Albert Einstein
Nació
en la ciudad alemana de Ulm, cien kilómetros al este de Stuttgart, en el seno
de una familia judía. Sus padres fueron Hermann Einstein y Pauline Koch.
Hermann y Pauline se habían casado en 1876, cuando Hermann tenía casi
veintinueve años y ella dieciocho. La familia de Pauline vivía cerca de Stuttgart, concretamente
en la ciudad de Cannstatt; allí
su padre, Julius Koch, explotaba con su hermano Heinrich un comercio muy próspero de cereales. Pauline tocaba el
piano y le transmitió
a su hijo su amor por la música, entre otras cualidades como su
"perseverancia y paciencia". De su padre, Hermann, también heredó ciertos caracteres como la
generosidad y la amabilidad que caracterizaron a Albert.
En
1880 la familia se mudó a Múnich, donde se criaría durante catorce años, y su
padre y el hermano de este, Jakob, quien influyó intelectualmente sobre Albert,
fundaron en octubre una empresa dedicada a la instalación de agua y gas. Como
el negocio marchaba bien, con el apoyo de toda la familia decidieron abrir un
taller propio de aparatos eléctricos (Elektrotechnische Fabrik J. Einstein
& Cie.), que suministraban a centrales eléctricas en Múnich-Schwabing,
Varese y Susa en Italia, la que fracasaría tras endeudar a toda la familia.
Esto causó un trauma no solo a Albert sino también al resto de la familia. A
fin de saldar las deudas y financiar el traslado, el querido jardín de la casa
de Múnich fue vendido a un promotor inmobiliario.
Desde
sus comienzos, demostró cierta dificultad para expresarse, pues no empezó a
hablar hasta la edad de tres años, por lo que aparentaba poseer algún retardo
que le provocaría algunos problemas. Al contrario que su hermana menor, Maya,
que era más vivaracha y alegre, Albert era paciente y metódico y no le gustaba
exhibirse. Solía evitar la compañía de otros infantes de su edad y a pesar de
que, como niños, también tenían de vez en cuando sus diferencias, únicamente
admitía a su hermana en sus soledades. Cursó sus estudios primarios en una
escuela católica; desde 1888 asistió al instituto de segunda enseñanza Luitpold
(que en 1965 recibiría el nombre de Gymasium Albert Einstein). Sacó buenas
notas en general, no tanto en las asignaturas de idiomas, pero excelentes en
las de ciencias naturales. Los libros de divulgación científica de Aaron
Bernstein marcaron su interés y su futura carrera. Fue un período difícil que
sobrellevaría gracias a las clases de violín (a partir de 1884) que le daría su
madre (instrumento que le apasionaba y que continuó tocando el resto de sus
días) y a la introducción al álgebra
que le descubriría
su tío
Jacob. Su paso por el Gymnasium (instituto de bachillerato), sin embargo, no
fue muy gratificante: la rigidez y la disciplina militar de los institutos de
secundaria de la época
de Otto von Bismarck le granjearon no pocas polémicas
con los profesores: en el Luitpold Gymnasium las cosas llegaron a un punto
crítico en 1894, cuando Einstein tenía quince años. Un nuevo profesor, el Dr.
Joseph Degenhart, le dijo que «nunca conseguiría nada en la vida». Cuando
Einstein le respondió que «no había cometido ningún delito», el profesor le
respondió: «tu sola presencia aquí mina el respeto que me debe la clase».
