Miguel Miramón
Nació en la Ciudad de
México el 29 de septiembre de 1832, en el seno de una familia acomodada,
descendiente del marqués de Miramón, quien murió al lado de Francisco I, y de
ascendencia francesa. Era hijo del coronel Bernardo de Miramón y de su esposa
Carmen Tarelo, quienes tuvieron, según parece, doce vástagos.
Miguel Miramón era,
según narra Luis Islas García «un chiquillo débil, soñador, voluntarioso e
inteligente». Miguel asistió al elegante Colegio de San Gregorio; en una
ocasión y aprovechando un descuido de los que cuidaban la puerta del colegio,
escapó en compañía de cuatro alumnos más y llegó hasta San Agustín de las
Cuevas, Tlalpan, deteniéndose a pedir alimento y trabajo en una casa que
resultó ser la del juez de Tlalpan, quien se encargó de regresarlos a sus
respectivas casas de la Ciudad de México.
El padre de Miguel
Miramón, furioso por la travesura, lo envió al Colegio Militar como castigo y
con la esperanza de así disciplinarlo; ingresó de manera oficial el 10 de
febrero de 1846 en las instalaciones del Castillo de Chapultepec.
Batalla
de Chapultepec
Cuatro meses después de
la entrada de Miramón al Colegio Militar, Estados Unidos le declaró la guerra a
México. Finalmente, el 12 y 13 de septiembre del año siguiente se libró el
enfrentamiento decisivo entre las fuerzas mexicanas y las estadounidenses en la
batalla de Chapultepec. Entre las tropas mexicanas, se encontraba Miguel
Miramón en compañía de casi cincuenta cadetes más. Sobrevivió, fue hecho
prisionero de guerra y luego liberado el día 29 de febrero de 1848, junto a
otros prisioneros. El 11 de noviembre de 1847, recibió la medalla en honor a
los defensores de la batalla de Chapultepec, según el listado entregado por
Manuel Azpilcueta y autorizado por Mariano Monterde; apareció el lunes 16 de
octubre de 1848 en El Correo Nacional del Superior Gobierno de la República
Mexicana. Miguel Miramón pasó en total seis meses como prisionero de guerra de
los estadounidenses y fue liberado tras la firma del Tratado de Guadalupe
Hidalgo, de desastrosas consecuencias para México. Según dice Islas García, ese
tiempo fue definitivo en la formación de su carácter. Parece ser que fue en ese
momento cuando Miramón se decidió de manera definitiva por la carrera de las
armas. Luego de su liberación, regresó inmediatamente al Colegio Militar, en el
que sobresalió por su gran disciplina y pericia.
Inicios
en el ejército mexicano
En 1851 fue nombrado
teniente de artillería y más tarde en 1853 ascendido a capitán del Segundo
Batallón Activo de Puebla y en ese mismo año comandante del Batallón Activo de
la Baja California. Estos nombramientos se debían a la muy alta disciplina de
Miramón, que lo hacían muy recomendable. No obstante, estuvo a punto de perder
su prestigio a causa de una riña con un civil en 1855, pero el asunto no pasó a
mayores.
Ese mismo año participó
en las batallas de Mescala, Xochipala y del Cañón del Zopilote, a las órdenes
del general Landa, en oposición a los rebeldes del Plan de Ayutla, que tenía
como propósito quitar de la presidencia al general Antonio López de Santa Anna.
Consiguió un ascenso más durante la batalla de Tepemajalco, en la cual tuvo una
actuación muy destacada. Finalmente, los rebeldes triunfaron, Santa Anna huyó
del país y quedó como presidente Juan Álvarez, general y líder de los
revolucionarios, y más tarde Ignacio Comonfort. El cambio no afectó a Miramón,
quien había servido a Santa Anna por no estar de acuerdo con las ideas
liberales, y fue nombrado por el nuevo Gobierno teniente coronel permanente en
el Undécimo Batallón de Línea.
