Sor Juana Inés de la Cruz
Aunque
se tienen pocos datos de sus padres, Juana Inés fue la segunda de las tres
hijas de Pedro de Asuaje y Vargas Machuca (así los escribió Sor Juana en el
Libro de Profesiones del Convento de San Jerónimo). Se ha afirmado que el padre
es oriundo de Guipúzcoa en España, pero no se ha podido probar documentalmente;
se sabe que los padres nunca se unieron en matrimonio eclesiástico. Sin
embargo, Schmidhuber ha probado documentalmente que el padre llegó a la Nueva
España cuando niño, como lo prueba el Permiso de Paso de 1598, en compañía de
su abuela viuda, María Ramírez de Vargas, su madre Antonia Laura Majuelo y un
hermano menor Francisco de Asuaje que llegó a ser fraile dominico.
En San Miguel Nepantla, de la región
de Chalco, nació
su hija Juana Inés,
en un oscuro lugar llamado por entonces «la
celda».
Su madre, al poco tiempo, se separó de su pareja y, posteriormente, procreó
otros tres hijos con Diego Ruiz Lozano, a quien tampoco desposó.
Muchos
críticos han manifestado su sorpresa ante la situación civil de los padres de
sor Juana. Paz apunta que ello se debió a una «laxitud de la moral sexual en la
colonia». Se desconoce también
el efecto que tuvo en sor Juana el saberse hija ilegítima,
aunque se conoce que trató de ocultarlo. Así lo revela su testamento de 1669:
«hija legítima de don Pedro de Asuaje y Vargas, difunto, y de doña Isabel
Ramírez». El padre Calleja lo ignoraba, pues no hace mención de ello en su
estudio biográfico. Su madre en su testamento fechado en 1687 reconoce que
todos sus hijos, incluyendo a sor Juana, fueron concebidos fuera del
matrimonio.
La
niña pasó su infancia entre Amecameca, Yecapixtla, Panoaya —donde su abuelo
tenía una hacienda— y Nepantla. Allí aprendió náhuatl con los indios de las
haciendas de su abuelo, donde se sembraba trigo y maíz. El abuelo de sor Juana
murió en 1656, por lo que su madre tomó las riendas de las fincas.
Asimismo, aprendió
a leer y escribir a los tres años,
al tomar las lecciones con su hermana mayor a escondidas de su madre.
Pronto
inició su gusto por la lectura, gracias a que descubrió la biblioteca de su
abuelo y se aficionó a los libros. Aprendió
todo cuanto era conocido en su época,
es decir, leyó
a los clásicos
griegos y romanos, y la teología
del momento. Su afán
por saber era tal que intentó
convencer a su madre de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre,
puesto que las mujeres no podían acceder a esta. Se dice que al estudiar
una lección,
cortaba un pedazo de su propio cabello si no la había
aprendido correctamente, pues no le parecía
bien que la cabeza estuviese cubierta de hermosuras si carecía de ideas.
A los ocho años,
entre 1657 y 1659, ganó
un libro por una loa compuesta en honor al Santísimo
Sacramento, según
cuenta su biógrafo
y amigo Diego Calleja. Este señala
que Juana Inés
radicó
en la ciudad de México
desde los ocho años,
aunque se tienen noticias más veraces de que no se asentó allí sino hasta los
trece o quince.
Adolescencia
Juana
Inés vivió con María Ramírez, hermana de su madre, y con su esposo Juan de
Mata. Posiblemente haya sido alejada de las haciendas de su madre a causa de la
muerte de su abuelo materno. Aproximadamente vivió en casa de los Mata unos
ocho años, desde 1656 hasta 1664. Entonces comienza su periodo en la corte, que
terminará con su ingreso a la vida religiosa.
Entre
1664 y 1665, ingresó a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués
de Mancera. La virreina, Leonor de Carreto, se convirtió en una de sus más
importantes mecenas. El medio ambiente y la protección de los virreyes marcarán
decisivamente la producción literaria de Juana Inés. Por entonces ya era
conocida su inteligencia y su sagacidad, pues se cuenta que, por instrucciones
del virrey, un grupo de sabios humanistas la evaluaron, y la joven superó el
examen en excelentes condiciones.
La
corte virreinal era uno de los lugares más cultos e ilustrados del virreinato.
Solían celebrarse fastuosas tertulias a las que acudían teólogos, filósofos,
matemáticos, historiadores y todo tipo de humanistas, en su mayoría egresados o
profesores de la Real y Pontificia Universidad de México. Allí, como dama de
compañía de la virreina, la adolescente Juana desarrolló su intelecto y sus
capacidades literarias. En repetidas ocasiones escribía sonetos, poemas y
elegías fúnebres que eran bien recibidas en la corte. Chávez señala que a Juana
Inés se le conocía como «la muy querida de la virreina», y que el virrey
también le tenía un especial aprecio. Leonor de Carreto fue la primera
protectora de la niña poetisa.
