Francisco de Quevedo

Quevedo nació en Madrid, en el seno de una familia de hidalgos provenientes de la aldea de Vejorís (Santiurde de Toranzo), en las montañas de Cantabria. Fue bautizado en la parroquia de San Ginés el 26 de septiembre de 1580. Nació cojo, con ambos pies deformes y una severa miopía; quizá por ello pasó una infancia solitaria y triste (origen del "desgarrón afectivo" del que habló a su respecto el crítico Dámaso Alonso) en la Villa y Corte, rodeado de nobles y potentados, ya que sus padres desempeñaban altos cargos en Palacio, soportando las pullas de otros niños y entregándose compulsivamente a la lectura. Su madre, María de Santibáñez, era dama de la reina, y su padre, Pedro Gómez de Quevedo, era el secretario de la hermana del rey Felipe II, María de Austria, y más tarde lo fue de reina Ana de Austria, cuarta esposa de rey Felipe. Pero Quevedo tuvo que superar muy pronto una amargura mayor quedándose huérfano de padre a los seis años (1586), de forma que le nombraron por tutor a un pariente lejano, Agustín de Villanueva; en 1591, además, cuando contaba once años, falleció su hermano Pedro.

 

De precoz inteligencia, lo llevaron al Colegio Imperial y entre 1596 y 1600 estudió lenguas clásicas, francés, italiano, filosofía, física, matemáticas y teología en la Universidad de Alcalá, sin llegar a ordenarse. El 4 de octubre de 1599 no se presentó a recoger su título de bachiller, tal vez porque viajó a Sevilla y a Osuna en compañía de don Pedro Téllez Girón, futuro duque de Osuna; no lo hizo sino hasta el 1 de junio de 1600.

 

Entre 1601 y 1605 estudia en la Universidad de Valladolid. Es un lugar común que durante la estancia de la Corte en Valladolid circularon los primeros poemas de Quevedo que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora bajo seudónimo (Miguel de Musa) o no, y el poeta cordobés detectó con rapidez al joven que minaba su reputación y ganaba fama a su costa, de forma que decidió atacarlo con una serie de poemas; Quevedo le contestó y ese fue el comienzo de una enemistad que no terminó hasta la muerte del cisne cordobés, quien dejó en estos versos constancia de la deuda que Quevedo le tenía contraída.

 

No obstante, Antonio Carreira o Amelia de Paz dudan de que dicha enemistad durase demasiado y sostienen que esas controversias eran ejercicios habituales en la poesía barroca; Góngora nunca nombra a Quevedo y las atribuciones de las sátiras de uno y otro son bastante dudosas; a la muerte de Góngora, Quevedo era un escritor casi inédito (pese a lo cual circulaban muchas copias manuscritas) y, por lo tanto, según el profesor Antonio Carreira, tal enemistad nunca pudo prolongarse demasiado tiempo más allá del desacuerdo entre el estilo conceptista que asumía Quevedo y el culterano que difundía Góngora, verdadera fuente de la mayor parte de estas sátiras, cuya pieza más representativa, Aguja de navegar cultos. Con la receta para hacer "Soledades" en un día (1625), apenas se entretiene en ataques personales.

 

Durante su vida estudiantil, escribió en castellano algunos opúsculos burlescos, desvergonzados y de mal gusto, de los que luego renegaría pero que entonces le hicieron muy popular a través de copias manuscritas que terminaron por abrumar a su autor, quien se vio obligado a denunciarlas a la Inquisición no ya para impedir que se difundieran, sino para evitar también que se hicieran ricos a su costa los impresores que empezaron a llevarlas a letra impresa. El opúsculo más ingenioso y menos procaz es, sin duda, las Cartas del caballero de la Tenaza, donde se hallan muchos saludables consejos para guardar la mosca y gastar la prosa (h. 1606), en que un hidalgo tacaño ofrece todo tipo de excusas por escrito para no dar dinero o regalos a su amante. También se aproximó a la prosa escribiendo como juego cortesano, en el que lo más importante era exhibir ingenio, la primera versión manuscrita de una novela picaresca, La vida del Buscón, algunos de cuyos pasajes llegan al expresionismo y han pasado a la historia del humor negro; se degrada en esta obra, escrita bajo el punto de vista de un aristócrata, a un pobre desclasado que termina su carrera de intentos de ascender de condición social matando a una persona y teniendo que emigrar a América para evitar la persecución.

 

En 1601 fallece su madre, María Santibáñez. Hacia 1604 intenta explorar nuevos caminos métricos creando un libro de silvas que no terminó, a imitación de las de Publio Papinio Estacio, combinando versos de siete y once sílabas libremente. En 1605 fallece su hermana María.

