Anacleto González Flores
Hijo de un humilde
tejedor de rebozos de nombre Valentín González Sánchez; su madre, también de
cuna humilde, la señora María Flores Navarro. Fue el segundo de doce hermanos.
Recibió el sacramento del bautismo al día siguiente de su nacimiento, en la
parroquia de San Francisco, de ese lugar, por el presbítero Miguel Pérez Rubio.
Sus padres le inculcaron
la religión desde pequeño; no obstante, ésta no tuvo mucha fuerza en él durante
los primeros años ya que asistió a la escuela oficial, donde se le inculcaron
ideas liberales, contrarias a la religión. Su infancia fue modelada por la
rigidez de su padre, el afecto de su madre, y la pobreza del hogar. Su padre
conservaba como un estigma el ser hijo bastardo de un terrateniente del lugar
llamado Ramón González, y quiso por todos los medios lavar esa afrenta. Inculcó
a sus hijos la tenacidad, el amor por las letras, la disciplina y el deseo de
aprender un oficio; les enseñó personalmente las primeras letras, y los hizo
memorizar un largo discurso patrio. Durante la dictadura porfirista, sufrió
prisión por espacio de dos años acusado del delito de sedición.
La paciencia y la
piedad, durante su adolescencia consideró que la religión pertenecía a la esfera
de la vida privada, y que su práctica no debía trascender a la vida pública.
Inició sus estudios en
su pueblo natal como alumno del profesor Heriberto Garza, destacado pedagogo
que, como muchos de su generación, asimiló, cuál si fuera religión, el positivismo
de Augusto Comte.
Su adolescencia
transcurrió entre el telar para confeccionar rebozos, instalado en el domicilio
paterno que acostumbró sus manos al trabajo; la banda de música del pueblo, que
afinó sus oídos y su voz, abriéndole un resquicio a la contemplación estética;
y el liderazgo ejercido sobre un nutrido grupo de muchachos de su edad, ya
entonces era un caudillo peculiar: no toleraba el lenguaje soez y ni la
comisión de injusticias.
En 1905 asistió a una
tanda de ejercicios espirituales impartida por misioneros llegados de
Guadalajara.
Sin renunciar a su
capacidad de conducir a los demás y a sus inquietudes intelectuales leerá por
entonces los Estudios Filosóficos sobre el Cristianismo, de Augusto Nicolás,
las obras de Jaime Balmes y los discursos del poblano Trinidad Sánchez Santos,
destinará buena parte de su tiempo libre a la enseñanza del catecismo, a
visitar enfermos y a incrementar su relación con Dios.
Fue tan notorio su
cambio de vida entre los años 1905 y 1908 que un sacerdote allegado a su
familia, don Narciso Cuéllar, le propuso cursar el bachillerato en el Seminario
Auxiliar de San Juan de los Lagos, fundado dos años antes. Este mismo sacerdote
obtuvo el permiso de la familia y se comprometió a solventar el pago de la
pensión de la escuela.
Anacleto anhelaba
ampliar horizontes a través de la cultura e inició con notable aprovechamiento
los estudios. De su afán intelectual, cultivado antes de ingresar al Seminario,
dan cuenta sus calificaciones, siempre supremas, al grado de pronto estar en
condiciones de suplir al maestro, en ocasiones con ventaja. Será desde entonces
el Maestro o más familiarmente, el Maistro Cleto.
Estancia
en el seminario
No ingresó al internado
del seminario sino como alumno de la madre denominada Matiana. Su integridad lo
llevó a discernir, casi desde el principio, que su vocación no era el
sacerdocio. Por esa razón declinó la propuesta de sus superiores para ser
enviado al Colegio Pío latinoamericano de Roma a cursar la teología. En su
lugar marchó, en 1913, su compañero Higinio Gutiérrez. Tuvo claridad en sus
aspiraciones y a pregunta expresa del profesor de historia, el padre Lino
Pérez, sobre su vocación y carrera, respondió: "Quiero ser licenciado para
luchar por la Iglesia y por la Patria".