Poco
se conoce de esta etapa en la vida de sor Juana, aunque uno de los testimonios
más valiosos para estudiar dicho periodo ha sido la Respuesta a Sor Filotea de
la Cruz. Esta ausencia de datos
ha contribuido a que varios autores hayan querido recrear de manera casi
novelesca, la vida adolescente de sor Juana, suponiendo muchas veces la
existencia de amores no correspondidos.
Período
de madurez
Quiso
entrar a la Universidad pero como las mujeres no tenían derecho a estudiar se
disfrazó de hombre para poder ingresar. A finales de 1666 llamó la atención del
padre Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, quien, al saber que la
jovencita no deseaba casarse, le propuso entrar en una orden religiosa. Aprendió
latín
en veinte lecciones impartidas por Martín
de Olivas y probablemente pagadas por Núñez de Miranda. Después
de un intento fallido con las carmelitas, cuya regla era de una rigidez extrema
que la llevó
a enfermarse, ingresó
en la Orden de San Jerónimo,
donde la disciplina era algo más
relajada, y tenía una celda de dos pisos y sirvientas. Allí
permaneció
el resto de su vida, pues los estatutos de la orden le permitían
estudiar, escribir, celebrar tertulias y recibir visitas, como las de Leonor de
Carreto, que nunca dejó
su amistad con la poetisa.
Muchos
críticos y biógrafos atribuyeron su salida de la corte a una decepción amorosa,
aunque ella muchas veces expresó no sentirse atraída por el amor y que solo la
vida monástica podría permitirle dedicarse a estudios intelectuales.
Se sabe que sor Juana recibía
un pago de la Iglesia por sus villancicos, como también
lo obtenía
de la Corte al preparar loas u otros espectáculos.
En
1674 sufre otro golpe: el virrey de Mancera y su esposa son relevados de su
cargo y en Tepeaca, durante el trayecto a Veracruz, fallece Leonor de Carreto.
A ella dedicó sor Juana varias elegías, entre las que destaca «De la beldad de
Laura enamorados», seudónimo de la virreina. En este soneto demuestra su
conocimiento y dominio de las pautas y tópicos petrarquistas imperantes.
En
1680 se produce la sustitución de fray Payo Enríquez de Rivera por Tomás de la
Cerda y Aragón al frente del virreinato. A sor Juana se le encomendó la
confección del arco triunfal que adornaría la entrada de los virreyes a la
capital, para lo que escribió su famoso Neptuno alegórico. Impresionó
gratamente a los virreyes, quienes le ofrecieron su protección y amistad,
especialmente la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de
Paredes, quien fue muy cercana a ella: la virreina poseía un retrato de la
monja y un anillo que esta le había regalado y a su partida llevó los textos de
sor Juana a España para que se imprimieran.
Su
confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, le reprochaba que se ocupara
tanto de temas mundanos, lo que junto con el frecuente contacto con las más altas
personalidades de la época. Debido a su gran fama intelectual, desencadenó las
iras de este. Bajo la protección de la marquesa de la Laguna, decidió
rechazarlo como confesor.
El
gobierno del marqués de la Laguna (1680-1686) coincide con la época dorada de
la producción de sor Juana. Escribió versos sacros y profanos, villancicos para
festividades religiosas, autos sacramentales (El divino Narciso, El cetro de
José y El mártir del sacramento) y dos comedias (Los empeños de una casa y Amor
es más laberinto). También sirvió como administradora del convento, con buen
tino, y realizó experimentos científicos.
Entre
1690 y 1691 se vio involucrada en una disputa teológica a raíz de una crítica
privada que realizó sobre un sermón del muy conocido predicador jesuita António
Vieira que fue publicada por el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz
bajo el título de Carta atenagórica. Él la prologó con el seudónimo de sor
Filotea, recomendando a sor Juana que dejara de dedicarse a las «humanas
letras» y se dedicase en cambio a las divinas, de las cuales, según el obispo
de Puebla, sacaría mayor provecho. Esto provocó
la reacción
de la poetisa a través
del escrito Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde hace una encendida
defensa de su labor intelectual y en la que reclamaba los derechos de la mujer
a la educación.
Última
etapa
Para
1692 y 1693 comienza el último período de la vida de sor Juana. Sus amigos y
protectores han muerto: el conde de Paredes, Juan de Guevara y diez monjas del
Convento de San Jerónimo. Las fechas coinciden con una agitación de la Nueva
España; se producen rebeliones en el norte del virreinato, la muchedumbre
asalta el Real Palacio y las epidemias se ceban con la población novohispana.
En
la poetisa ocurrió un extraño cambio: hacia 1693 dejó de escribir y pareció
dedicarse más a labores religiosas. Hasta la fecha no se conoce con precisión
el motivo de tal cambio; los críticos católicos han visto en sor Juana una
mayor dedicación a las cuestiones sobrenaturales y una entrega mística a
Jesucristo, sobre todo a partir de la renovación de sus votos religiosos en
1694. Otros, en cambio,
adivinan una conspiración
misógina tramada en su contra, tras la cual fue condenada a dejar de escribir y
se le obligó a cumplir lo que las autoridades eclesiásticas consideraban las tareas
apropiadas de una monja. No han existido datos
concluyentes, pero sí
se han avanzado en investigaciones donde se ha descubierto la polémica que
causó la Carta atenagórica. Su propia penitencia
queda expresada en la firma que estampó
en el libro del convento: «yo,
la peor del mundo»,
que se ha convertido en una de sus frases más
célebres.