Rebelión contra el
gobierno de Ayutla y unión a los conservadores
Las medidas liberales
del gobierno de Ayutla causaron molestias entre la gente partidaria de las
ideas conservadoras, protestando varias personas. En diciembre de 1855, un
grupo de conservadores liderados por el general Antonio de Haro y Tamariz
proclamaron el Plan de Zacapoaxtla en el pueblo del mismo nombre; en este se
declaraba que «la revolución iniciada contra el gobierno de Santa Anna fue
altamente nacional, siendo las principales causas de ella la falta de garantías
para los civiles, el exclusivismo, entre otras cosas, que el actual gobierno
presentaba los mismos vicios y que el actual presidente no había sido elegido
por la voluntad nacional falseándose, por lo tanto la causa de la revolución».
Esta acción terminaba proclamando las bases orgánicas de 1843 en lo que se
elegía nuevo presidente. Miramón había sido enviado junto con su batallón a las
órdenes del coronel Benavides a combatir a los rebeldes, pero Miguel Miramón
decidió en compañía de los demás oficiales del batallón destituir a Benavides y
unirse a los de Zacapoaxtla. Ya se habían unido para entonces otros militares
como Luis G. Osollo, Severo del Castillo, entre otros. También estaba con el su
hermano Joaquín. Los rebeldes mandados por De Haro y Tamariz ocuparon Puebla
con un ejército de 3000 hombres y se enfrentaron a Comonfort en las batallas de
Texmelucan y Ocotlán.
Derrotados, tuvieron que
regresar a la ciudad de Puebla resistiendo varios días al interior de ella para
finalmente rendirse, puesto que el ejército de Comonfort había rendido cuadra
por cuadra, quemando buena parte de la ciudad (Jan Bazant, Antonio de Haro y
Tamariz, sus aventuras políticas). El gobierno les ofreció a los rebeldes la
oportunidad de permanecer en el ejército como soldados rasos (lo cual era considerado
como una deshonra) o retirarse del ejército y salir del país. Miramón optó por
lo segundo dejando el ejército, pero sorpresivamente no salió del país, sino
que se escondió en secreto. Regresó entonces a Puebla y con un grupo de 50
oficiales, entre ellos Francisco Vélez, Leonidas de Campo y Santiago
Montesinos, tomó la plaza de Puebla, uniéndose a ellos la mayoría de las tropas
de la ciudad y varios civiles. Al frente se puso el general Joaquín Orihuela,
teniendo como segundos a Vélez y Miramón. Por su debilidad no pudieron hacer
ninguna acción ofensiva teniendo que encerrarse en la ciudad, siendo sitiados
nuevamente por el gobierno. Durante cerca de dos meses resistieron los
conservadores en esta acción que fue conocida como «Sitio de Orihuela», en alusión
a su líder. Miramón se hizo famoso allí por su gran valentía y capacidad de
mando. Finalmente, la ciudad cayó y Orihuela fue fusilado. Miramón logró
escapar y ponerse al frente un grupo de hombres combatiendo junto a varios
militares conservadores más como Tomás Mejía y Osollo. Logró entre otras cosas
tomar la ciudad de Toluca y más tarde la de Cuernavaca en las campañas
mexiquenses.
Guerra
de Reforma
En 1858, el general
Zuloaga proclamó en compañía de varios militares conservadores el Plan de Tacubaya;
a estos se unió Miramón. Luego de la repentina muerte del general Luis G.
Osollo en junio de 1858, Miramón se consolidó como caudillo de los
conservadores. Vencedor de los liberales en las batallas de Puerto de Carretas,
Barranca de Atenquique y Ahualulco, fue nombrado presidente interino por el
Partido Conservador en febrero de 1859. A partir del 6 de marzo de 1859, sitió
al Gobierno de Benito Juárez en Veracruz, pero la intervención de la marina
estadounidense, que capturó dos buques mexicanos en aguas mexicanas, le impidió
consumar la victoria. El 11 de abril de 1859, el jefe conservador Leonardo
Márquez derrotó al general liberal Santos Degollado en Tacubaya y se hizo con
doscientos prisioneros militares. Miramón le ordenó fusilar a los oficiales del
grupo. Miramón gobernó México en dos períodos, ambos como presidente interino:
su primer mandato fue del 2 de febrero de 1859 al 13 de agosto de 1860,
sucediendo a Manuel Robles Pezuela; el segundo mandato fue del 16 de agosto al
24 de diciembre de ese mismo año. Dos días antes, casi sin recursos, hizo un
último intento por salvar a su causa, pero fue batido por Jesús González Ortega
en la batalla de San Miguel Calpulalpan, dando fin a la guerra de Tres Años o
guerra de Reforma (1858-1861). Miramón renunció a la presidencia y abandonó el
país, rumbo a La Habana, Cuba.
