Julio César
Nacido en el seno de la
gens Julia, una familia patricia de escasa fortuna, estuvo emparentado con
algunos de los hombres más influyentes de su época, como su tío Cayo Mario,
quien influiría de manera determinante en su carrera política. En 84 a. C., a
los 16 años, el popular Lucio Cornelio Cinna lo nombró flamen Dialis, cargo
religioso del que fue relevado por Sila, con quien tuvo conflictos a causa de
su matrimonio con la hija de Cinna. Tras escapar de morir a manos de los
sicarios del dictador Sila, fue perdonado gracias a la intercesión de los
parientes de su madre. Trasladado a la provincia de Asia, combatió en Mitilene
como legado de Marco Minucio Termo. Volvió a Roma a la muerte de Sila en 78 a.
C., y ejerció por un tiempo la abogacía. En 73 a. C. sucedió a Cayo Aurelio
Cota como pontífice, y pronto entró en relación con los cónsules Pompeyo y
Craso, cuya amistad le permitiría lanzar su propia carrera política. En 70 a.
C. César
sirvió
como cuestor en la provincia de la Hispania Ulterior y como edil curul en Roma.
Durante el desempeño
de esa magistratura ofreció unos espectáculos que fueron
recordados durante mucho tiempo por el pueblo.
En 63 a. C. fue elegido
pretor urbano al obtener más votos que el resto de candidatos. Ese mismo año
murió Quinto Cecilio Metelo Pío, pontifex maximus designado durante la
dictadura de Sila, y, en las elecciones celebradas para sustituirle, venció
César. Al término de su pretura sirvió como propretor en Hispania, donde
capitaneó una breve campaña militar contra los lusitanos. En 59 a. C. fue
elegido cónsul gracias al apoyo de sus dos aliados políticos, Pompeyo y Craso,
los hombres con los que César formó el llamado Primer Triunvirato. Su colega
durante el consulado, Marco Calpurnio Bíbulo, se retiró para así entorpecer la
labor de César que, sin embargo, logró sacar adelante una serie de medidas
legales, entre las que destaca una ley agraria que regulaba el reparto de
tierras entre los soldados veteranos.
Tras su consulado fue
designado procónsul de las provincias de la Galia Transalpina, Iliria y la
Galia Cisalpina, esta última tras la muerte de su gobernador, Céler. Su gobierno
se caracterizó por una política muy agresiva con la que sometió a prácticamente
la totalidad de los pueblos celtas en varias campañas. Este conflicto, conocido
como la guerra de las Galias, finalizó cuando el general republicano venció en
la batalla de Alesia a los últimos focos de oposición, encabezados por un jefe
arverno llamado Vercingétorix. Sus conquistas extendieron el dominio romano
sobre los territorios que hoy integran Francia, Bélgica, Países Bajos y parte
de Alemania. Fue el primer general romano en penetrar en los inexplorados
territorios de Britania y Germania.
Mientras César terminaba
de organizar la estructura administrativa de la nueva provincia que había
anexionado a la República, sus enemigos políticos trataban en Roma de
despojarle de su ejército y cargo utilizando el Senado. César, a sabiendas de
que si entraba en la capital sería juzgado y exiliado, intentó presentarse al
consulado in absentia, a lo que los optimates se negaron. Este y otros factores
le impulsaron a desafiar las órdenes senatoriales y protagonizar el famoso
cruce del Rubicón, momento en el que, al parecer, pronunció la inmortal frase
alea iacta est («la suerte está echada»). Inició así una nueva guerra civil, en
la que se enfrentó a los optimates, que estaban liderados por su antiguo
aliado, Pompeyo. Sus victorias en las batallas de Farsalia, Tapso y Munda sobre
los conservadores, le hicieron el amo de la República. El hecho de que
estuviera en plena guerra civil no evitó que se enfrentara a Farnaces II en
Zela y a los enemigos de Cleopatra en Alejandría. A su regreso a Roma se hizo
nombrar cónsul y dictador perpetuo, e inició una serie de reformas económicas,
urbanísticas y administrativas.
A pesar de que bajo su
gobierno la República experimentó un breve periodo de gran prosperidad, algunos
senadores vieron a César como un tirano que ambicionaba restaurar la monarquía
romana. Con el objetivo de eliminar la amenaza que suponía el dictador, un
grupo de senadores formado por algunos de sus hombres de confianza como Marco Junio
Bruto y Cayo Casio Longino y antiguos lugartenientes como Cayo Trebonio y
Décimo Junio Bruto Albino urdieron una conspiración con el fin de eliminarlo.
Dicho complot culminó cuando, en los idus de marzo, los conspiradores
asesinaron a César junto a la estatua de Pompeyo, en un templo cercano al foro.