Algunos afirmaban hasta hace poco que antes de su muerte fue obligada por su
confesor (Núñez de Miranda, con quien se había reconciliado) a deshacerse de su
biblioteca y su colección de instrumentos musicales y científicos. Sin embargo,
se descubrió en el testamento del padre José de Lombeyda, antiguo amigo de sor
Juana, una cláusula donde se refiere cómo ella misma le encargó vender los
libros para, dando el dinero al arzobispo Francisco de Aguiar, ayudar a los
pobres.
A
principios de 1695 se desató una epidemia que causó
estragos en toda la capital, pero especialmente en el Convento de San Jerónimo.
De cada diez religiosas enfermas, nueve morían.
El 17 de febrero falleció
Núñez
de Miranda. Sor Juana cae enferma poco tiempo más
tarde, pues colaboraba cuidando a las monjas enfermas. A las cuatro de la
mañana del 17 de abril, cuando tenía cuarenta y seis años, murió Juana Inés de
Asbaje Ramírez. Según un documento, dejó
180 volúmenes
de obras selectas, muebles, una imagen de la Santísima
Trinidad y un Niño Jesús. Todo fue entregado a su familia, con excepción de las
imágenes, que ella misma, antes de fallecer, había dejado al arzobispo. Fue
enterrada el día de su muerte, con asistencia del cabildo de la catedral. El
funeral fue presidido por el canónigo Francisco de Aguilar y la oración fúnebre
fue realizada por Carlos de Sigüenza y Góngora. En la lápida se colocó la
siguiente inscripción:
En
este recinto que es el coro bajo y entierro de las monjas de San Jerónimo fue
sepultada Sor Juana Inés de la Cruz el 17 de abril de 1695.
En
1978, durante unas excavaciones rutinarias en el centro de la Ciudad de México,
se hallaron sus supuestos restos, a los que se dio gran publicidad. Se
realizaron varios eventos en torno al descubrimiento, aunque nunca pudo
corroborarse su autenticidad. Actualmente se encuentran en el Centro Histórico
de la Ciudad de México, entre las calles de Isabel la Católica e Izazaga.
Características
de su obra
Compuso
gran variedad de obras teatrales. Su comedia más célebre es Los empeños de una
casa, que en algunas de sus
escenas recuerda a la obra de Lope de Vega. Otra de sus conocidas obras
teatrales es Amor es más
laberinto, donde fue estimada por su creación de caracteres, como Teseo, el
héroe principal. Sus tres autos sacramentales revelan el lado teológico de su
obra: El mártir del sacramento —donde mitifica a San Hermenegildo—, El cetro de
José y El divino Narciso, escritas para ser representadas en la corte de
Madrid.
También
destaca su lírica, que aproximadamente suma la mitad de su producción; poemas
amorosos en los que la decepción es un recurso muy socorrido, poemas de
vestíbulo y composiciones ocasionales en honor a personajes de la época. Otras
obras destacadas de Sor Juana son sus villancicos y el tocotín, especie de
derivación de ese género que intercala pasajes en lenguas originarias. Sor
Juana también escribió un tratado de música llamado El caracol, que no ha sido
hallado, sin embargo ella lo consideraba una mala obra y puede ser que debido a
ello no hubiese permitido su difusión.
Según
ella, casi todo lo que había escrito lo hacía por encargo y la única cosa que
redactó por gusto propio fue Primero sueño. Sor Juana realizó —por encargo de
la condesa de Paredes— unos poemas que probaban el ingenio de sus lectores
—conocidos como «enigmas»—, para un grupo de monjas portuguesas aficionadas a
la lectura y grandes admiradoras de su obra, que intercambiaban cartas y
formaban una sociedad a la que dieron el nombre de Casa del placer. Las copias
manuscritas que hicieron estas monjas de la obra de Sor Juana fueron
descubiertas en 1968 por Enrique Martínez López en la Biblioteca de Lisboa.
Temas
En
el terreno de la comedia parte sobre todo del desarrollo minucioso de una
intriga compleja, de un enredo inteligente, basado en equívocos, malentendidos,
y virajes en la peripecia que, no obstante, son solucionados como premio a la
virtud de los protagonistas. Insiste en el planteamiento de los problemas
privados de las familias (Los empeños de una casa), cuyos antecedentes en el
teatro barroco español van desde Guillén de Castro hasta comedias calderonianas
como La dama duende, Casa con dos puertas mala es de guardar y otras obras que
abordan la misma temática que Los empeños.