 

Vuelta la Corte a Madrid, arriba a ella Quevedo en 1606 y reside allí hasta 1611 entregado a las letras; escribe cuatro de sus Sueños, empezando por el "Sueño del Juicio final", que no llegarán a imprimirse sino en 1627, y diversas sátiras breves en prosa; obras de erudición bíblica como su comentario Lágrimas de Jeremías castellanas; una defensa de los estudios humanísticos en España, la España defendida y una obra política, el Discurso de las privanzas, así como lírica amorosa y satírica. En 1610, año en que el Duque de Osuna es nombrado virrey de Sicilia, el dominico Antolín Montojo deniega a Quevedo la autorización para imprimir el Sueño del Juicio final.

 

Completa el número de sus Sueños y redacta tratados políticos como Política de Dios, morales como Virtud militante y dos sátiras extensas: Discurso de todos los diablos y La hora de todos. Por entonces se publica Venganza de la lengua española contra el autor de Cuento de cuentos (Huesca, 1626) de un tal Juan Alonso Laureles, probablemente pseudónimo, que ataca al escritor; ni este ni su entorno responderán, sin embargo. Sí tomó parte muy activa en la controversia sobre el patronato de España con dos obras: Memorial por el patronato de Santiago y Su espada por Santiago, 1628.

 

En 1622 había vuelto a ser desterrado brevemente a la Torre, pero la entronización de Felipe IV supuso para Quevedo el levantamiento de su castigo, la vuelta a la política y grandes esperanzas ante el nuevo valimiento del conde duque de Olivares, cuya amistad supo ganarse trabajando como libelista para él. Quevedo acompaña al joven rey en viajes a Andalucía (1624) y Aragón (1626), algunas de cuyas divertidas incidencias cuenta en interesantes cartas. El 24 de marzo de 1624 una nota de la Junta de reformación de costumbres señala que una mujer llamada Ledesma "estaba amancebada con don Francisco de Quevedo y tienen hijos". El 25 de septiembre muere en prisión don Pedro Téllez-Girón, y Quevedo lo lamenta en unos célebres sonetos. En 1627 Quevedo escribe en adulación al Conde-Duque su comedia Cómo ha de ser el privado. Pero su enfrentamiento con los carmelitas a causa de la cuestión del patronazgo se vuelve cada vez más virulento; a fines de febrero de 1628 escribe su Memorial por el patronato de Santiago y se imprime en Madrid con tanto éxito como el Buscón o los Sueños, y es de nuevo desterrado a la Torre, aunque en diciembre le autorizan a volver de nuevo a la Corte; Quevedo intenta congraciarse con el Conde-Duque dedicándole el 21 de julio de 1629 su edición de las Obras poéticas de fray Luis de León. En el prólogo se contiene un nuevo ataque contra los gongorinos patrocinados por el Duque de Lerma:

En todas lenguas aquellos solos merecieron aclamación universal, que dieron luz a lo oscuro, y facilidad a lo dificultoso; que oscurecer lo claro, es borrar, y no escribir, y quien habla lo que otros no entienden, primero confiesa que no entiende lo que habla

 

Las reformas económicas del nuevo valido pronto suscitaron oposición, y Quevedo compuso en su defensa, bajo el nombre de "Licenciado Todosesabe", El chitón de las taravillas (Huesca, enero de 1630). Lope de Vega escribió escandalizado al Duque de Sessa:

Es lo más satírico y venenoso que se ha escrito desde el principio del mundo, y bastante para matar a la persona culpada, que lo debía ser mucho, pues dio tal ocasión.

Por otro lado, lleva una vida privada algo desordenada de solterón: fuma mucho, frecuenta las tabernas (Góngora le achaca ser un borracho consumado y en un poema satírico se le llama don Francisco de Quebebo) y frecuenta los lupanares, pese a que vive amancebado con la tal Ledesma. Sin embargo, es nombrado incluso secretario del monarca, en 1632, lo que supuso la cumbre en su carrera cortesana. Era un puesto sujeto a todo tipo de presiones: su amigo, el Duque de Medinaceli, es hostigado por su mujer para que lo obligue a casarse contra su voluntad con doña Esperanza de Mendoza, señora de Cetina, viuda y con hijos, y el matrimonio, realizado en 1634, apenas dura tres meses. Lleva una activa vida cultural y amista con el militar y escritor hispanoportugués Francisco Manuel de Melo, con el que intercambia un intenso epistolario; Melo corresponderá de forma póstuma convirtiéndolo en un personaje de su diálogo Hospital de letras (1657).

