Charles Édouard Guillaume
No se trata esta vez, de
un descubrimiento que nos revelase secretos del Universo, ni de la explicación
de un enigma con el que llevábamos rompiéndonos la cabeza muchos años, como tantas
otras veces en esta serie. Se trata del hijo de un relojero, obsesionado
también con la precisión en la medida, regalándonos algo con lo que nuestros
instrumentos científicos dieron un salto cualitativo en la precisión.
Este hijo de relojero
fue Charles Édouard Guillaume, que nació en Suiza en 1861, nieto de un exiliado
francés (que también era relojero, por cierto). Tras estudiar en el Politécnico
de Zurich y pasar un breve período de tiempo como oficial de artillería, el
joven Charles entró a trabajar en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas
en 1883.
Esta oficina había sido
creada ocho años antes, en 1875. Diecisiete países firmaron la Convention du
Mètre en Francia, un tratado mediante el cual las naciones firmantes se
comprometían a mantener unos estándares internacionales de medida. La base la
constituía, por supuesto, el sistema métrico decimal que había creado un comité
de científicos –entre los que estaban algunos de la talla de Laplace o
Lagrange, por cierto– poco después de la Revolución Francesa. La sede de la
Oficina sigue estando hoy en día en Francia, aunque se considera territorio
internacional.
El propósito fundamental
de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas era mantener estándares
estrictos y rigurosos de cada una de las unidades del Sistema Internacional,
crear copias de las referencias para poder enviarlas a los distintos países y
revisar las definiciones de cada una de las unidades para que fuesen lo más
exactas posibles.
Cuando Guillaume entró a
trabajar en la Oficina, se dedicó a intentar mejorar varios de los estándares
de la época. En aquellos años, muchas de las definiciones de las unidades del
Sistema Internacional se basaban en objetos físicos: el metro, por ejemplo, se
definía como la longitud de una barra de platino. El kilogramo era algo
parecido: la masa de un bloque de platino.
El problema de utilizar
objetos físicos como referencia de las unidades era triple: por una parte, de
modificarse las propiedades del objeto –por ejemplo, de aumentar la masa del
kilogramo unidad porque se oxidase–, ¡cambiaría la definición de la unidad! Por
otra parte, la única manera de que alguien en Australia, por ejemplo, pudiera
emplear el metro como referencia, era hacerle llegar una copia lo más exacta
posible del metro de referencia de la Oficina en Francia.
El riesgo final era el
de que la referencia se pierda o se destruya: se dependía totalmente de un
objeto físico del que, aunque había copias, ninguna era una perfecta. En resumen,
que utilizar objetos como definiciones es una idea terrible, aunque a veces no
hay más remedio. No es sorprendente que, poco a poco, la OIPM fuera
redefiniendo unidades a partir de fenómenos físicos y no de objetos: así nos
libramos de algunos de los obstáculos anteriores.
Así, por ejemplo, hoy en
día el metro no se define como la longitud de ningún objeto, sino como la
longitud que recorre la luz en el vacío durante 1/299 792 458 segundos. Esto no
resuelve todos los problemas, pero sí muchos. De hecho, la única unidad del
Sistema Internacional que sigue basándose en un objeto físico es el kilogramo,
y nos estamos planteando muy seriamente reemplazarlo por una definición a
partir de constantes fundamentales del Universo, como la constante de Planck.
Pero en la época de
Charles Guillaume todo eso estaba aún muy lejos, y casi todas las unidades se
basaban en objetos físicos. De modo que el suizo se dedicó –como otros
científicos de la Oficina– a intentar reemplazar objetos existentes con otros
más fiables. Por ejemplo, en 1889 la barra de platino que definía el metro se
reemplazó por otra de platino-iridio, que sufría menos cambios con la temperatura.
El cambio de tamaño con
la temperatura se suele medir mediante el coeficiente de dilatación, que indica
cuánto cambia de tamaño con cada grado de temperatura un objeto, como fracción
de su tamaño. Cuanto mayor es el coeficiente de dilatación, más aumenta de
tamaño en porcentaje el objeto por cada grado que aumente la temperatura.
Evidentemente este coeficiente suele ser muy pequeño: incluso en el caso de un
metal que se dilate mucho cuando se calienta, el porcentaje respecto al tamaño
original suele ser minúsculo.