Uno
de sus grandes temas es el análisis del amor verdadero y la integridad del
valor y la virtud, todo ello reflejado en una de sus obras maestras, Amor es
más laberinto. También destaca (y lo ejemplifican todas sus obras) el
tratamiento de la mujer como personaje fuerte que es capaz de manejar las
voluntades de los personajes circundantes y los hilos del propio destino.
Se
observa también, confesada por ella misma, una imitación permanente de la
poesía de Luis de Góngora y de sus Soledades, aunque en una atmósfera distinta
a la de él, conocido como Apolo andaluz. El ambiente en Sor Juana siempre es
visto como nocturno, onírico, y por momentos hasta complejo y difícil. En este
sentido, Primero sueño y toda su obra lírica, abordan la vasta mayoría de las
formas de expresión, formas clásicas e ideales que se advierten en toda la
producción lírica de la monja de San Jerónimo.
En
su Carta atenagórica, Sor Juana rebate punto por punto lo que consideraba tesis
erróneas del jesuita Vieira. En consonancia con el espíritu de los pensadores
del Siglo de Oro, especialmente Francisco Suárez. Llama la atención su uso de
silogismos y de la casuística, empleada en una prosa enérgica y precisa, pero a
la vez tan elocuente como en los primeros clásicos del Siglo de Oro español.
Ante
la recriminación hecha por el obispo de Puebla a raíz de su crítica a Vieira,
Sor Juana no se abstiene de contestar al jerarca. En la Respuesta a Sor Filotea
de la Cruz se adivina la libertad de los criterios de la monja poetisa, su
agudeza y su obsesión por lograr un estilo personal, dinámico y sin
imposiciones.
Estilo
El
estilo predominante de sus obras es el barroco; Sor Juana era muy dada a hacer
retruécanos, a verbalizar sustantivos y a sustantivar verbos, a acumular tres
adjetivos sobre un mismo sustantivo y repartirlos por toda la oración, y otras
libertades gramáticas que estaban de moda en su tiempo. Asimismo es una maestra
en el arte del soneto y en el concepto barroco.
La
lírica de Sor Juana, testigo del final del barroco hispano, tiene al alcance
todos los recursos que los grandes poetas del Siglo de Oro emplearon en sus
composiciones. A fin de darle un aire de renovación a su poesía, introduce
algunas innovaciones técnicas y le imprime su muy particular sello. La poesía
sorjuanesca tiene tres grandes pilares: la versificación, alusiones mitológicas
y el hipérbaton.
Varios
eruditos, especialmente Tomás Navarro Tomás, han concluido que Sor Juana
consigue un innovador dominio del verso que recuerda a Lope de Vega o a
Quevedo. La perfección de su métrica entraña, sin embargo, un problema de
cronología: no es posible determinar qué poemas fueron escritos primero sobre
la base de cuestiones estilísticas. En el campo de la poesía
Sor Juana también
recurrió
a la mitología
como fuente, al igual que muchos poetas renacentistas y barrocos. El
conocimiento profundo que poseía
la escritora de algunos mitos provoca que algunos de sus poemas se inunden de
referencias a estos temas. En algunas de sus más culteranas composiciones se
nota más este aspecto, pues la mitología era una de las vías que todo poeta
erudito, al estilo de Góngora, debía mostrar.
Por
otro lado, el hipérbaton, recurso muy socorrido en la época, alcanza su
esplendor en El sueño, obra repleta de sintaxis forzadas y de formulaciones
combinatorias. Rosa Perelmuter apunta que en Nueva España la monja de San
Jerónimo fue quien llevó a la cumbre la literatura barroca.
La obra sorjuanesca es expresión
característica
de la ideología
barroca: plantea problemas existenciales con una manifiesta intención
aleccionadora, los tópicos
son bien conocidos y forman parte del «desengaño»
barroco. Se presentan, además,
elementos como el carpe diem, el triunfo de la razón frente a la hermosura
física y la limitación intelectual del ser humano.
La
prosa sorjuanesca está conformada por oraciones independientes y breves
separadas por signos de puntuación —coma, punto y punto y coma— y no por nexos
de subordinación. Predomina, pues, la yuxtaposición y la coordinación.
La escasa presencia de oraciones subordinadas en periodos complejos, lejos de
facilitar la comprensión, la hace ardua, se hace necesario suplir la lógica de
las relaciones entre las sentencias, deduciéndola del sentido, de la idea que
se expresa, lo que no siempre es fácil. Su profundidad, pues, está en el
concepto a la vez que en la sintaxis.
Fuentes
Destaca
su habilidad para cultivar tanto la comedia de enredos (Los empeños de una
casa) o los autos sacramentales. Sin embargo, sus obras casi no tocan temas del
romancero popular, limitándose a la comedia y a asuntos mitológicos o
religiosos. Es bien conocida la emulación que realizaba de autores señeros del
Siglo de Oro. Uno de sus poemas presenta a la Virgen como Don Quijote de la
Mancha de Miguel de Cervantes, salvando a las personas en aprietos. Su
admiración por Góngora se manifiesta en la mayoría de sus sonetos y, sobre
todo, en Primero sueño, mientras que la enorme influencia de Calderón de la
Barca puede resumirse en los títulos de dos obras sorjuanescas: Los empeños de
una casa, emulación de Los empeños de un ocaso, y El divino Narciso, título
similar a El divino Orfeo de Calderón.