Los estudios realizados,
según el plan académico de entonces, le proporcionaron una formación
humanística. En seis años acreditó otros tantos cursos de religión, tres de
historia, tres de latinidad, dos de griego, tres de filosofía, dos de
matemáticas, uno de francés, uno de sociología y uno de astronomía.
La vida intelectual no
le impidió inmiscuirse en las preocupaciones sociales de su época. En 1912, por
invitación de un inventor, viajó por vez primera a la Ciudad de México, para
mostrar al presidente Francisco I. Madero la "chifladura" de un
inventor provinciano. La misión fracasó, no así su entusiasmo por participar en
la nueva conformación social, afiliándose, por entonces, al Partido Católico
Nacional. Utilizó las largas vacaciones del verano de ese año para realizar
campañas de proselitismo a favor del instituto político en la región de Los
Altos. Ya en el Seminario de San Juan de los Lagos, al enterarse de la ofensiva
norteamericana al Puerto de Veracruz, organizó su primer grupo de orientación
social, la "Patriae Phalanx" (Falange de la Patria), con casi un
centenar de estudiantes. La vida de esta organización no tardó en apagarse;
más, con todo y ser breve, encendió la llama de muchos, llamados a ser
destacados prohombres, y también, por ironías de la vida, adversarios
irreconciliables.
En 1913, concluidos los
estudios de bachillerato, tras agradecer el apoyo de sus bienhechores, decidió
incorporarse a la vida pública. A fines de ese año, acompañado de quien será su
inseparable amigo y colaborador, Miguel Gómez Loza, representó a Tepatitlán en
la convención del Partido Católico, celebrado en Guadalajara.
Por estas fechas, junto
con otros alteños, se estableció en Guadalajara, en la casa de la señora
Jerónima Sonora España, de donde derivó el apodo de "Gironda" para su
casa y de "girondinos" para sus asistidos.
Se inscribió en la
Escuela Libre de Derecho, en la capital de Jalisco, sostenida por la Sociedad
Católica. En 1914, siguiendo las directrices de la Encíclica Rerum Novarum, y
gracias al sano influjo del eminente sociólogo Miguel Palomar y Vizcarra,
conformó algunos sindicatos católicos.
Con el fin de suplir un
poco la falta de instrucción ética y religiosa, ausente en las escuelas
oficiales, impulsó la creación de los siguientes círculos de estudios: Donoso
Cortés, de oratoria; Agustín de la Rosa, de apologética; Aguilar y Marocho, de
periodismo; Ozanam y Mallincrodt, de materias libres; León XIII, de sociología.
Por otra parte, para asegurar su manutención, impartía clases particulares de
latín y de historia.
En el mes de julio, la
ciudad de Guadalajara fue tomada por las tropas del general Álvaro Obregón.
Muchos edificios eclesiásticos -la Catedral, el Seminario Conciliar, el
hospital de San Martín de Tours- fueron expropiados por las tropas
carrancistas. Los ataques perpetrados a las iglesias irritaron a la mayoría de
la población al grado de inclinar la simpatía de sus habitantes a favor de los
partidarios del guerrillero Francisco Villa.
Su
participación en la Revolución Mexicana
Anacleto desempeñó
oficios como la venta al menudeo de cigarrillos, tahonero de panadería y
sobrestante en una construcción. En espera de tiempos mejores, dejó la ciudad
en los últimos días de 1914, radicándose en el municipio de Concepción de
Buenos Aires, Jalisco, donde su hermano Severiano ejercía el cargo de
subrecaudador de rentas. En esa población, se ocupó de la catequesis infantil y
de la atención de una pequeña tienda de comestibles, propiedad de su hermano.
En mayo de 1915, cruzaron Concepción de Buenos Aires las tropas de villistas
comandadas por el general Antonio Delgadillo; se dirigían a Guadalajara, ciudad
que estaban dispuestos a tomar. Anacleto, agobiado por los cinco meses de
penosa inactividad, se dio de alta en la tropa villista, como tribuno,
secretario y redactor de proclamas.