Pero muchas veces un
cambio pequeño puede tener consecuencias importantes, si por ejemplo hay piezas
de metal que encajan a la perfección a una temperatura pero no a otra. En
muchas situaciones se emplean juntas de dilatación, mediante las que objetos de
metal pueden dilatarse y contraerse sin problemas. Se encuentran a menudo en
vías de tren, puentes, motores, etc.
El problema de la dilatación es particularmente importante al fabricar instrumentos de medida de precisión, ya que en ese caso una diferencia muy pequeña puede significar el fracaso en la medida. De ahí que Guillaume pusiera tanto empeño en experimentar con diferentes metales y aleaciones: para encontrar aquellos que tuvieran un coeficiente de dilatación mínimo.
Lo curioso de las
aleaciones, como el acero, es que introducir en ellas variaciones en la
composición de cada uno de sus elementos puede modificar tremendamente sus
propiedades. Charles Guillaume se encontró con un caso extremo de esto al
experimentar con aleaciones de acero al níquel, en las que hay una pequeña
cantidad de ese metal. Ya hablamos de aceros al níquel al hacerlo de ese
elemento en la serie Conoce tus elementos, de modo que si eres viejo del lugar
ya sabes de lo que hablo.
Bien, Guillaume se dedicó,
entre muchas otras cosas, a producir aleaciones de acero al níquel modificando
gradualmente el porcentaje de níquel, y midió el coeficiente de dilatación
térmica para cada una. Y lo que observó fue algo realmente brusco e inusual
cuando la proporción de níquel llegaba al 36%.
Como ves, cuando el
acero contenía un 36% de níquel el coeficiente de dilatación caía en picado,
para luego volver a subir de nuevo bruscamente. Esa aleación, por lo tanto, era
extraordinariamente resistente a la dilatación, y sería un material excelente
para fabricar cualquier cosa en la que esa dilatación fuese un problema.
Se trataba de una
aleación casi invariable frente a la temperatura, y por esa razón Charles
Édouard Guillaume la bautizó como invar. Hoy en día hay varias marcas que
comercializan diversas variaciones del invar, pero todas se aprovechan de ese
“punto mágico” del 36% de níquel que estabiliza el volumen de la pieza frente a
la temperatura.
Lo que Guillaume no
sabía era por qué. Pero no sólo no lo sabía él, sino que nosotros seguimos sin
estar seguros. Evidentemente la razón, como la de todas las propiedades de las
aleaciones frente a la composición, tiene que ver con la estructura atómica de
la aleación, y muy probablemente con el comportamiento magnético de esa
estructura. Pero los detalles se nos escapan aún hoy en día.
El invar pronto se
convirtió en algo utilísimo para fabricar todo tipo de aparatos de medida de
precisión, y lo sigue siendo hoy: relojes, instrumentos de geodesia, de
medición sísmica… También se sigue usando en motores y pistones que pueden
sufrir grandes cambios de temperatura, para que las piezas cambien de tamaño lo
menos posible.
Pero Guillaume realizó
otro descubrimiento más, muy parecido al primero, que también resultó ser de
una utilidad tremenda. Se encontró con que otra aleación de acero al níquel, en
este caso con un 5% de cromo, 36% de níquel (el número mágico) y un 59% de
hierro frente al 64% del invar, era enormemente resistente a los cambios de
temperatura… pero en este caso no respecto a la dilatación, sino a la
elasticidad.
Es muy común que los
metales, según se calientan, pierdan parte de su elasticidad. Una vez más, no
se trata de algo tremendamente brusco, pero sí lo suficiente como para afectar
a instrumentos de precisión. La elasticidad es muy útil para muchos de ellos,
como los relojes mecánicos, porque utilizan pequeños muelles como parte del
mecanismo –esto era más importante antes que ahora, por supuesto, ya que
nuestros relojes más precisos no se basan en piezas mecánicas–.
Guillaume, haciendo gala
otra vez de su originalidad, bautizó a la nueva aleación elinvar, por ser casi
invariable en la elasticidad. El elinvar, como el invar, pronto se convirtió en
una constante de los instrumentos de precisión, y nuestra tecnología de medida
avanzó muchísimo gracias a los dos.