Su
tío, Jacob Einstein, un ingeniero con gran inventiva e ideas, convenció al
padre de Albert para que construyese una casa con un taller, en donde llevarían
a cabo nuevos proyectos y experimentos tecnológicos de la época a modo de
obtener unos beneficios, pero, debido a que los aparatos y artilugios que
afinaban y fabricaban eran productos para el futuro, en el presente carecían de
compradores y el negoció fracasó. El pequeño Albert, se crio motivado por las
investigaciones que se realizaban en el taller y todos los aparatos que allí
había. Además, su tío incentivó sus inquietudes científicas proporcionándole
libros de ciencia. Según relata el propio Einstein en su autobiografía, de la
lectura de estos libros de divulgación científica nacería un constante
cuestionamiento de las afirmaciones de la religión; un librepensamiento decidido
que fue asociado a otras formas de rechazo hacia el Estado y la autoridad. Un
escepticismo poco común en aquella época, a decir del propio Einstein. El
colegio no lo motivaba, y aunque era excelente en matemáticas y física, no se
interesaba por las demás asignaturas. A los quince años, sin tutor ni guía,
emprendió el estudio del cálculo infinitesimal. La idea, claramente infundada,
de que era un mal estudiante proviene de los primeros biógrafos que escribieron
sobre Einstein, que confundieron el sistema de calificación escolar de Suiza
(un 6 en Suiza es la mejor calificación) con el alemán (un 6 es la peor nota). En
este «Erziehungsrat» aparece con nota en todas las
asignaturas: Álgebra,
Física,
Geometría,
Geometría
Analítica
y Trigonometría.
En
1894, la compañía Hermann sufría importantes dificultades económicas y los
Einstein se mudaron de Múnich a Pavía, en Italia, cerca de Milán. Albert
permaneció en Múnich para terminar sus cursos antes de reunirse con su familia
en Pavía, pero la separación duró poco tiempo: antes de obtener su título de
bachiller decidió abandonar el Gymnasium. Sin consultarlo con sus padres,
Albert se puso en contacto con un médico (el hermano mayor de Max Talmud, un
estudiante de medicina que iba todos los viernes a comer a la casa de los
padres de Einstein) para que certificara que padecía de agotamiento y
necesitaba un tiempo sin asistir a la escuela, y convenció a un profesor para
que certificara su excelencia en el campo de las matemáticas. Las autoridades
de la escuela le dejaron ir. Justo después de las Navidades de 1894, Albert
abandonó Múnich y se fue a Milán para reunirse con sus padres.
Así,
la familia Einstein intentó matricular a Albert en la Escuela Politécnica
Federal de Zúrich pero, al no tener el título de bachiller, tuvo que
presentarse a una prueba de acceso que suspendió a causa de una calificación
deficiente en una asignatura de letras. Esto supuso que fuera rechazado
inicialmente, pero el director del centro, impresionado por sus resultados en
ciencias, le aconsejó que continuara sus estudios de bachiller y que obtuviera
el título que le daría acceso directo al Politécnico. Su familia lo envió a
Aarau para terminar sus estudios secundarios en la escuela cantonal de Argovia,
a unos 50 km al oeste de Zúrich, donde Einstein obtuvo el título de bachiller
alemán en 1896, a la edad de dieciséis años. Ese mismo año renunció a su ciudadanía
alemana, presuntamente para evitar el servicio militar, pasando a ser un
apátrida. Inició los trámites para naturalizarse suizo. A fines de 1896, a la
edad de diecisiete años, Einstein ingresó en la Escuela Politécnica Federal de
Zúrich (Suiza), probablemente el centro más importante de la Europa central
para estudiar ciencias fuera de Alemania, matriculándose en la Escuela de
orientación matemática y científica, con la idea de estudiar física.
Durante
sus años en la políticamente vibrante Zúrich, descubrió la obra de diversos
filósofos: Henri Poincaré, Baruch Spinoza, David Hume, Immanuel Kant, Karl Marx
y Ernst Mach. También tomó contacto con el movimiento socialista a través de
Friedrich Adler y con cierto pensamiento inconformista y revolucionario en el
que mucho tuvo que ver su amigo de toda la vida Michele Besso. En octubre de
1896, conoció a Mileva Marić, una compañera de clase serbia, de talante
feminista y radical, de la que se enamoró. En 1900, Albert y Mileva se
graduaron en el Politécnico de Zürich y en 1901, a la edad de veintidós años,
consiguió la ciudadanía suiza. Durante este período discutía sus ideas
científicas con un grupo de amigos cercanos, incluyendo a Mileva, con la cual
tuvo en secreto una hija en enero de 1902, llamada Lieserl. Al día de hoy nadie
sabe qué fue de la niña, asumiéndose que fue adoptada en la Serbia natal de
Mileva, después de que ambos contrajeran matrimonio, el 6 de enero de 1903, en
la ciudad de Berna. No obstante, esta teoría difícilmente puede demostrarse, ya
que solo se dispone de pruebas circunstanciales. Los padres de Einstein siempre
se opusieron al matrimonio, hasta que en 1902 su padre cayó enfermo de muerte y
consintió. Mas su madre nunca se resignó al mismo.