Su
formación y apetencias son las de una teóloga, como Calderón, o las de un
fraile, como Tirso o un especialista en la historia sagrada, como Lope de Vega.
Su concepción sacra de la dramaturgia le llevó a defender el mundo indígena, al
que recurrió a través de sus autos sacramentales. Toma sus asuntos de fuentes
muy diversas: de la mitología griega, de las leyendas religiosas prehispánicas
y de la Biblia. También se ha señalado la importancia de la observación de
costumbres contemporáneas, presente en obras como Los empeños de una casa.
Personajes
La
mayoría de sus personajes pertenecen a la mitología, y escasean burgueses o
labradores. Ello se aleja de la intención moralizante en consonancia con los
presupuestos didácticos de la tragedia religiosa. En su obra destaca la
caracterización psicológica de los personajes femeninos, muchas veces
protagonistas, siempre inteligentes y finalmente capaces de conducir su
destino, pese a las dificultades con que la condición de la mujer en la
estructura de la sociedad barroca lastra sus posibilidades de actuación y decisión.
Ezequiel A. Chávez, en su Ensayo de psicología, señala que en su producción
dramática los personajes masculinos están caracterizados por su fuerza,
llegando incluso a extremos de brutalidad; en tanto que las mujeres, que
comienzan personificando las cualidades de belleza y la capacidad de amar y ser
amadas, acaban siendo ejemplos de virtud, firmeza y valor.
Los
autos sacramentales de Sor Juana, especialmente El cetro de José, incluyen gran
cantidad de personajes reales —José y sus hermanos— e imaginarios, como la
personificación de diversas virtudes. El patriarca José aparece como la
prefiguración de Cristo en Egipto. El pasaje alegorizado del auto, donde se
realiza la transposición de la historia bíblica de José, permite equiparar los
sueños del héroe bíblico con el conocimiento dado por Dios.
Lectura
feminista
Entre
los estudiosos de Sor Juana ha habido discusión sobre el presunto feminismo que
cierto sector de la crítica le atribuye a la monja. Las feministas han
reconocido en la Respuesta a Sor Filotea y en la redondilla Hombres necios,
auténticos documentos de liberación para las mujeres. Sin embargo la
resistencia por parte de Hombres, principalmente Antonio Alatorre, refutan esta
teoría. Para Alatorre, la redondilla satírica en cuestión carece de rastros
feministas y ofrece, más bien, un ataque moral señalando la hipocresía de los
hombres seductores, cuyos precedentes pueden encontrarse en autores como Juan
Ruiz de Alarcón: no era nada nuevo atacar la hipocresía moral de los hombres
con respecto a las mujeres. La Respuesta solo se limita a exigir el derecho a
la educación de la mujer, pero restringiéndose a las costumbres de la época. Se
trata de una crítica directa y una defensa personal, a su derecho al saber, al
conocimiento, a la natural inclinación por el saber que le otorgó Dios.
Una
autora que niega el feminismo en dicha obra es Stephanie Marrim, quien señala
que no puede hablarse de feminismo en la obra de la monja, pues solo se limitó
a defenderse: las alusiones feministas de su obra son estrictamente personales,
no colectivas. Según
Alatorre, Sor Juana decidió neutralizar simbólicamente su sexualidad a través
del hábito de monja. Sobre el matrimonio y su ingreso al convento, la
Respuesta, afirma:
Aunque
conocía que tenía el estado cosas […] muchas repugnantes a mi genio, con todo,
para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y
lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi
salvación.
De
acuerdo con la mayoría de los filólogos, Sor Juana abogó por la igualdad de los
sexos y por el derecho de la mujer a adquirir conocimientos. Alatorre lo
reconoce: «Sor Juana la pionera indiscutible (por lo menos en el mundo
hispanohablante) del movimiento moderno de liberación femenina». En esta misma
línea,
la estudiosa Rosa Perelmuter analiza diversos rasgos de la poesía sorjuanesca:
la defensa de los derechos de la mujer, sus experiencias personales y un
relativo rechazo por los varones. Perelmuter concluye que Sor Juana privilegió
siempre el uso de la voz neutra en su poesía, a fin de lograr una mejor
recepción y crítica.
Según
Patricia Saldarriaga, Primero sueño, la obra lírica más famosa de Sor Juana,
incluye sendas alusiones a fluidos corporales femeninos como la menstruación o
la lactancia. En la tradición literaria medieval se creía que el flujo
menstrual alimentaba al feto y luego se convertía en leche materna; esta
coyuntura es aprovechada por la poetisa para recalcar el importantísimo papel
de la mujer en el ciclo de la vida, creando una simbiosis que permita
identificar el proceso con un don divino.