Su muerte provocó el estallido de un largo periodo de guerras, en las que los
partidarios del régimen de César, Marco Antonio, Octavio y Lépido, derrotaron
en la doble batalla de Filipos a sus asesinos, liderados por Bruto y Casio. Al
término del conflicto, Octavio, Antonio y Lépido formaron el Segundo
Triunvirato y se repartieron los territorios de la República, aunque, una vez
apartado Lépido, finalmente volverían a enfrentarse en Accio, donde Octavio, heredero
de César, venció a Marco Antonio y se convirtió en el primer emperador romano,
Augusto.
Al margen de su carrera política y militar, César destacó como orador y escritor. Redactó, al menos, un tratado de astronomía, otro acerca de la religión republicana romana y un estudio sobre el latín, ninguno de los cuales ha
sobrevivido hasta nuestros
días. Las únicas obras que se conservan son sus Comentarios de la guerra de las
Galias y sus Comentarios de la guerra civil. Se conoce el desarrollo de su carrera
como militar y gran parte de su vida a través de sus propias obras y de los
escritos de autores como Suetonio, Plutarco, Veleyo Patérculo o Eutropio.
Complot
y asesinato
No es posible saber con
certeza qué condiciones fueron las que llevaron a un grupo de senadores a
pensar en el asesinato de César. Los intentos de establecer un régimen
autocrático tal vez tuvieron mucho que ver, pero no se puede descartar que
hubiera otras motivaciones no tan nobles.
El solo hecho de que un
número relativamente alto de senadores estuviera dispuesto a participar en el
complot y a matar a César en el propio senado —lo que constituía un sacrilegio—
da muestra del estado de cosas al que se había llegado.
La
conspiración
Los últimos
acontecimientos acaecidos y, en particular, el rumor de lo que se preparaba
para el 15 de marzo en el Senado, motivaron que lo que quedaba de la facción
optimate y, entre ellos, Gayo Casio Longino, decidiesen pasar a la acción. Gayo
Casio Longino se dirigió a algunos hombres en los que creía poder confiar, y
que a su juicio compartían su idea de dar muerte al dictador librando así a
Roma del destino que él creía que le esperaba: un nuevo imperio cosmopolita,
dirigido desde Alejandría.
Sin embargo, Gayo Casio
Longino no era probablemente el hombre adecuado para ser la cabeza visible de
este tipo de acción, y se acordó tantear a Marco Junio Bruto, considerado como
el personaje indicado para este papel.
Se especula que, tras
una serie de reuniones, ambos estaban de acuerdo en que la libertad de la
República estaba en juego, pero no tenían los mismos puntos de vista de cómo
actuar; Marco Junio Bruto no pensaba asistir al Senado el día 15, sino que
abogaba por la protesta pasiva (la abstención); pero Gayo Casio Longino le
replicó que como ambos eran pretores, podían obligarlos a asistir. Entonces
respondió Bruto: «En ese caso, mi deber será, no callarme, sino oponerme al
proyecto de ley, y morir antes de ver expirar la libertad». Gayo Casio Longino
rechazó de lleno esta solución, pues entendía que no era dándose muerte cómo se
iba a salvar la República, y lo exhortó a la lucha, a pasar a la acción. Su
elocuencia terminó por convencer a su interlocutor.
El nombre de Marco Junio
Bruto atrajo varias adhesiones valiosas, no en vano se decía descendiente de
aquel otro Bruto (Lucio Junio Bruto) que había dirigido la expulsión del último
rey de Roma, Tarquinio el Soberbio en 509 a. C.; entre otras adhesiones a la
trama, se produjo la de Décimo Junio Bruto Albino, un familiar del dictador, en
quien este tenía entera confianza. En total, el número de los conjurados parece
haber sido de unos sesenta. Durante las reuniones preliminares se elaboró un
plan de acción. Se decidió por unanimidad atentar contra César en pleno Senado.
De este modo, se esperaba que su muerte no pareciera una emboscada, sino un
acto para la salvación de la patria, y que los senadores, testigos del
asesinato, inmediatamente declararían su solidaridad.
Los planes de los conjurados no solamente preveían el asesinato de César, sino que además deseaban arrastrar su
cadáver
al Tíber,
adjudicar sus bienes al Estado y anular sus disposiciones.
Hay que tener en cuenta
que las motivaciones de los magnicidas eran muy heterogéneas, ya que los había
movidos por un auténtico sentido de salvación de la República y estos se les
habían unido otras personas movidas por el rencor, la envidia, o por la idea de
que si César acaparaba las magistraturas, a ellos no les tocaría nunca llegar
al poder.