Se
graduó en 1900, obteniendo el diploma de profesor de matemática y de física,
pero no pudo encontrar trabajo en la Universidad, por lo que ejerció como tutor
en Winterthur, Schaffhausen y Berna. Su compañero de clase Marcel Grossmann, un
hombre que más adelante desempeñaría un papel fundamental en las matemáticas de
la relatividad general, le ofreció un empleo fijo en la Oficina Federal de la
Propiedad Intelectual de Suiza, en Berna, una oficina de patentes, donde
trabajó de 1902 a 1909. Su personalidad le causó también problemas con el director de
la Oficina, quien le enseñó a «expresarse correctamente».
En
esta época, Einstein se refería con amor a su mujer Mileva como «una persona
que es mi igual y tan fuerte e independiente como yo». Abram Joffe, en su
biografía de Einstein, argumenta que durante este periodo fue ayudado en sus
investigaciones por Mileva. Esto se contradice con otros biógrafos como Ronald
W. Clark, quien afirma que Einstein y Mileva llevaban una relación distante que
le brindaba la soledad necesaria para concentrarse en su trabajo.
En
mayo de 1904, Einstein y Mileva tuvieron un hijo, al que llamaron Hans Albert
Einstein. Ese mismo año consiguió un trabajo permanente en la Oficina de
Patentes. Poco después finalizó su doctorado presentando una tesis titulada Una
nueva determinación de las dimensiones moleculares, consistente en un trabajo
de 17 folios que surgió de una conversación mantenida con Michele Besso,
mientras se tomaban una taza de té; al azucarar Einstein el suyo, le preguntó a
Besso: ¿Crees
que el cálculo de las dimensiones de las moléculas de azúcar podría ser una
buena tesis de doctorado?
En
1905, redactó varios trabajos fundamentales sobre la física de pequeña y gran
escala. En el primero de ellos explicaba el movimiento browniano, en el segundo
el efecto fotoeléctrico y los dos restantes desarrollaban la relatividad
especial y la equivalencia masa-energía. El primero de ellos le valió el grado
de doctor por la Universidad de Zúrich en 1906, y su trabajo sobre el efecto
fotoeléctrico le haría merecedor del Premio Nobel de Física en 1921, por sus
trabajos sobre el movimiento browniano y su interpretación sobre el efecto
fotoeléctrico. Estos artículos fueron enviados a la revista Annalen der Physik
y son conocidos generalmente como los artículos del annus mirabilis («año
milagroso»).
En
1908, a la edad de veintinueve años, fue contratado en la Universidad de Berna,
Suiza, como profesor y conferenciante (privatdozent). Einstein y Mileva
tuvieron un nuevo hijo, Eduard, nacido el 28 de julio de 1910. Poco después la
familia se mudó a Praga, donde Einstein obtuvo la plaza de professor de física
teórica, el equivalente a catedrático, en la Universidad Alemana de Praga,
debiendo adoptar la nacionalidad austríaca para poder acceder al cargo.
En esta época
trabajó
estrechamente con Marcel Grossmann y Otto Stern. También comenzó a llamar al tiempo matemático «cuarta
dimensión». En 1913, justo antes de la Primera
Guerra Mundial, fue elegido miembro de la Academia Prusiana de Ciencias.
Estableció su residencia en Berlín, donde permaneció durante diecisiete años.
El emperador Guillermo le invitó a dirigir la sección de Física del Instituto
Kaiser Wilhelm de Física.
El
14 de febrero de 1919, a la edad de treinta y nueve años, se divorció de
Mileva, después de un matrimonio de dieciséis años, y algunos meses después, el
2 de junio de 1919, se casó con una prima suya, Elsa Loewenthal, cuyo apellido
de soltera era Einstein; Loewenthal era el apellido de su primer marido, Max
Loewenthal. Elsa era tres años mayor que él y le había estado cuidando tras
sufrir un fuerte estado de agotamiento. Einstein y Elsa no tuvieron hijos.