En las orillas de
Guadalajara, se añadieron al contingente de Delgadillo los alteños acaudillados
por el bravo sacerdote y coronel Miguel Pérez Rubio, quien había bautizado a
Anacleto. En el campamento villista, Anacleto arengó a las turbas invitándolas
a sostener el ideal y a rescatar los valores de la causa. La aventura pronto
llegó a su fin. A raíz de un desaguisado con el Gobernador villista de Jalisco,
Julián Medina, el general Antonio Delgadillo, el padre Miguel Pérez y otros,
fueron pasados por las armas en diciembre de 1915, en el pueblo de Poncitlán,
Jalisco. Cuentan que Anacleto escapó de la muerte gracias a la providencial
circunstancia de encontrarse impartiendo una lección de catecismo a un grupo de
niños del pueblo. Su efímera aventura villista lo desilusionó totalmente de la
opción por la lucha armada.
Andanzas
De nuevo en Guadalajara,
en 1916, reanudó su quehacer académico; restableció el círculo estudiantil de
la "Gironda", fundó un centro de catequesis para los niños del barrio
del Santuario de Guadalupe.
Perteneció un tiempo a
una asociación hispanista, la Unión Latinoamericana, promovida por el argentino
Manuel Ugarte, mas, al advertir algunos excesos que él no aprobaba, decidió
separarse del grupo.
Importante fue el apoyo
que Anacleto brindó al joven Luis B. Beltrán y Mendoza, interesado en
aprovechar el éxito de los Círculos de Estudio para fundar en Guadalajara la
Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). El 17 de julio de 1916, con
la aprobación del Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, se inauguró la
organización dentro de la cual pudo construir toda una estructura de acción
social en la que fue pródigo en celo e iniciativas. Las actividades de la ACJM
no tardaron en llegar a grupos cada vez más numerosos.
Distribuyó su tiempo
libre en impartir clases particulares de latín e historia, el periodismo y el
apoyo a los círculos de la ACJM sin descuidar su preparación profesional como
abogado.
En medio de la intensa
actividad, participaba de la Eucaristía; dedicaba tiempo a la oración y a la
contemplación, y la mantenía a lo largo de la jornada.
Para fortalecer su
espiritualidad, ingresó a la Congregación Mariana de Señor San José y a la
venerable Orden Tercera Franciscana Seglar, cuya ascesis lo nutrió.
Con el propósito de
ofrecer a los católicos criterios para refutar el discurso cada vez más
agresivo de los carrancistas y demás revolucionarios norteños, quienes habían
incluido en la nueva Constitución algunas disposiciones que lesionaban los
privilegios clericales, fundó y editó el 1º de julio de 1917, el Semanario
católico "La Palabra". Fustigó desde esta tribuna los atropellos de
los anticlericales y la débil resistencia opuesta hasta entonces por los
católicos. También publicó por estos días su primer libro, "Ensayos",
una colección de discursos y conferencias, prologadas por Efraín González Luna.
Ese mismo año, una
enmienda a la Constitución Federal declaró inválidos los créditos escolares
expedidos por planteles académicos no reconocidos por el Estado. A los 30 años
de edad, Anacleto se encontró en la disyuntiva de desistir en su propósito de
obtener un grado académico, o empezar sus estudios de nuevo. Eligió esto
último; una a una, revalidó las asignaturas dispuestas por los planes de
estudio oficiales. Cinco años invirtió en acreditar con nota suprema todas las
materias requeridas para obtener el título de abogado, reconocido por las
autoridades estatales.
A partir de 1918, se
ostentó como el jefe nato de los católicos jaliscienses, acrisolado en la
adversidad. El título se lo ganó en julio, cuando al ser promulgados por el
Congreso del Estado los decretos anticlericales números 1913 y 1927, él
encabezó la resistencia que echó por tierra ambos preceptos.