El
Segundo Imperio
El gobierno republicano
de Benito Juárez se fortaleció con el apoyo estadounidense, pero los constantes
problemas económicos, las deudas contraídas con otros países, la anarquía
reinante y la ruptura definitiva entre la Iglesia y el Estado fueron
preocupación de los conservadores, quienes, sin el conocimiento de Miramón,
quien estaba ausente del país, buscaron ayuda en las Cortes españolas y francesas
para imponer una monarquía en México. Napoleón III, emperador de Francia,
obtuvo el apoyo de la mayoría de los conservadores mexicanos para lograr sus
designios imperialistas en México. Después de convencer a Maximiliano de
Habsburgo-Lorena, archiduque de Austria, para que se convirtiese en emperador
de México, invadió el país en 1862 con sus tropas expedicionarias. Al ocupar la
capital, dejó al Gobierno mexicano en precaria situación y huyendo de la
persecución francesa. Los conservadores volvieron al poder, pero el emperador
se mostró como un liberal moderado. Aunque opuesto a la Segunda Intervención
Francesa en México, Miguel Miramón, a instancias del arzobispo Antonio de
Labastida, regresó al país para ofrecer sus servicios al Imperio, presentándose
en la capital el 28 de julio de 1863. Maximiliano, receloso de su prestigio, lo
envió a Europa a estudiar táctica militar en Alemania.
Volvió en 1866, solo
para ver cómo el Imperio iba retrocediendo ante las fuerzas republicanas, que
contaban con la decisiva ayuda económica y material del Gobierno de los Estados
Unidos. Este país se recuperaba de la recién terminada guerra civil
estadounidense y volvía su mirada hacia México. El retiro del apoyo de Napoleón
III al Imperio, al ordenar a sus tropas regresar a Francia —ante la posible
intervención norteamericana directa—, contribuyó a que los republicanos
recuperasen rápidamente el territorio. Maximiliano, abandonado por Napoleón
III, finalmente se apoyó en los militares conservadores que había relegado, principalmente
en Miramón, para levantar un ejército mexicano que sostuviera su imperio, pero
era demasiado tarde. El emperador vaciló ante el consejo del general François
Achille Bazaine, quien, como muchos otros, le pedían que abdicara el trono y
regresara a Austria. Maximiliano pensó aceptar dicha recomendación y tuvo
serias dudas en hacerlo, pero pesó más su convicción de que un Habsburgo tenía
un sentido del honor que le impedía abandonar sus deberes; eligió quedarse en
México y seguir luchando en contra de los liberales. La incansable actividad de
Miramón rindió frutos, pues en poco tiempo organizó un respetable ejército de
alrededor de nueve mil hombres, del que se puso al mando el propio emperador.