El
destino de la hija de Albert y Mileva, Lieserl, nacida antes de que sus padres
se casaran o encontraran trabajo, es desconocido. De sus dos hijos, el primero,
Hans Albert, se mudó a California, donde llegó a ser profesor universitario,
aunque con poca interacción con su padre; el segundo, Eduard, sufría
esquizofrenia y fue internado en 1932 en una institución para tratamiento de
enfermedades mentales en Zúrich. Fue el primero de muchos ingresos. Einstein
quería llevar a su hijo enfermo a Princeton, pero la embajada de EE. UU. no lo
admitió por sus malos antecedentes. Eduard falleció en el centro psiquiátrico
en 1965.
En
Berlín en los años 1920, la fama de Einstein despertaba acaloradas discusiones.
En los diarios conservadores se podían leer editoriales que atacaban su teoría.
Se convocaban conferencias-espectáculo tratando de argumentar lo disparatada
que resultaba la teoría especial de la relatividad. Incluso se le atacaba, en
forma velada, no abiertamente, en su condición de judío. En el resto del mundo,
la teoría de la relatividad era apasionadamente debatida en conferencias
populares y textos.
En
Alemania, las expresiones de odio a los judíos alcanzaron niveles muy elevados.
Varios físicos de ideología nazi, algunos tan notables como los premios Nobel
de Física Johannes Stark y Philipp Lenard, intentaron desacreditar sus teorías.
Otros físicos
que enseñaban la teoría de la relatividad, como Werner Heisenberg, fueron
vetados en sus intentos de acceder a puestos docentes.
En
1923 visitó España, entablando relación con José Ortega y Gasset. Al
desembarcar en Barcelona, y dadas las ideas socialistas que profesaba, aceptó una invitación para dar una conferencia en la
sede de la CNT, donde entabló
amistad con Ángel
Pestaña.
Preguntó
qué
significaban las siglas CNT (Confederación
Nacional del Trabajo), y cuando lo comprendió,
y dadas las ideas anarquistas del sindicato, propuso eliminar la palabra
"Nacional", que en Alemania tenía connotaciones violentas. En su
visita también
conoció
brevemente a Santiago Ramón
y Cajal y adicionalmente recibió
un homenaje del rey Alfonso XIII de España,
quien lo nombra miembro de la Real Academia de Ciencias.
Antes
del ascenso del nazismo —Adolf Hitler llegó al poder como canciller el 30 de
enero de 1933—, había dejado Alemania en diciembre de 1932 para zarpar
inciertamente hacia Estados Unidos, país donde enseñó en el Institute for
Advanced Study, agregando a su nacionalidad suiza la estadounidense en 1940, a
la edad de sesenta y un años.
Para
la camarilla nazi los judíos no son solo un medio que desvía el resentimiento
que el pueblo experimenta contra sus opresores; ven también en los judíos un
elemento inadaptable que no puede ser llevado a aceptar un dogma sin crítica, y
que en consecuencia amenaza su autoridad –por el tiempo que tal dogma exista–
con motivo de su empeño en esclarecer a las masas.
La
prueba de que este problema toca el fondo de la cuestión la proporciona la
solemne ceremonia de la quema de libros, ofrecida como espectáculo por el
régimen nazi poco tiempo después de adueñarse del poder.
Antes
de decidirse por el exilio estadounidense, en 1933 el gobierno de la Segunda
República española ofreció a Einstein incorporarse como investigador a la
Universidad Central de Madrid. Medió en estas gestiones el entonces embajador
en el Reino Unido, Ramón Pérez de Ayala, a iniciativa del ministro Fernando de
los Ríos. Finalmente, ante la situación de inestabilidad política en Europa y
el ascenso al poder de la CEDA en España, Einstein declinó la oferta. Ante la
posibilidad de que el científico alemán aceptara el puesto, sectores de la
derecha española mostraron su malestar y hubo algunas reacciones antisemitas.