 

En 1635 aparece en Valencia el más importante de uno de los numerosos libelos destinados a difamarle, El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres, publicado bajo un pseudónimo que tal vez encubre a uno de sus numerosos enemigos, Luis Pacheco de Narváez. Además, el poeta Juan de Jáuregui escribe un Memorial a Felipe IV en ese mismo año en que ataca también a Quevedo e imprime también su comedia El retraído (Barcelona, Sebastián de Comellas, 1635) donde atacaba La cuna y la sepultura publicada un año antes. En esta comedia El retraído el personaje del Censor ataca cada uno de los puntos sostenidos por Quevedo en su obra, intentando demostrar que es hereje, la inspiración diabólica de la obra y su ataque contra los privados, a los que considera indignos, condenando su enriquecimiento ilícito; también le parece que su piedad cristiana es falsa, porque encubre sátira; es más, manipula los textos que cita; Jáuregui incluso desciende a mencionar sus pleitos con la Torre de Juan Abad (a quien hace personaje de la obra) y su participación en la conjura de Venecia y menciona su escaso conocimiento del griego; indudablemente, no parece casual que esta comedia se publicara al mismo tiempo que El tribunal de la justa venganza. En 1636 se separa de su mujer, que fallecerá en 1641 y, muy desengañado, escribe su fantasía moral La hora de todos y la Fortuna con seso.

 

El 7 de diciembre de 1639, con motivo de un memorial aparecido bajo la servilleta del rey Sacra, católica, real Majestad..., donde se denuncia la política del Conde-duque, por el procedimiento de orden reservada se le detuvo en casa del VII duque de Medinaceli, se confiscaron sus libros y, sin apenas vestirse, es llevado al frío convento de San Marcos en León hasta la caída del valido y su retirada a Loeches en 1643. Quevedo se quejó de que no se le abrió proceso ni tomó declaración alguna en la dedicatoria "A Juan Chumacero Carrillo" de su Vida de San Pablo (1644):

Nunca se me hizo cargo ni tomó confesión ni, después de mi soltura, se halló alguna cosa escrita jurídicamente...

Este tipo de detenciones se podían hacer mediante el procedimiento del absolutismo conocido como orden reservada. Quevedo mismo describió cuán dura fue su situación, enfermo como estaba de tuberculosis ósea:

«A 7 de diciembre, víspera de la Concepción de nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin una camisa, de sesenta y un años, a este con­vento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, en tierra donde todo el año es hibierno rigurosísimo, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad me las han visto cauterizar con mis manos; tan pobre, que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos».

 

En 1972 se demostró por una carta del conde-duque de Olivares al rey Felipe IV, encontrada por su biógrafo J. H. Elliot, que la acusación que pesaba sobre Quevedo fue hecha por su amigo el duque del Infantado: lo acusaba de ser confidente de los franceses. Saldría en junio de 1643 y poco después, en septiembre de 1645, murió. En el monasterio de San Marcos Quevedo se dedicó a la lectura, como cuenta en la Carta moral e instructiva, escrita a su amigo, Adán de la Parra, pintándole por horas su prisión y la vida que en ella hacía:

Desde las diez a las once rezo algunas devociones, y desde esta hora a la de las doce leo en buenos y malos autores; porque no hay ningún libro, por despreciable que sea, que no tenga alguna cosa buena, como ni algún lunar el de mejor nota. Catulo tiene sus errores, Marcus Fabius Quintilianus sus arrogancias, Cicerón algún absurdo, Séneca bastante confusión; y en fin, Homero sus cegueras, y el satírico Juvenal sus desbarros; sin que le falten a Egecias algunos conceptos, a Sidonio medianas sutilezas, a Ennodio acierto en algunas comparaciones, y a Aristarco, con ser tan insulsísimo, propiedad en bastantes ejemplos. De unos y de otros procuro aprovecharme de los malos para no seguirlos, y de los buenos para procurar imitarlos.

 

Quevedo era un escritor satírico, pero él mismo también era objeto de su misma crítica a través de un severo autocastigo psíquico de raíz religiosa y existencial. Medita profundamente sobre el tiempo y busca el consuelo de la filosofía estoica leyendo a Zenón de Citio, Epicteto y Séneca; en sus Salmos se encuentra la expresión más acendrada de este anhelo de pureza espiritual:

Un nuevo corazón, un hombre nuevo / ha menester, señor, el alma mía: / ¡desnúdame de mí, que ser podría / que a tu piedad pagase lo que debo!...

 

Pero Quevedo había salido ya del encierro en junio de 1643, achacoso y muy enfermo; tiene a su sobrino Alderete muy preocupado por su salud; en 1644 publica, no obstante, la Primera parte de la vida de Marco Bruto y La caýda para levantarse, el ciego para dar la vista, el montante de la Iglesia en la vida de San Pablo Apóstol. Por fin renuncia a la Corte para retirarse definitivamente en noviembre de ese mismo año a la Torre de Juan Abad. Es en sus cercanías (y tras escribir en su última carta que «hay cosas que sólo son un nombre y una figura») cuando fallece en el convento de los padres dominicos de Villanueva de los Infantes, el 8 de septiembre de 1645. Se cuenta que su tumba fue profanada días después por un caballero que deseaba tener las espuelas de oro con que había sido enterrado y que dicho caballero murió al poco en justo castigo por tal atrevimiento. En 2009, sus restos fueron identificados en la cripta de Santo Tomás de la iglesia de San Andrés Apóstol de la misma ciudad.


 

 Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Quevedo


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