Marcelino
Menéndez Pelayo y Octavio Paz consideran que la obra de Sor Juana rompe con
todos los cánones de la literatura femenina. Desafía el conocimiento, se
sumerge por completo en cuestiones epistemológicas ajenas a la mujer de esa
época y muchas veces escribe en términos científicos, no religiosos. De acuerdo
con Electa Arenal, toda la producción
de Sor Juana —especialmente
El sueño
y varios sonetos—
reflejan la intención
de la poetisa por crear un universo, al menos literario, donde la mujer reinara
por encima de todas las cosas. El carácter filosófico de estas obras le
confiere a la monja la oportunidad invaluable de disertar sobre el papel de las
mujeres, pero apegándose a su realidad social y a su momento histórico.
Primero
sueño
Es
su poema más importante, según la crítica. De acuerdo al testimonio de la
poetisa, fue la única obra que escribió por gusto. Fue publicado en 1692.
Apareció editado con el título de Primero sueño. Como la titulación no es obra
de Sor Juana, buena parte de la crítica duda de la autenticidad del acierto del
mismo. En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz Sor Juana se refirió únicamente
al Sueño. Como quiera que sea, y como la misma poeta afirmaba, el título de la
obra es un homenaje a Góngora y a sus dos Soledades.
Es
el más largo de los poemas sorjuaninos —975 versos— y su tema es sencillo,
aunque presentado con gran complejidad. Se trata de un tema recurrente en la
obra de Sor Juana: el potencial intelectual del ser humano. Para transformar en
poesía dicha temática acude a dos recursos literarios: el alma abandona el
cuerpo, a lo que otorga un marco onírico.
Las
fuentes literarias del Primero sueño son diversas: el Somnium Scipionis, de
Cicerón; La locura de Hércules, de Séneca; el poema de Francisco de Trillo y
Figueroa, Pintura de la noche desde un crepúsculo a otro; el Itinerario hacia
Dios, de San Buenaventura y varias obras herméticas de Atanasio Kircher, además
de las obras de Góngora, principalmente el Polifemo y las Soledades, de donde
toma el lenguaje con que está escrito.
El
poema comienza con el anochecer del ser humano y el sueño de la naturaleza y
del hombre. Luego se describen las funciones fisiológicas del ser humano y el
fracaso del alma al intentar una intuición universal.
Ante ello, el alma recurre al método
deductivo y Sor Juana alude excesivamente al conocimiento que posee la humanidad.
Se mantiene el ansia de conocimiento, aunque se reconoce la escasa capacidad
humana para comprender la creación.
La parte final relata el despertar de los sentidos y el triunfo del Día sobre
la Noche.
Es
la obra que mejor refleja el carácter de Sor Juana: apasionado por las ciencias
y las humanidades, rasgo heterodoxo que podría presagiar la Ilustración. El
juicio de Paz sobre el Primero sueño es tajante: «hay que subrayar la absoluta
originalidad de Sor Juana, por lo que toca al asunto y al fondo de su poema: no
hay en toda la literatura y la poesía españolas de los siglos XVI y XVII nada
que se parezca al Primero sueño».
El
“Primero sueño”, como bien señala Octavio Paz, es un poema único
en la poesía
del Siglo de Oro, puesto que hermana poesía
y pensamiento en sus expresiones más
complejas sutiles y filosóficas,
algo no frecuente en su tiempo. Se alimenta de la mejor tradición mística y
contemplativa de su tiempo para decir al lector que el hombre, pese a sus
muchas limitaciones, tiene en sí la chispa (la “centella”, según Sor Juana) del
intelecto, que participa de la divinidad. Esta tradición
del pensamiento cristiano (la Patrística, el Pseudo Dionisio Areopagita,
Nicolás de Cusa, etc.) considera la noche como el espacio idóneo
para el acercamiento del alma con la divinidad. Las aves nocturnas, como
atributos de la diosa Minerva, asociada con la luna triforme (por sus tres
rostros visibles) y símbolo de la sabiduría circunspecta,
simbolizan la sabiduría
como atributo de la noche (In nocte consilium), uno de los temas más
caros al pensamiento humanista, presente en Erasmo de Róterdam
y en todo un conjunto de exponentes de esta idea en el Renacimiento y el
Barroco. Es por ello que las aves nocturnas son los símbolos
que presiden lo que será
el sueño
del alma en busca del conocimiento del mundo creado por la divinidad. Esto
explica que la noche aparezca en el poema de Sor Juana como sinónimo de
Harpócrates, el dios del silencio
prudente, quien, como aspecto de la noche, acompaña
tácitamente
la trayectoria del sueño
del alma hasta el final. La noche, por tanto, es una aliada y no una enemiga,
pues es el espacio que dará lugar a la revelación del sueño del alma.
Las figuras del venado (Acteón)
el león
y el águila
aparecen, primero, como los animales diurnos que se contraponen a las aves
nocturnas para representar el acto del dormir vigilante.