El diario católico El Debate (vinculado a la CEDA) publicó un editorial el 12
de abril (titulado Todo es relativo) donde se refería a Einstein como "el
judío"; en otro artículo del mismo periódico se negaba que fuese una
víctima de la persecución hitleriana y que su destierro fuera forzado: «El
ministro socialista se ha apresurado a ofrecerle protección. Judaísmo y
marxismo se identifican y confunden», se añadía.
Einstein,
en 1939 decide ejercer su influencia participando en cuestiones políticas que
afectan al mundo. Redacta la célebre carta a Roosevelt, para promover el
proyecto atómico e impedir que los «enemigos de la humanidad» lo hicieran
antes: …puesto
que dada la mentalidad de los nazis, habrían consumado la destrucción y la esclavitud
del resto del mundo.
Durante
sus últimos años, Einstein trabajó por integrar en una misma teoría las cuatro
interacciones fundamentales, tarea aún inconclusa.
El
16 de abril de 1955, Albert Einstein experimentó una hemorragia interna causada
por la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal, que anteriormente había
sido reforzada quirúrgicamente por el doctor Rudolph Nissen en 1948. Einstein
rechazó la cirugía, diciendo: «Quiero irme
cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi
parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia». Murió en el
Hospital de Princeton a primera hora del 18 de abril de 1955 a la edad de
setenta y seis años. En la mesilla quedaba el borrador
del discurso por el séptimo
aniversario de la independencia de Israel, que jamás llegaría a pronunciar, y que empezaba así: «Hoy les
hablo no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano».
Einstein
no quiso tener un funeral rutilante, con la asistencia de dignatarios de todo
el mundo. De acuerdo con su deseo, su cuerpo fue incinerado en la misma tarde,
antes de que la mayor parte del mundo se enterara de la noticia. En el
crematorio solo hubo doce personas, entre las cuales estuvo su hijo mayor. Sus
cenizas fueron esparcidas en el río Delaware a fin de que el lugar de sus
restos no se convirtiera en objeto de mórbida veneración. Pero hubo una parte
de su cuerpo que no se quemó.
Durante
la autopsia, el patólogo del hospital Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro
de Einstein para conservarlo, sin el permiso de su familia, con la esperanza de
que la neurociencia del futuro fuera capaz de descubrir lo que hizo a Einstein
ser tan inteligente. Lo conservó durante varias décadas, hasta que finalmente
lo devolvió a los laboratorios de Princeton cuando tenía más de ochenta años.
Pensaba que el cerebro de Einstein «le revelaría los secretos de su genialidad
y que así se haría famoso». Hasta ahora, el único dato científico medianamente
interesante obtenido del estudio del cerebro es que una parte de él —la parte
que, entre otras cosas, está relacionada con la capacidad matemática— es más
grande que en otros cerebros.
Son
recientes y escasos los estudios detallados del cerebro de Einstein. En 1985,
por ejemplo, la profesora Marian Diamond, de la Universidad de California en
Berkeley, informó de un número de células gliales (que nutren a las neuronas)
de superior calidad en áreas del hemisferio izquierdo, encargado del control de
las habilidades matemáticas. En 1999, la neurocientífica Sandra Witelson
informaba que el lóbulo parietal inferior de Einstein, un área relacionada con
el razonamiento matemático, era un 15% más ancho de lo normal. Además, encontró
que su cisura de Silvio, un surco que normalmente se extiende desde la parte
delantera del cerebro hasta la parte posterior, no recorría todo el camino.
Actividad
política
Los
acontecimientos de la Primera Guerra Mundial empujaron a Einstein a
comprometerse políticamente, tomando partido. Sentía desprecio por la violencia,
la bravuconería, la agresión y la injusticia.
Originario
de una familia judía asimilada, Einstein advirtió la crecida del antisemitismo
durante la Primera Guerra Mundial y abogó parcialmente por la causa sionista.