De ahí la importancia de
tan aburridos descubrimientos. Hemos mencionado ya muchas veces en El Tamiz
que, en ocasiones, enormes y revolucionarios descubrimientos se han basado en
mediciones de una precisión inaudita en su momento, que ponían de manifiesto
errores en teorías anteriores que no hubiéramos observado sin ese nivel de
precisión. Un ejemplo muy simple es el experimento de Michelson-Morley, cuya
precisión de medida alcanzó niveles desconocidos en su época.
Por lo tanto,
descubrimientos como los de Guillaume proporcionaron a los científicos de la
siguiente generación las herramientas afiladísimas que necesitaban para
descubrir a su vez cosas nuevas y maravillosas. Desgraciadamente para él,
desarrollar una nueva aleación que no cambia de tamaño con la temperatura no
tiene el glamour que descubrir una nueva partícula subatómica, pero el suizo
merece al menos que le dediquemos una sonrisa.
Como siempre, os dejo
con el discurso de entrega del Premio. Fue pronunciado por A. G. Ekstrand,
Presidente de la Real Academia Sueca de las Ciencias, el 10 de diciembre de
1920:
Su Majestad, Sus Altezas
Reales, damas y caballeros.
La Academia Sueca de las
Ciencias ha decidido entregar el Premio Nobel de Física de 1920 a Charles
Édouard Guillaume, Director de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, por
los servicios que ha otorgado a las técnicas de precisión en Física por su
descubrimiento de las propiedades del acero al níquel.
Uno de los grandes
pensadores griegos dijo que “las cosas son números”, y trató de explicar el
origen de todas las cosas mediante los números. Los científicos de la
actualidad no llevan el culto a los números a tal extremo; sin embargo,
reconocen de todos modos que el conocimiento exacto de la Naturaleza comienza
únicamente cuando logramos expresar los fenómenos mediante pesos y medidas.
El desarrollo de la
Ciencia siempre ha ido a la par con el progreso en la precisión de medida. Esto
se aplica a la astronomía, la geodesia, la química y por encima de todo a la
física, cuyo crecimiento acelerado data del momento en el que empezó a
aplicarse la precisión moderna a las observaciones.
Esa fue la idea que
movió a la Asamblea Nacional Francesa cuando, en 1790, ordenó a la Academia de
las Ciencias de París que estableciese una base invariable de pesos y medidas.
Se organizó un comité para ese propósito, compuesto por Borda, Lagrange,
Laplace, Monge y Condorcet, y a partir de sus sugerencias la Asamblea Nacional
adoptó un sistema decimal basado en una cierta fracción de un cuadrante del
meridiano terrestre. Así se introdujo la base del sistema métrico en Francia,
que luego se estableció mediante una ley aprobada por la Convención el 1 de
agosto de 1793.
El progreso fue más
lento en otros países. La gente de Europa tardó unas décadas en darse cuenta de
las ventajas del sistema métrico, y esto sucedió en gran parte gracias a las
grandes exposiciones internacionales. Durante la exposición internacional de
París de 1867 se formó un comité por parte de la mayor parte de los países
participantes, con el objeto de preparar la adopción de un sistema
internacional único de pesos y medidas. La proposición a tal efecto, aprobada
por el emperador el 1 de septiembre de 1869, fue enviada a todos los países, y
así se fundó posteriormente la Oficina Internacional de Pesos y Medidas en
Breteuil, cerca de París.
La nación francesa no
sólo concibió la idea de esta gran reforma, sino que, mediante su habilidad
diplomática, logró que se adoptase en todo el mundo civilizado; por esta razón,
la humanidad tiene una gran deuda de gratitud con Francia.
Todas las copias del
metro estándar y el kilogramo estándar destinadas a los diversos países son
examinadas y comparadas meticulosamente en esta Oficina Internacional, cuyo
director, Charles Édouard Guillaume, es indudablemente el metrólogo principal
de nuestro tiempo. Este científico, al dedicar toda su vida al servicio de la
ciencia, ha realizado una contribución muy poderosa al avance del sistema
métrico.
A lo largo de sus
estudios, largos y concienzudos, descubrió un metal con las propiedades
metrológicas más notables. Ése es el descubrimiento que la Academia Sueca de
las Ciencias ha intentado recompensar otorgándole el Premio Nobel de Física de
este año, ya que el descubrimiento es de gran importancia para la precisión de
las medidas científicas, y por lo tanto para el desarrollo de la Ciencia en
general.