En este año, además de sus
clases particulares, de asistir a las cátedras de su facultad, de colaborar
intensamente en la integración de los sindicatos católicos, quiso seguir
atendiendo los círculos de estudio de la ACJM. Dictó conferencias y discursos y
escribió múltiples artículos periodísticos en los Semanarios "La
Época", "El Obrero", "Restauración" y, por supuesto,
en "La Palabra". Si se añade a esta actividad febril la revalidación
de sus estudios de bachillerato y de leyes, su afán por leer todo tipo de
literatura con tal de que lo acerque al pensamiento contemporáneo, sus
denodados empeños por resistir los embates gubernamentales en contra de la
libertad religiosa, y su pobreza, mantenida en los límites del decoro, deberá
concluirse que tenacidad semejante no podría existir sin una raíz vital más
honda que la ambición humana; una visión sobrenatural capaz de iluminar todas
las circunstancias de la vida como parte de un proyecto trascendente.
A pesar de las
ocupaciones ya mencionadas, el afecto se dio su debido lugar, pues de este
tiempo data su relación de noviazgo con la que será su esposa, María Concepción
Guerrero Figueroa, una pobre hospiciana, sin padres conocidos, sostenida por la
caridad de la señorita Apolinaria Camacho Moya, hermana del sacerdote Vicente
María, de los mismos apellidos. Durante los cuatro años que anteceden a su
matrimonio todos los días recibió la novia -Concha- una encendida esquela de su
enamorado.
Colaborador
fiel de su obispo
El 22 de julio de 1918
midieron sus fuerzas el gobierno y los radicales católicos. Ese día, ante
centenares de manifestantes, González Flores increpó al gobernador del Estado,
general Manuel Macario Diéguez, quien desde el balcón del Palacio de Gobierno
había pretendido desentenderse de la multitud dirigiéndoles unas pocas y
virulentas palabras.
A partir de esa fecha y
durante ocho meses, mantuvieron algunos católicos una férrea resistencia a las
disposiciones aludidas, acciones coordinadas en buena medida por Anacleto,
apoyado por los jóvenes del ACJM y por mujeres y adultos de toda clase. El arma
de mayor efecto, la que más frutos produjo, fue el boicot económico, cuyos
efectos además de conmocionar la economía del Estado, revitalizaron la
identidad de algunos católicos jaliscienses. En los primeros meses de 1919, el
gobierno del Estado se vio forzado a derogar, por presiones, los controvertidos
decretos.
En marzo de ese 1919,
durante la inauguración de un nuevo centro de la ACJM, en la ciudad de México,
triunfó como orador. Hombre de su tiempo, en la trabazón de sus discursos se
descubren las virtudes y aún los defectos de la época: "ampulosidad,
redundancia y artificio", pero, por encima de éstos, campean la fuerza de
su verbo, la honestidad y la coherencia de vida.
En la tercera década del
siglo XX, la vocación intelectual de Anacleto, a fuerza de hacer acopio,
produce síntesis; un reguero de iniciativas; sus discípulos y amigos lo
admiran, lo respetan y lo obedecen. Es recordado por figuras tales como Efraín
González Luna, Agustín Yáñez, Antonio Gómez Robledo, Heriberto Navarrete y
Jorge Padilla, por decir algunos nombres.
Anacleto, como ávido
lector, cuenta entre sus autores a William Shakespeare, Rolland, Ibsen,
Friedrich Nietzsche, Rodó y muchos más. Con este acervo, pudo elaborar una muy
particular visión del cosmos, la llamada Filosofía de la resistencia, cuya
novedad consiste en ofrecer los postulados de una contrarrevolución que no sea
"una revolución al contrario sino lo contrario de una revolución".
Quiso colaborar con lo
que llamaba la "instauración del reinado de Cristo"; por ello apeló a
cualquier estrategia conveniente, por ejemplo, algo inédito para su época,
otorgar a la mujer un lugar destacadísimo en el desempeño de actividades
sociales estratégicas.
Su proselitismo no
conoció límites. Formaba, sin caer en lo chocarrero, amenos corrillos con
albañiles, operarios y labradores. Con los humildes, bien dotado de oportunas
anécdotas, aderezadas con el lenguaje coloquial y llano de su infancia; las
oportunas sugerencias del antiguo rebocero, maestro de obras, panadero,
quincallero, eran escuchadas con interés y conquistaban al más variado
auditorio; a la vez, matizaban la invitación, el consejo o la prédica.