Einstein fue uno de los miembros más conocidos del Partido Democrático Alemán
(DDP). Entre 1921 y 1932 pronunció diversos discursos, con el propósito de
ayudar a recoger fondos para la colectividad judía y sostener la Universidad
Hebrea de Jerusalén, fundada en 1918, y como prueba de su creciente adhesión a
la causa sionista. Sin embargo, aunque estaba a favor de que Palestina fuese un
"hogar" para los judíos, tal y como afirmaba la Declaración Balfour,
estaba en contra de la creación de un Estado judío. Así, en enero de 1946, en
una declaración ante el Comité Angloamericano de Investigación que interrogó a
varias personalidades sobre la creación de un Estado judío, Einstein dijo:
La idea de un Estado (judío) no coincide con lo que siento, no
puedo entender para qué es necesario. Está vinculada a un montón de
dificultades y es propia de mentes cerradas. Creo que es mala.
Einstein
abogó por un Estado binacional donde judíos y palestinos tuvieran los mismos
derechos:66 «Nosotros,
esto es, judíos
y árabes,
debemos unirnos y llegar a una comprensión recíproca en cuanto a las
necesidades de los dos pueblos, en lo que atañe a las directivas satisfactorias
para una convivencia provechosa».
Con
el auge del nazismo en Alemania, Einstein dejó su país y decidió residir en
Estados Unidos. Un grupo de enemigos de sus teorías
en la Alemania nazi creó
una asociación
en su contra, e incluso un hombre fue acusado de promover su asesinato. Además, se publicó un libro titulado Cien autores en
contra de Einstein, ante el cual Einstein se limitó a decir: «¿Por qué cien? Si estuviera equivocado, bastaría con uno
solo».
El
Estado de Israel se creó en 1948. Cuando Jaim Weizmann, el primer presidente de
Israel y viejo amigo de Einstein, murió en 1952, Abba Eban, embajador israelí
en Estados Unidos, le ofreció la presidencia. Einstein rechazó el ofrecimiento
diciendo: «Estoy profundamente conmovido por el
ofrecimiento del Estado de Israel y a la vez apenado y avergonzado por no poder
aceptarlo. Durante toda mi vida he tratado con cuestiones objetivas, por lo que
carezco de la aptitud natural y de la experiencia para tratar como es debido
con la gente y para desempeñar funciones oficiales. Soy el más afligido por
estas circunstancias, porque mi relación con el pueblo judío se ha convertido
en mi vínculo humano más fuerte, desde que tomé plena conciencia de nuestra
precaria situación entre las naciones del mundo».
La
causa socialista
En
mayo de 1949, Monthly Review publicó (en Nueva York) un artículo suyo titulado
«¿Por qué el socialismo?» en el que reflexiona sobre la
historia, las conquistas y las consecuencias de la «anarquía económica de la
sociedad capitalista», artículo que hoy sigue teniendo vigencia. Una parte muy
citada del mismo habla del papel de los medios privados en relación con las posibilidades
democráticas de los países:
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe
hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. […]
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en
parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el
desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la
formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas.
El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme
poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada
políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los
cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados
en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes,
para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura.
La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen
suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población.
[…]
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar
estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado
por un sistema educativo orientado hacia metas sociales.
Albert
Einstein, Why Socialism?
La
causa pacifista
Albert
Einstein fue un pacifista convencido. En 1914, prominentes intelectuales alemanes firmaron el
Manifiesto para el mundo civilizado para apoyar al káiser y desafiar a las
«hordas de rusos aliados con mongoles y negros que pretenden atacar a la raza
blanca», justificando la invasión alemana de Bélgica; pero Einstein se negó a
firmarlo junto con otros tres intelectuales, que pretendían impulsar un
contramanifiesto, exclamando posteriormente:
Es increíble lo que Europa ha desatado con esta locura. […]
En estos momentos uno se da cuenta de lo absurda que es la
especie animal a la que pertenece.
Albert
Einstein.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, Einstein renunció parcialmente al pacifismo
proponiendo a los Estados Unidos que fabricasen una bomba nuclear antes que la
Alemania nazi, pero advirtió públicamente sobre los peligros de una guerra
nuclear y proponía el control internacional de dichas armas.