Es decir, representan la idea que le interesa a Sor Juana destacar: el descanso
no debe ausentarse por entero de la conciencia intelectual, sino ser un sueño
vigilante y atento a las revelaciones de la sabiduría
divina. Estos animales diurnos
simbolizan también los tres sentidos exteriores más importantes: la vista, el
oído y el olfato, que permanecen inactivos durante el sueño.
Así
se enlazan en el poema armónicamente
las aves nocturnas en su sabia vigilia, los animales diurnos en su sueño
vigilante, y el ser humano, cuyo cuerpo (miembros corporales y sentidos
exteriores) duerme físicamente mientras su alma, consciente, es liberada
temporalmente para lanzarse a la aventura del conocimiento, el cual se da por
dos vías: la intuitiva y la racional. En la primera, el alma
es fascinada por la contemplación
instantánea
de la totalidad de lo creado, pero es incapaz de formar un concepto de esa
totalidad fugazmente contemplada. En la vía
racional, el alma recupera el uso de su facultad razonante después de haber
sido deslumbrada por el sol, pero encuentra ineficaz el método humano (que es
el aristotélico de las diez categorías) para comprender los incontables
misterios de la creación. En ambas vías el alma fracasa en su intento, que no
obstante se ve siempre renovado. Solo el despertar
aparenta dar una tregua a este sueño
del deseo de conocimiento que siempre tiende a alcanzar el misterio de Dios, de
la naturaleza que él
creó
y del hombre mismo como “bisagra
engarzadora”
entre Dios y el mundo creado.
La
intuición
La
primera manera de tratar de acceder a esa “Causa primera” de la que habla Sor
Juana («Y a la Causa primera siempre aspira») es aquella en la que la totalidad
de las cosas se presentan «en
un solo golpe de vista».
Esta comunión de las cosas han de aparecer en el sueño, una vez que se está
dentro del mismo, pues, como veremos en la sección dedicada al sueño como lugar
de la fantasía, el sueño es el lugar en donde el contenido que se resguarda en
la memoria, que es la materia prima con la que habrá de discurrir el
entendimiento, puede ser liberado de las exigencias del cuerpo, como señala Sor
Juana: «El alma, pues, suspensa/ del exterior gobierno —en que, ocupada/ en
material empleo,/ o bien o mal— da el día por gastado».
Por
la vía de la intuición, las cosas particulares nos son aún desconocidas, por lo
que no podríamos decir que conocemos cabalmente, pues dentro de ese
conocimiento cabal, estaría el conocimiento de las propias esencias de las
cosas: “Ella misma reconocía la insuficiencia de una intuición que pretendiera
abarcar todas las cosas, sin llegar a conocer la esencia Íntima de cada una. El
camino que se ha de seguir es precisamente el contrario: empezar por las cosas
particulares, para elevarse después a la visión total."
Sor
Juana buscaba un conocimiento cabal de las cosas por lo que una vez que notó la
insuficiencia que tiene la vía de la intuición para su propósito, habrá de
trazar un nuevo método, más bien, retomar el proyecto aristotélico (más tarde
escolástico), de partir de diez categorías en las cuales han de ser pensadas la
totalidad de las cosas, ascendiendo cada vez más, de lo más bajo, hasta lo más
elevado, dice:
“más
juzgó conveniente/ a singular asunto reducirse,/ o separadamente/ una por una
discurrir las cosas/ que vienen a ceñirse/ en las que, artificiosas,/ dos veces
cinco son Categorías:/ reducción metafísica que enseña/ (los entes concibiendo
generales/ en solo unas mentales fantasías/ donde de la materia se desdeña/ el
discurso abstraído)/ ciencia a formar de los Universales,/ reparando,
advertido,/ con el arte el defecto/ de no poder con un intuitivo/ conocer acto
todo lo criado,/ sino que, haciendo escala, de un concepto/ en otro va
ascendiendo grado a grado,/ y el de comprender orden relativo/ sigue,
necesitado/ del del entendimiento/ limitado vigor, que a sucesivo/ discurso fía
su aprovechamiento:/ cuyas débiles fuerzas, la doctrina/ con doctos alimentos
va esforzando,/ y el prolijo, si blando,/ continuo curso de la disciplina/
robustos le va alientos infundiendo… la honrosa cumbre mira,/ término dulce de
su afán pesado”
Protesta
de la fe
Protesta
de la fe y renovación de los votos religiosos que hizo, y dejó escrita con su
sangre la madre Juana Inés de la Cruz monja profesa en San Gerónimo de México,
es una obra de 1695 en la que Sor Juana Inés de la Cruz reafirma su fe en
Cristo, en la cual insta a amarlo sobre todas las cosas e incluso derramar
hasta la última gota de sangre por él. En esta obra se plasma la importancia
del fervor por Jesucristo en su vida.