También se debe señalar
que muchos de los conspiradores eran ex pompeyanos reconocidos, a los que César
había perdonado la vida y la hacienda, incluso confiando en ellos para la
administración del Estado (Casio y Bruto fueron gobernadores provinciales,
nombrados por César)
El
magnicidio
En los idus de marzo del
año 44 a. C., un grupo de senadores, pertenecientes a la conspiración arriba
citada, convocó a César al Foro para leerle una petición, escrita por ellos,
con el fin de devolver el poder efectivo al Senado. Marco Antonio, que había
tenido noticias difusas de la posibilidad del complot a través de Servilio
Casca, temiendo lo peor, corrió al Foro e intentó parar a César en las
escaleras, antes de que entrara a la reunión del Senado.
Pero el grupo de
conspiradores interceptó a César justo al pasar al Teatro de Pompeyo, donde se
reunía la curia romana, y lo condujo a una habitación anexa al pórtico este,
donde le entregaron la petición. Cuando el dictador la comenzó a leer, Tulio
Cimber, que se la había entregado, tiró de su túnica, provocando que César le
espetara furiosamente Ista quidem vis est? «¿Qué clase de violencia es esta?»
(no debe olvidarse que César, al contar con la sacrosantidad de la tribunicia
potestas, y, por ser Pontifex Maximus, era jurídicamente intocable). En ese
momento, el mencionado Casca, sacando una daga, le asestó un corte en el
cuello; el agredido se volvió rápidamente y, clavando su punzón de escritura en
el brazo de su agresor,h le dijo: «¿Qué haces, Casca, villano?», pues era sacrilegio
portar armas dentro de las reuniones del Senado.
Casca, asustado, gritó
en griego ἀδελφέ, βοήθει!,
(adelphe, boethei! = «¡Socorro, hermanos!»), y, en respuesta a esa petición,
todos se lanzaron sobre el dictador, incluido Marco Junio Bruto.119120
César, entonces, intentó salir del edificio para
recabar ayuda, pero, cegado por la sangre, tropezó y cayó. Los conspiradores
continuaron con su agresión, mientras aquel yacía indefenso en las escaleras
bajas del pórtico. De acuerdo con Eutropio y Suetonio, al menos sesenta
senadores participaron en el magnicidio. César recibió veintitrés puñaladas, de
las que, si creemos a Suetonio, solamente una, la segunda recibida en el tórax,
fue la mortal.
Las últimas palabras de
César no están establecidas realmente, y hay una polémica en torno a las
mismas, siendo las más conocidas:
Καὶ
σὺ
τέκνον. Kai sy, teknon? (en griego: ‘¿tú también, hijo mío?’). Suetonio.
Tu quoque, Brute, filii
mi! (traducción al latín de la frase anterior: ‘¡Tú también, Bruto, hijo
mío!’).
¿Et tu, Brute? (Latín,
‘¿Tú también, Bruto?’, versión inmortalizada en la pieza de Shakespeare).
Plutarco nos cuenta que
no dijo nada, sino que se cubrió la cabeza con la toga tras ver a Bruto entre
sus agresores.
Tras el asesinato, los
conspiradores huyeron, dejando el cadáver de César a los pies de una estatua de
Pompeyo, donde quedó expuesto por un tiempo. De allí, lo recogieron tres
esclavos públicos que lo llevaron a su casa en una litera,119
de donde Marco Antonio lo recogió y lo mostró al pueblo, que quedó conmocionado
por la visión del cadáver. Poco después los soldados de la decimotercera
legión, tan unida a César, trajeron antorchas para incinerar el cuerpo de su
querido líder. Luego, los habitantes de Roma, con gran tumulto, echaron a esa
hoguera todo lo que tenían a mano para avivar más el fuego.
La leyenda cuenta que
Calpurnia, la mujer de César, después de haber soñado con un presagio terrible,
advirtió a César de que tuviera cuidado, pero César ignoró su advertencia
diciendo: «Solo se debe temer al miedo». En otras se cuenta cómo un vidente
ciego le había prevenido contra los Idus de Marzo; llegado el día, César le
recordó divertido en las escaleras del Senado que aún seguía vivo, a lo que el
ciego respondió que los idus no habían acabado aún.
Consecuencias
del magnicidio
Las consecuencias de la
muerte de César son numerosas, y no se limitan a la guerra civil posterior. El
nombre «César», por ejemplo, se convirtió en común a todos los emperadores
posteriores, debido a que Augusto, de nombre Cayo Octavio, al ser adoptado oficialmente
por el dictador cambió su nombre por el de Cayo Julio César. Dado que todos los
emperadores posteriores a Augusto hasta Nerón fueron adoptados, el cognomen
César acabó siendo una especie de título más que un nombre, y, así, desde
Vespasiano en adelante los emperadores lo ostentaron como tal sin haber sido
adoptados por la familia César. Tanto prestigio acumuló el cognomen que de
César provienen los apelativos káiser y zar.