En febrero de 1867, a
pesar de las fundadas objeciones de Miramón, el general Leonardo Márquez —con
quien Miramón tuvo graves dificultades— persuadió a Maximiliano para que
estableciese como base de operaciones la ciudad de Querétaro. Esta decisión fue
poco juiciosa, pues esa plaza presentaba mayores dificultades de defensa que la
sede de los poderes imperiales en la Ciudad de México, además de ser
susceptible de ser sitiada por completo, sin posibilidad de auxilio exterior,
como en efecto ocurrió a partir de marzo. Márquez, acompañado por Santiago
Vidaurri y Julián Quiroga, regresó a México con la encomienda de reclutar y
enviar refuerzos; en Querétaro, los generales Miramón y Mejía se encargarían de
la defensa de la plaza y del mando de las tropas imperiales. Las fuerzas de
Miramón y Mejía, completamente sitiadas por un ejército juarista muy superior
en número y armamento, iban debilitándose a pesar de éxitos parciales, como la
sorprendente acción del Cerro del Cimatario que dirigió Miramón el 27 de abril
de 1867, que logró abrir momentáneamente el cerco, hecho que inexplicablemente
no fue aprovechado, como este lo aconsejaba. El general Miramón planeó romper
el sitio, pero antes de llevarlo a cabo, el fin se precipitó con la traición
del coronel Miguel López, quien, en la madrugada del 15 de mayo, entregó la
vital posición de La Cruz a los sitiadores, quedando la ciudad a merced de los
liberales. Sin embargo, el 8 de julio de 1887, el general Escobedo emitió un
informe al presidente Benito Juárez, en el que informaba haber guardado en
secreto en consideración a la dignidad de Maximiliano de Habsburgo, que en
realidad el coronel López fue comisionado por el propio emperador para negociar
la entrega de la plaza, a cambio de su abdicación y salida del país.
Maximiliano fue apresado
junto con el general Mejía y pronto fue detenido también Miramón, quien al
enterarse de la traición, se dirigió al centro de la plaza y encontró una
fuerza enemiga. Se registró un tiroteo, en el que cual Miramón resultó herido
en la cara y en un dedo de la mano izquierda; logró refugiarse en casa de un
doctor de apellido Licea, quien lo torturó durante dos horas pretendiendo
extraer una bala que había salido y ya indefenso, fue delatado y capturado. Los
tres personajes fueron sometidos a juicio y condenados a muerte según el
decreto del 25 de enero de 1862, proclamado por el Gobierno republicano. Tanto
los dos generales como el emperador aceptaron su suerte con valentía.
Fusilamiento
A las siete y cinco de
la mañana del 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas en Querétaro,
Maximiliano, Miramón y Mejía fueron fusilados por un pelotón de soldados
republicanos del ejército del general Mariano Escobedo. Sus restos fueron
originalmente depositados en el Panteón de San Fernando, donde aún puede verse
su cenotafio, pero tras el entierro de Benito Juárez en el mismo panteón fue
que por solicitud de su esposa Concepción Lombardo, sus restos fueron
trasladados a una de las capillas de la Catedral de Puebla.
Legado
A continuación, las
últimas palabras que dirigió Miramón a las tropas liberales antes de ser pasado
por las armas:
Mexicanos: en el Consejo, mis defensores quisieron salvar mi
vida; aquí pronto a perderla, y cuando voy a comparecer delante de Dios,
protesto contra la mancha de traidor que se ha querido arrojarme para cubrir mi
sacrificio. Muero inocente de ese crimen, y perdono a sus autores, esperando
que Dios me perdone, y que mis compatriotas aparten tan fea mancha de mis
hijos, haciéndome justicia. ¡Viva México!
Miguel Miramón es
recordado como una figura protagónica en los periodos claves de la historia de
México como lo son la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. Muchos
historiadores y autores mexicanos han realizado una nueva valoración de la
figura de Miramón como patriota y genio militar, y su trágica historia de amor
con Conchita Lombardo ha recibido especial atención en fechas recientes, siendo
publicadas sus cartas personales en publicaciones mexicanas. El periodista Armando
Fuentes Aguirre le recuerda en su libro "Juárez y Maximiliano: La roca y
el ensueño" de la siguiente manera: "Miguel Miramón ha sido uno de
los mejores hombres que ha tenido México."
Descanso
final
En primera instancia,
los restos del ilustre general conservador se depositaron en el Panteón de San
Fernando, en la Ciudad de México; sin embargo, a la muerte de Benito Juárez y
cuando la esposa de Miramón, Concepción Lombardo, supo que Juárez sería
enterrado en el mismo camposanto, ordenó que se exhumaran los restos de su
esposo, a fin de trasladarlos a la catedral de Puebla, donde reposan aún.
Fuente
https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Miram%C3%B3n
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