Loas
Sor
Juana publicó doce loas, de las cuales nueve aparecieron en la Inundación
castálida y el resto en el tomo II de sus obras. Tres loas sorjuanescas
precedían, a manera de prólogo, a sus autos sacramentales, aunque todas ellas
tienen identidad literaria propia. Obras de tono culto, rondando los 500
versos, incluían
alabanzas a los personajes de la época
—a
Carlos II y a su familia dedica seis loas, dos a la familia virreinal y una al
padre Diego Velázquez de la Cadena—. Solían representarse con toda fastuosidad
y poseían un tono excesivamente adulador y temas artificiosos, como lo exigía la
poética culta del siglo XVII. La mayoría de las loas
de Sor Juana, principalmente las de tipo religioso, son composiciones de estilo
florido y conceptuoso, con gran variedad de formas métricas y firme claridad de
pensamiento. En este aspecto destaca la Loa de la Concepción.
Cinco
loas fueron compuestas «a los años del rey don Carlos II», es decir, para sus
cumpleaños. En cada una de ellas Sor Juana celebra al imperio español en
décimas de vivaz esplendor rítmico y cuadrático. Aun así, la segunda loa de
esta clase presenta un estilo llano, un largo romance y cierta sobriedad
estrófica. Otra de las loas, más sencilla, realiza muchas alusiones mitológicas
de enorme agudeza para celebrar el 6 de noviembre, fecha del natalicio del rey.
El resto de estas loas, de enorme alarde decorativo, celebran a Carlos usando
alegorías fabulescas, trozos líricos de excepcional musicalidad y color. Estas
loas son obra representativa del barroquísimo estilo de Sor Juana.
También
escribió una loa a la reina consorte, María Luisa de Orleans, repleta de agudos
retruécanos y de una impronta calderoniana que resalta sobre todo en las
metáforas. Otra de las loas fue
dedicada a la reina madre, Mariana de Austria. Es una composición
muy similar a las escritas en honor de Carlos II, aunque con menos
majestuosidad. Destacan en ella los decasílabos de arranque esdrújulo y la
alegoría mitológica para ensalzar a la reina.
A
sus amigos y protectores, los marqueses de la Laguna y los condes de Gelve,
también les dedicó varias loas. Nuevamente emplea recursos mitológicos para
cantar las virtudes de sus gobernantes. Lo que realza su estilo es la agilidad
para crear símbolos
y símiles,
a través
de un juego muy calderoniano tejido por los anagramas o iniciales de los
personajes a los que Sor Juana pretende ponderar.
Crítica
y legado
Sor
Juana aparece hoy como una dramaturga importantísima en el ambiente
hispanoamericano del siglo XVII. En su época, sin embargo, es posible que su
actividad teatral ocupase un lugar secundario. Aunque sus obras se publicaron
en el Tomo II (1692), el hecho de que las representaciones estuvieran
restringidas al ambiente palaciego dificultaba su difusión, al contrario de lo
que sucedió con su poesía. La literatura del siglo XVIII, principalmente, alabó
la obra de Sor Juana e instantáneamente
la incluyó
entre los grandes clásicos
de la lengua española.
Dos ediciones de sus obras y numerosas polémicas avalan su fama.
En
el siglo XIX, la popularidad de Sor Juana fue diluyéndose, como lo prueban
varias expresiones de intelectuales decimonónicos. Joaquín García Icazbalceta
habla de una «absoluta depravación del lenguaje»; Marcelino Menéndez
Pelayo, de la pedantería arrogante de su estilo barroco y José María Vigil de
un «enmarañado e insufrible gongorismo».
A
partir del interés que la Generación del 27 suscitó por Góngora, literatos de
América y España comenzaron la revaloración de la poetisa. Desde Amado Nervo
hasta Octavio Paz —pasando por Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Ermilo
Abreu Gómez, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Ezequiel A. Chávez, Karl
Vossler, Ludwig Pfandl y Robert Ricard—, diversos intelectuales
han escrito sobre la vasta obra de Sor Juana. Todos estos aportes han permitido
reconstruir, más o menos bien, la vida de Sor Juana, y formular algunas
hipótesis —hasta entonces no planteadas— sobre los rasgos característicos de su
producción.
En
1992, en reconocimiento a su figura, se crea el Premio Sor Juana Inés de la
Cruz para distinguir la excelencia del trabajo literario de mujeres en idioma
español de América Latina y el Caribe.
En
el cine
La
figura de Sor Juana Inés de la Cruz ha inspirado varias obras cinematográficas
dentro y fuera de México. La más conocida, probablemente, es Yo, la peor de
todas, película
argentina de 1990, dirigida por María
Luisa Bemberg, protagonizada por Assumpta Serna y cuyo guion está basado en Sor
Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Otros filmes que retoman la
figura de la monja de San Jerónimo
son el documental Sor Juana Inés
de la Cruz entre el cielo y la razón
(1996) y Las pasiones de sor
Juana (2004). Asimismo, también
ha inspirado la miniserie Juana Inés,
producida por Canal Once y Bravo Films, con Arantza Ruiz y Arcelia Ramírez
en el papel de Sor Juana de joven y de adulta respectivamente.
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