Muchas de sus
iniciativas quedaron en suspenso a su muerte, entre ellas:
· Reprimir a los dacios, que bajo el
reinado de Berebistas se habían extendido hasta el Ponto Euxino y la Tracia;
enseguida llevar la guerra al Imperio Parto, pasando por Armenia Menor, y no
combatirlos en batalla campal hasta haberles medido sus fuerzas.
·
La construcción de un templo a
Marte, mayor que cualquier otro del mundo, rellenando hasta el nivel del suelo
el lago en que ofreció la naumaquia.
·
La construcción de un teatro
gigantesco al pie de la Roca Tarpeya.
· Reducir a justa proporción todo el
derecho civil, y encerrar en poquísimos libros lo mejor y más indispensable del
inmenso y difuso número de leyes existentes.
·
Formar bibliotecas públicas griegas
y latinas, lo más numerosas posible, y encargó a Marco Terencio Varrón el
cuidado de adquirir y clasificar los libros.
· Se proponía secar las lagunas
Pontinas, abrir salida a las aguas del lago Fucino, construir un camino desde
el mar Adriático hasta el Tíber, a través de los Apeninos y abrir el istmo de
Corinto.
En el lugar de la
cremación de su cadáver se construyó un altar que serviría de epicentro para un
templo a él dedicado, pues en el año 42 a. C. el Senado le deificó con el
nombre de Divino Julio (Divus Iulius), acción que se convertiría en costumbre a partir
de ese momento, con lo que todos los emperadores desde Augusto fueron
deificados a su muerte. Esta práctica es la que, al parecer, inspiró las
últimas palabras de Vespasiano, que al sentirse morir parece ser que dijo
"creo que me estoy convirtiendo en dios".
Después de la muerte de
César, estalló una lucha por el poder entre su sobrino-nieto César Augusto, a
quien en su testamento había nombrado heredero universal, y Marco Antonio, que
culminaría con la caída de la República y el nacimiento de una especie de Monarquía,
que se ha dado en denominar Principado, con lo que la conspiración y el
magnicidio se revelaron a la postre inútiles, ya que no impidieron el
establecimiento de un sistema autocrático.
César
el seductor
Según el historiador
latino Suetonio, César sedujo a numerosas mujeres a lo largo de su vida y sobre
todo a aquellas pertenecientes a la alta sociedad romana.
Según el autor, César
habría seducido a Postumia, esposa de Servio Sulpicio Rufo, a Lolia (Lollia),
esposa de Aulo Gabinio y a Tértula (Tertulla), esposa de Marco Licinio Craso.
También parece haber frecuentado a Mucia, esposa de Pompeyo. Asimismo,
César mantuvo relaciones
con Servilia, madre de Bruto, a la que parecía apreciar
especialmente. Así, Suetonio refiere
los distintos regalos y beneficios que ofreció a su amada, de los cuales
destaca una magnífica perla con un valor de seis millones de sestercios. El
amor de Servilia hacia César
era conocido públicamente
en Roma y su relación duró desde que se
conocieron en 63 a. C. hasta la muerte del general en 44 a. C.
La inclinación de César
hacia los placeres del amor también ha sido confirmada por los versos cantados
por sus soldados con ocasión de su triunfo en Roma por las campañas en la
Galia, referidos por Suetonio:
Ciudadanos,
vigilad a vuestras mujeres: traemos a un adúltero calvo
Has
fornicado en Galia con el oro que tomaste prestado en Roma.
Las
reinas
César mantuvo relaciones
amorosas con Eunoë, esposa de Bogud, rey de Mauritania.
Sin embargo, su relación
más famosa fue con Cleopatra VII. Suetonio cuenta que César remontó el Nilo con
la reina egipcia en una nave provista de cabinas; y habría atravesado así todo Egipto y penetrado
hasta Etiopía,
si el ejército
no se hubiese negado a seguirlos. La hizo ir a Roma colmándola de honores y de
presentes. Para él era un buen modo de
sujetar Egipto, donde quedaban presentes tres legiones, y cuyo papel en el
aprovisionamiento de cereales para Italia empezaba a ser preponderante. Sea
como fuere, Cleopatra estuvo presente en Roma en el momento del asesinato de
César y volvió rápidamente a su país después del crimen.
Para más información consulta la fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Julio_C%C3%A9sar
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