Fue aprehendido el 10 de
julio de 1919 junto con Pedro Vázquez Cisneros y Jorge Padilla, directivos de
la ACJM de Guadalajara.
Un año después, en 1920,
se afilió a la sociedad secreta "Unión de Católicos Mexicanos", —la
U— o "la Base", de la que sería director en Jalisco, creada por Luis
María Martínez, entonces presbítero de la diócesis de Morelia y años más tarde
arzobispo de México. El episcopado de aquel tiempo supo de la existencia de esa
sociedad secreta, al que pertenecieron muchos sacerdotes y destacados
católicos. Por tratarse de una asociación de resistencia católica, por la
seguridad tanto de sus afiliados como por la salvaguarda de sus objetivos y de
sus estrategias, la U mantuvo en secreto sus actividades, emparentándose, al
menos en el hermetismo, prohibidas por el Código de Derecho Canónico.
Habiéndose radicalizado las posturas de algunos de sus miembros y desarticulado
por grupos Jesuitas, el Papa Pío XI decretó su extinción en 1929.
En abril de 1922 alcanza
su título y su licencia como abogado. A su despacho de abogado acudían algunos
pobres a solicitar sus servicios, por los que se abstenía de cobrar; hasta
llegó a brindar ayuda económica.
Vida
conyugal
El 17 de noviembre de
1922, en la capilla de la ACJM, contrajo matrimonio con María Concepción
Guerrero Figueroa. El matrimonio fue asistido canónicamente por el arzobispo de
Guadalajara. Con todo, la huérfana sostenida por la caridad de los Camacho Moya
no estaba destinada a ser la esposa que esperaba. Los nuevos esposos se
establecieron en la Capilla de Jesús, una antigua barriada de Guadalajara. Las
ilusiones de la esposa por alcanzar prestigio social y comodidades no tardaron
en chocar con la sobriedad de su marido, quien acercaba al hogar lo necesario
para garantizar una vida digna, pero excluía lo superfluo. A los reproches de
su esposa respondía con mesura; sus palabras más que indignación expresaban
cariño y tolerancia.
Clausura
del Seminario Conciliar
En diciembre de 1924, el
titular del poder ejecutivo local, J. Guadalupe Zuno, ordenó la clausura del
Seminario Conciliar de Guadalajara. Para oponerse a la avalancha de agresiones
sistemáticas del Gobierno en contra del cierre del Seminario, organizó un
Comité de defensa, germen de lo que será la última obra de González Flores, la
Unión Popular, creada a principios de 1925, siguiendo los pasos de la
Volksverein, de Ludwig Windthorst, en la Alemania de Bismarck. Los jóvenes de
la ACJM fueron los primeros en sumarse a este esfuerzo. Se trató de activar a
todos los católicos del Estado de Jalisco y de sus alrededores, aplicando un
estatuto simplísimo que comprometiera al mayor número posible de personas. Las
poblaciones se dividieron en parroquias, zonas y manzanas, cada cuá con sus
respectivos jefes, todos coordinados por Anacleto. Como órgano de difusión de
la Unión Popular, creó el Semanario Gladium, que en pocos meses alcanzó un
tiraje de cien mil ejemplares distribuidos por correos propios.
La
insurrección cristera
Gracias a la disciplina
y ejemplo de civilidad de Anacleto, la Unión Popular cundió dentro y fuera de
la diócesis; Los Militantes de la ACJM fueron enviados al interior del Estado
portando tan solo una carta de presentación del Arzobispo Francisco Orozco y
Jiménez y las instrucciones básicas para establecer en todos los lugares la
Unión Popular. Las mujeres, elemento humano tradicionalmente pasivo en la vida
pública, ajeno al quehacer social y político, se organizaron en las Brigadas
femeninas, con resultados inesperados.
En mayo de 1925, la
Santa Sede condecoró a Anacleto con la cruz Pro Ecclesia et Pontífice.
Entretanto, en la Ciudad
de México, un grupo de católicos, para contrarrestar al gobierno de Calles,
dieron vida a la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa.
González Flores fue un
ideólogo de esa lucha donde se satanizaba la revolución, en particular la
mexicana, como parte de una trilogía, que propagaba, era necesario destruir a
la masonería, el judaísmo y el protestantismo.