El mero hecho de
disponer de un sistema internacional de pesos y medidas y una Oficina
Internacional para la aplicación de ese sistema no nos libraría de las
dificultades inherentes a cada operación de medida o peso, salvo que pudiéramos
alcanzar la máxima precisión posible. La principal fuente de error en las
medidas de longitudes en particular era la temperatura, como resultado de la
propiedad bien conocida de los materiales de cambiar su volumen con las
variaciones de temperatura.
Era, por lo tanto,
fundamental examinar con la máxima precisión la dilatabilidad de todos los
metales y aleaciones bajo la acción del calor. Durante estas delicadas
investigaciones, y en particular durante el estudio de las propiedades de
ciertos tipos de acero, Guillaume tuvo la idea, aparentemente paradójica, de
que podría ser posible producir una aleación libre de esta propiedad universal
de los materiales de cambiar su volumen cuando lo hace la temperatura.
Los largos y difíciles
experimentos realizados por Guillaume año tras año con diversas aleaciones y,
por encima de todas, con el acero al níquel, para determinar su dilatabilidad,
elasticidad, dureza, cambios en el tiempo y estabilidad, lo llevó finalmente al
descubrimiento fundamental de la aleación de acero al níquel conocida como
invar, cuyo coeficiente de dilatación con la temperatura es prácticamente nulo.
Estos estudios y
descubrimientos por parte de Guillaume han proporcionado, a lo largo del
tiempo, nuevas y significativas aplicaciones prácticas. Algunos ejemplos son el
uso del invar en el diseño de instrumentos físicos de medida, y en particular
en la geodesia, donde el descubrimiento de Guillaume ha cambiado completamente
los métodos de medir las líneas de base.
El acero al níquel ha
suplantado también al platino en la fabricación de lámparas incandescentes, y
dado el precio actual del platino, esto representa un ahorro anual de unos
veinte millones de francos; finalmente, la cronometría debe a los
descubrimientos e investigaciones de Guillaume un nuevo refinamiento: el uso de
las nuevas aleaciones permite que los relojes se ajusten con mayor precisión y
a menor coste que antes.
También desde un punto
de vista teórico los estudios perspicaces y sistemáticos de Guillaume sobre las
propiedades del acero al níquel han tenido la máxima importancia, ya que han
confirmado la teoría alotrópica de Le Chatelier sobre las aleaciones binarias y
ternarias. Por lo tanto, ha realizado una importante contribución a nuestro
conocimiento de la composición de la materia sólida.
En consideración a la
gran importancia del trabajo de Mr. Guillaume para la metrología de precisión
y, por tanto, para el desarrollo de toda la ciencia y la ingeniería modernas,
la Academia Sueca de las Ciencias ha otorgado el Premio Nobel de Física de este
año a Charles Édouard Guillaume, en reconocimiento a los servicios que ha
otorgado a las técnicas de precisión física por su descubrimiento de las
propiedades del acero al níquel.
Monsieur Guillaume.
Mediante sus estudios perseverantes en termometría ha obtenido usted honor en
física y en química: pero ha ganado sus laureles científicos fundamentalmente
en una rama diferente. Mediante sus estudios sobre las aleaciones metálicas y
su sensibilidad a las diferencias de temperatura, ha establecido usted el hecho
de que algunas de esas aleaciones poseen propiedades notables; algunas apenas
se expanden al calentarse, lo que le sugirió la idea de convertirlas en
estándares de medida.
Una de estas aleaciones
de acero al níquel en particular, la que contiene un 36% de níquel, fue
considerada por usted como la que poseía las condiciones necesarias. Dado que
es prácticamente invariable bajo la acción del calor y otras influencias, usted
la ha bautizado como invar. Su beneficio potencial para la Ciencia, para la
fabricación de estándares y de instrumentos diversos, es ya evidente. En la
geodesia, los cables de invar proporcionan unos valores para las líneas de base
mucho más precisos que los anteriormente empleados.
En nombre de la Real
Academia Sueca de las Ciencias, lo felicito por sus investigaciones y sus
descubrimientos, que han sido de la máxima utilidad, y por esa misma razón merecen
el Premio Nobel. Le pido ahora que acepte el galardón de manos de Su Majestad
el Rey, para quien será un placer entregárselo.
Fuente: https://eltamiz.com/2015/01/28/nobel-fisica-1920-guillaume/
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