En
1939 se produce su más importante participación en cuestiones mundiales. El
Informe Smyth, aunque con sutiles recortes y omisiones, narra la historia de
cómo los físicos trataron, sin éxito, de interesar a la Marina y al Ejército en
el proyecto atómico. Pero la célebre carta de Einstein a Roosevelt escrita el 2
de agosto fue la que consiguió romper la rigidez de la mentalidad militar. Sin
embargo, Einstein, que siente desprecio por la violencia y las guerras, es considerado
el «padre de la bomba atómica». En plena Segunda Guerra Mundial
apoyó
una iniciativa de Robert Oppenheimer para comenzar el programa de desarrollo de
armas nucleares conocido como Proyecto Manhattan. En su discurso pronunciado en
Nueva York, en diciembre de 1945, expuso:
En la actualidad, los físicos que participaron en la
construcción del arma más tremenda y peligrosa de todos los tiempos, se ven
abrumados por un similar sentimiento de responsabilidad, por no hablar de
culpa. (…)
Nosotros ayudamos a construir la nueva arma para impedir que los
enemigos de la humanidad lo hicieran antes, puesto que dada la mentalidad de
los nazis habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo.
(…)
Hay que desear que el espíritu que impulsó a Alfred Nobel cuando
creó su gran institución, el espíritu de solidaridad y confianza, de
generosidad y fraternidad entre los hombres, prevalezca en la mente de quienes
dependen las decisiones que determinarán nuestro destino. De otra manera, la
civilización quedaría condenada.
Einstein:
Hay que ganar la paz (1945).
Einstein
impulsó en 1955 el conocido Manifiesto Russell-Einstein, un llamamiento a los
científicos para unirse en favor de la desaparición de las armas nucleares.
Este documento sirvió de inspiración para la posterior fundación de las
Conferencias Pugwash, que en 1995 se hicieron acreedoras del Premio Nobel de la
Paz.
Ética
y religión
Einstein
se declaró agnóstico, y en ocasiones se declaró también ateo aunque algunos
historiadores niegan este extremo. En cierta ocasión, en una reunión, se le preguntó a Einstein si creía o no en un dios a lo que
respondió: «Creo en el dios de Spinoza, que es
idéntico al orden matemático del Universo». Dijo que creía en el Dios «panteísta» de Baruch Spinoza, pero no en un
dios personal, una creencia que criticó.
Einstein distingue tres estilos que suelen entremezclarse en la práctica de la
religión. El primero está motivado por el miedo y la mala comprensión de la
causalidad, por tanto, tiende a inventar seres sobrenaturales. El segundo es
social y moral, motivado por el deseo de apoyo y amor. Ambos tienen un concepto
antropomórfico de Dios. El tercero —que Einstein considera el más maduro—, está
motivado por un sentido de asombro ante la Naturaleza.
En
una carta a la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de la Fe Judía, en
1920, les escribe:
Ni soy ciudadano alemán, ni hay nada en mí que pueda definirse
como «fe judía». Pero soy judío y estoy orgulloso de pertenecer a la comunidad
judía, aunque no los considero en absoluto los elegidos de Dios.
Una
cita más larga de Einstein aparece en Science, Philosophy, and Religion, A
Symposium (Simposio de ciencia, filosofía y religión), publicado por la
Conferencia de Ciencia, Filosofía y Religión en su Relación con la Forma de
Vida Democrática:
Cuanto más imbuido esté un hombre en la ordenada regularidad de
los eventos, más firme será su convicción de que no hay lugar —del lado de esta
ordenada regularidad— para una causa de naturaleza distinta. Para ese hombre,
ni las reglas humanas ni las «reglas divinas» existirán como causas
independientes de los eventos naturales. De seguro, la ciencia nunca podrá
refutar la doctrina de un dios que interfiere en eventos naturales, porque esa
doctrina puede siempre refugiarse en que el conocimiento científico no puede
posar el pie en ese tema. Pero estoy convencido de que tal comportamiento de
parte de las personas religiosas no solamente es inadecuado sino también fatal.
Una doctrina que se mantiene no en la luz clara sino en la oscuridad, que ya ha
causado un daño incalculable al progreso humano, necesariamente perderá su
efecto en la humanidad. En su lucha por el bien ético, las personas religiosas
deberían renunciar a la doctrina de la existencia de Dios, esto es, renunciar a
la fuente del miedo y la esperanza, que en el pasado puso un gran poder en
manos de los sacerdotes. En su labor, deben apoyarse en aquellas fuerzas que
son capaces de cultivar el bien, la verdad y la belleza en la misma humanidad.