En 1926 "La
Liga" le ofreció una fuerte suma a corto plazo, junto con los optimistas
informes que le dieron respecto a los millones de pesos con que contarían
provenientes de los Caballeros de Colón, de compañías petroleras, y de algunos
prelados estadounidenses. La Unión Popular implementó una táctica de
resistencia pacífica similar a la utilizada en 1918: boicot económico,
manifestaciones públicas de luto, aislamiento y repudio al Gobierno.
En 1926, el presidente
Plutarco Elías Calles, general revolucionario, promovió la reglamentación del
artículo 130 de la Constitución a fin de contar con instrumentos más precisos
para ejercer los severos controles que la Constitución de 1917 estableció como
parte del modelo de sujeción de las iglesias al Estado aprobado por los
constituyentes. Estos instrumentos buscaban limitar o suprimir la participación
de las iglesias en general en la vida pública
Ante esta perspectiva,
después de haber agotado todos los recursos ordinarios de índole legal y moral,
el Episcopado Mexicano, en conformidad con la Santa Sede, determinó suspender
el culto público en todas las diócesis de México. Se notificó a los creyentes
la decisión y se procedió conforme a ella.
En las últimas semanas
de 1926, los emisarios de la Liga presentaron un ultimátum a González Flores: o
la Unión Popular apoyaba la decisión de "todos" los grupos católicos
de México, o quedaría fuera de esta confederación, para escándalo y división de
la causa. Se le presentaron todos los argumentos: la lícita defensa, el apoyo
tácito de los Obispos, la condescendencia de la Santa Sede, la solidaridad de
las naciones. Para allanar dificultades, la Liga le propuso nombrarlo delegado
de la asociación para el Estado de Jalisco.
Un abanico de
posibilidades pero solo una salida honrosa: aceptar la propuesta de la Liga, la
resistencia. Hecha su elección, solo pudo exclamar: “Estaré con la Liga y
echaré en la balanza todo, lo que soy y lo que tengo. Mezclados como van a
quedar, demasiado lo sé, en el torbellino de una lucha que recomendamos hoy,
acudiendo a la razón de la fuerza, Dios haga fructificar este sacrificio
colectivo. No quisiera que alguno estuviera engañando acerca del alcance que
tiene esta invitación: los convido a sacrificar su vida para salvar a México”
*(Es necesario citar la fuente).
A fines de diciembre de
1926, Anacleto convocó a una reunión plenaria de jefes de la Unión Popular.
Llegaron a Guadalajara representantes de todos los puntos, y a nadie extrañó la
resolución tomada, es más, muchos la esperaban con ansia: los jóvenes ilusos y
apasionados, incontenibles, sin preparación bélica, sin armas ni pertrechos,
sin estrategias. Después de la convención, se dispuso que en los primeros días
del mes de enero iniciaría una guerra de guerrillas. Anacleto aceptó la
jefatura civil de la resistencia, a Miguel Gómez Loza se dio la tarea de formar
programas de acción, así como organizar a los grupos armados de cristeros que
brotaban por todos lados de la región; como secretario quedó el también
nombrado jefe de la Unión Popular, Heriberto Navarrete.
Conforme a lo planeado,
las escaramuzas y ofensivas contra la autoridad constituida comenzaron en los
primeros días de enero de 1927. Lo simultáneo de los asaltos impidieron al
ejército sofocar el conato de guerra civil. Desde la capital del Estado, en
refugios solo conocidos por unos cuantos, Anacleto se enteraba de las acciones,
distribuía los recursos y exhortaba a la unidad. “Gladium” era el vehículo de
comunicación para todos. A través de esta publicación, la voz del jefe llega a
las barrancas, los campamentos y en las poblaciones. Su discurso se tornó
combativo. Ya no exhortaba, exigía a los católicos apoyar sin reservas y con
heroísmo la defensa de la Iglesia católica. El apoyo de las brigadas femeninas
fue la clave para distribuir el material bélico. El venal jefe de las
Operaciones Militares en Jalisco, general de división Jesús María Ferreira,
medró con la situación, en el estado de la situación no podía mantenerse en
esas condiciones indefinidamente. Las autoridades civiles de Jalisco sintieron
amenazadas sus posiciones cuando de la metrópoli llegaron admoniciones con
tonos cada vez más severos, exigiendo sofocar la resistencia de los radicales
católicos.
