalmente, cuando se le
preguntó acerca de las causas del movimiento para defender al reino ante la
Invasión francesa; Hidalgo contestó que era razón fundada el derecho como
ciudadano de defender su patria, cuando se encontraba en riesgo de perderse.
Ángel Avella, dio por cerrado el interrogatorio, con 43 preguntas, sin
perjuicio de continuarlo si fuere necesario, de acuerdo con su carta a
Francisco Salcedo.
Degradación
canónica
La intervención de la
jurisdicción eclesiástica, no consultó a la Inquisición y se degradó a Hidalgo
por el cuerpo eclesiástico, encabezado por el canónigo Fernández Valentín,
quien fue comisionado para proceder por el obispo de Durango Francisco Javier de
Olivares. La sentencia de degradación fue expedida en la mañana del 27 de julio
de 1811 y con ello se despojó de su investidura sacerdotal a Miguel Hidalgo y
se le entregó a la autoridad militar para que fuera ejecutado.
Hidalgo, fue juzgado por
el Tribunal de Chihuahua, sin más que las acusaciones de las declaraciones el
licenciado Rafael Bracho, como auditor, dictaminó y pronunció la sentencia del
consejo de guerra que presentó al comandante Salcedo el 3 de julio de 1811 en
el sentido de que Hidalgo era reo de alta traición y mandante de alevosos
homicidios, debiendo morir por ello, previa la degradación eclesiástica.
Después de la
degradación, Abella leyó a Hidalgo la sentencia de muerte del tribunal militar
y pronunciada el 26 de julio de 1811 por el comandante Salcedo. La junta de
guerra que juzgó a Hidalgo estuvo formada por el coronel Manuel Salcedo, los
tenientes coroneles Pedro Nicolás Terrazas, José Joaquín Ugarte y Pedro Nolasco
Carrasco, el capitán Simón Elías González y el teniente Pedro Armendáriz.
Ejecución
Antes de que llegase el
momento de ser ejecutado, Hidalgo se confesó con el cura Juan José Baca y
comulgó, por lo que quedó libre de toda excomunión.
Al amanecer del 30 de
julio de 1811, cuando llegó la hora del fusilamiento (que tendría lugar en el
patio del antiguo Colegio de los Jesuitas en Chihuahua, entonces habilitado
como cuartel y cárcel y que en la actualidad es el Palacio de Gobierno de
Chihuahua), pidió que no le vendaran los ojos ni le dispararan por la espalda
(como era la usanza al fusilar a los traidores). Pidió que le dispararan a su
mano derecha, que puso sobre el corazón del lado izquierdo.
Hubo necesidad de dos
descargas de fusilería y dos tiros de gracia disparados a quemarropa contra su
corazón para acabar con su vida, tras lo cual un comandante tarahumara, de
apellido Salcedo, le cortó la cabeza de un solo tajo con un machete para
recibir una premiación de veinte reales.
Humillación
y honores de sus restos mortales
Posteriormente, su
cuerpo fue enterrado en la capilla de San Antonio del templo de San Francisco
de Asís, en la misma ciudad de Chihuahua, y su cabeza fue enviada a Guanajuato
y colocada en la Alhóndiga de Granaditas, en cada esquina y dentro de una jaula
de hierro, junto a las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, en
donde permaneció por diez años.
En 1821 su cuerpo fue
exhumado en Chihuahua y, junto con su cabeza, se le enterró en el Altar de los
Reyes, de la catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Finalmente, desde
1925 reposa en el Ángel de la Independencia, en la capital.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Hidalgo_y_Costilla
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