Esto es de seguro, una tarea más difícil pero incomparablemente más meritoria y
admirable.
En
una carta fechada en marzo de 1954, que fue incluida en el libro Albert
Einstein: su lado humano (en inglés), editado por su fiel secretaria Helen
Dukas y su colaborador Banesh Hoffman y publicada por Princeton University
Press, Einstein dice:
Por supuesto era una mentira lo que se ha leído acerca de mis
convicciones religiosas; una mentira que es repetida sistemáticamente. No creo
en un dios personal y no lo he negado nunca sino que lo he expresado
claramente. Si hay algo en mí que pueda ser llamado religioso es la ilimitada
admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede
revelarla.
La
carta al filósofo Eric Gutkind, del 3 de enero de ese mismo año, subastada en
mayo de 2008,80 deja al parecer las cosas más claras. Dice Einstein:
La palabra dios para mí no es más que la expresión y producto de
las debilidades humanas, la Biblia, una colección de honorables pero aún
primitivas leyendas que sin embargo son bastante infantiles. Ninguna
interpretación, sin importar cuán sutil sea, puede (para mí) cambiar esto…
También
hay una carta poco conocida de Einstein, enviada a Guy H. Raner Jr, el 2 de
julio de 1945, en respuesta a un rumor de que un sacerdote jesuita lo había
convertido al cristianismo, en la cual Einstein se declara directamente ateo
(citado por Michael R. Gilmore en Skeptic Magazine, v. 5, No.2)
He recibido su carta del 10 de junio. Nunca he hablado con un
sacerdote jesuita en mi vida y estoy asombrado por la audacia de tales mentiras
sobre mí. Desde el punto de vista de un sacerdote jesuita, soy, por supuesto, y
he sido siempre un ateo.
William
Hermanns, veterano superviviente de Verdún, profesor de literatura alemana,
entrevistó varias veces a Einstein, la primera en Berlín en 1930. En esa
ocasión planteó la idea de una religión cósmica, una idea a la que había hecho
referencia en la conversación sobre la realidad que había tenido con
Rabindranath Tagore y que después desarrolló y tituló «Religión y Ciencia»,
publicado en el New York Times en 1930. Einstein siguió desarrollando esta idea
y Herrmanns, que la consideraba compatible con las creencias tradicionales se
propuso fundar un movimiento que integrara las tradiciones judías, cristiana,
vedista, budista e islámica. Estaba dispuesto a obtener declaraciones concisas
y precisas sobre Dios. Einstein no pudo serlo más:
Con respecto a Dios, no puedo aceptar ningún concepto basado en
la autoridad de la Iglesia. Desde que tengo uso de razón me ha molestado el
adoctrinamiento de las masas. No creo en el miedo a la vida, en el miedo a la
muerte, en la fe ciega. No puedo demostrar que no haya un dios personal, pero
si hablara de él, mentiría. No creo en el dios de la teología, en el dios que
premia el bien y castiga el mal. Mi dios creó las leyes que se encargan de eso.
Su universo no está gobernado por quimeras, sino por leyes inmutables.
Para
Einstein, su religión cósmica y su condición judía no guardaban relación entre
sí. Cuando se le preguntó si existía un punto de vista judío replicó:
En el sentido filosófico no hay, en mi opinión, un punto de
vista específicamente judío. Para mí, el judaísmo tiene que ver casi
exclusivamente con la actitud moral en la vida y hacia la vida […] El judaísmo
no es, pues, una religión trascendental; tiene que ver como vivimos la vida y,
hasta cierto punto, con cómo la entendemos […], y nada más. Tengo dudas si se
le puede llamar religión en el sentido aceptado de la palabra, o bien
considerarla no como una "fe", sino como la santificación de la vida
en el sentido suprapersonal que se les exige a los judíos.
Einstein
decía que la moral no era dictada por Dios, sino por la humanidad:
No creo en la inmoralidad del individuo, y considero la ética
una preocupación exclusivamente humana sobre la que no hay ninguna autoridad
sobrehumana.
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