Ejecución
El 1 de abril de 1927
fue fusilado. Días antes había encontrado refugio en la casa de la familia
Vargas González, en calle Mezquitán 4051,
Guadalajara. Tras cuidadosas pesquisas, los agentes del gobierno supieron su
paradero y planearon aprehender en un solo acto a algunos católicos
representativos. Además de Anacleto, fueron detenidos Luis Padilla Gómez,
secretario de la Unión Popular; Heriberto Navarrete, encargado de la misma;
Miguel Gómez Loza, don Ignacio Martínez, el joven Agustín Yáñez, Antonio Gómez
Palomar y su hijo Antonio Gómez Robledo y muchos más.
La captura de Luis
Padilla Gómez la dirigió el general Ferreira; la de Anacleto se la encomendó al
jefe de la policía del estado, Atanasio Jarero. Yáñez, Gómez Loza y Navarrete,
puestos a salvo oportunamente, no fueron tomados presos, aunque este último lo
sería en la Ciudad de México.
Sitiada la casa de los
Vargas González, se procedió al arresto de los moradores y al saqueo de la
vivienda. Anacleto fue despertado por las voces de alerta de sus huéspedes, se
enfundó en su overol de obrero, su última prenda, corrió al patio de la casa,
que advirtió sitiado, regresó al interior y, oculto bajo una mesa, destruyó la
documentación más comprometedora. Ninguno de los moradores de la casa portaba
un arma. Se arrestó a toda la familia. Los hermanos Florentino, Jorge y Ramón
Vargas González fueron trasladados al Cuartel Colorado; Anacleto a la Dirección
General de Operaciones Militares; a las mujeres se les encerró en la que fuera
Casa Episcopal, convertida ahora en Inspección de Policía. Una vez
identificados, se remitió a los Vargas González al Cuartel Colorado.
El general Ferreira,
urgido por mandato directo de la Presidencia de la República, necesitaba
ejecutar cuanto antes a los reos. Ordenó, pues, torturar a Anacleto recurriendo
a un refinado suplicio, entonces en boga: suspenderlo de los pulgares,
flagelarlo, descoyuntarle los dedos y herirle las plantas de los pies. Un golpe
brutal de fusil casi le desencajó el hombro. Ferreira quería saber nombres de
personas comprometidas con la resistencia, centros de acopio, procedencia de
recursos, pero, sobre todo, el paradero del arzobispo Francisco Orozco y
Jiménez.
La noticia de la captura
corrió toda por la ciudad. Un numeroso grupo de personas se agrupaba en las
calles aledañas al Cuartel Colorado. Un funcionario público, el magistrado
Francisco González, emparentado con los Vargas González, obtuvo el amparo de la
Justicia Federal en favor de los reos, sin embargo, la sentencia era
irrevocable y urgía cumplirla antes de que los católicos protestaran a su modo.
A las dos de la tarde,
tras liberar a Florentino, uno de los hermanos Vargas González, los otros
prisioneros fueron conducidos al paredón; tras un simulacro de juicio sumario,
acusados del secuestro y asesinato del ciudadano estadounidense E. Wilkins, se
les condenó a sufrir la pena capital. Las versiones de la ejecución que
proporcionan las diversas fuentes, indican que primero fueron pasados por las
armas Luis Padilla Gómez, Jorge y Ramón Vargas González; quedando con vida
solamente Anacleto dijo: "el juez que me juzgue a mí también los juzgará a
ustedes". Ferreira, ordenó a un soldado lo apuñaleara por la espalda, con
bayoneta, perforándole los pulmones. Los certificados de defunción de los
ejecutados, asentados la mañana siguiente en distintas partidas, indican que
murieron de "herida de bala" en domicilios distintos. En el margen
derecho de dos de estos documentos aparece, la firma del Gobernador de Jalisco,
Silvano Barba González.
González Flores fue
fusilado acusado de asesinar a soldados federales.
En el cadáver de
Anacleto se pudieron evidenciar las marcas de los azotes, los pulgares
descoyuntados, las plantas de los pies con escoriaciones profundas, el hombro
dislocado y la tremenda puñalada que le costó la vida.
Una ambulancia,
estilando sangre, trasladó los despojos de los caídos al patio de la Inspección
de Policía, donde se les arrojó en el patio. Una turba de curiosos pudo
atestiguar la escena. Ferreira, muy turbado, se apersonó en el lugar; exigía
continuaran los arrestos. La cacería ciertamente continuó; por órdenes de
Ferreira fueron arrestados y fusilados algunos católicos prominentes, entre
ellos los hermanos Ezequiel Huerta Gutiérrez y Salvador Huerta Gutiérrez, estos
dos últimos, padres de familia, fieles colaboradores a la causa, y que además
escondían a dos sacerdotes, sus hermanos José Refugio y Eduardo. Los hermanos
Huerta Gutiérrez fueron fusilados bajo la orden del General Jesús M. Ferreira
la madrugada del 3 de abril de 1927 sin juicio alguno, tras una tortura similar
a la recibida por Anacleto González Flores.
Los maltratados hombres,
golpeados y torturados a sangre fría, fueron guiados con pies descalzos y sin
piel en las plantas, desde las oficinas de la comandancia de policía ubicada en
el centro de la ciudad de Guadalajara hasta el Panteón de Mezquitán, donde
finalmente fueron pasados por las armas. Sus cuerpos fueron sepultados allí
mismo, sin lápida ni marca y no se supo de ellos hasta varios años más tarde,
cuando hijos de los fallecidos se dieron a la tarea de buscar el lugar donde
fueron sepultados. Sus restos actualmente reposan en la parroquia de Jesús en
Guadalajara, muy cerca del Santuario de Guadalupe donde, en una capilla,
reposan los restos de Anacleto González Flores.
La tarde del viernes 1
de abril, se permitió a los deudos de los occisos disponer de sus restos
mortales. Toda la noche, a pesar del riesgo que eso suponía, centenares de
personas visitaron el domicilio familiar de Anacleto, y el de las otras
víctimas. Por la mañana, miles de tapatíos, acompañaron los restos a su tumba,
en el panteón de Mezquitán. En el camino se vitoreó tanto al fallecido como a
la causa que defendía, a la religión, a la Iglesia, al Papa y a los obispos.
Los policías no se atrevieron a intervenir.
Semanas más tarde, el
general Jesús M. Ferreira fue removido de su cargo. En 1929, durante el
interinato del presidente Emilio Portes Gil, se le degradó. Murió en 1938. Por
ironía de la vida, aunque murió en el estado de Sinaloa, fue sepultado en el
cementerio municipal de Guadalajara, muy cerca de los restos de quienes fueron
asesinados por mandato suyo.
Después
de su muerte
La muerte de Anacleto
legitimó la inconformidad de algunos católicos, expresada en la resistencia
activa.
En ediciones póstumas
aparecieron dos selecciones de sus artículos periodísticos: Tú Serás Rey y El
Plebiscito de los Mártires. Se reeditaron sus Ensayos, aparecidos por primera
vez en 1917.
En abril de 1947, al
cumplirse veinte años de su muerte, sus restos fueron trasladados al Santuario
de Guadalupe de Guadalajara, donde reposan.
Fue beatificado el 20 de
noviembre de 2005 en el Estadio Jalisco de la ciudad de Guadalajara, junto con
otros compañeros mártires por la misma causa. Entre ellos Miguel Gómez Loza,
José Luciano Ezequiel Huerta Gutiérrez, J. Salvador Huerta Gutiérrez, Luis
Magaña Servín, José Dionisio Luis Padilla Gómez, Jorge Ramón Vargas González,
Ramón Vicente Vargas González, José Sánchez del Río, Leonardo Pérez Larios.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Anacleto_Gonz%C3%A1lez_Flores
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