Richard Willstätter
Cursó su formación
primaria en la escuela básica de su localidad natal, hasta que se mudó de
domicilio con su familia e ingresó en la Escuela Técnica de Núremberg. Allí dio
muestras de poseer una innata vocación científica, por lo que, ya en plena
juventud, estudió en la Universidad de Múnich, en la que obtuvo
su doctorado en 1894 por su trabajo sobre la estructura de la cocaína. Ejerció
como profesor asistente de química orgánica en esa universidad (1902-1905),
trabajando a las órdenes de Adolf von Baeyer en Múnich, mientras continuó
investigando sobre la estructura de los alcaloides, sintetizando varios de
ellos.
A los 18 años se graduó
bajo la tutela, nada más y nada menos, que de Adolf von Baeyer, protagonista
del Nobel de Química de 1905 por su estudio de un pigmento orgánico, el añil.
¿Casualidad? Pues hombre, no – von Baeyer despertó el interés de Willstätter en
la química orgánica en general, y en los pigmentos y alcaloides vegetales en
particular. De hecho, la tesis doctoral del joven en 1894 versaba sobre la
estructura de la cocaína.
Entre 1905 y 1912 fue
profesor en la Universidad de Zürich, comenzando a trabajar sobre la clorofila.
Descubrió su estructura así como la similitud entre ésta y la hemoglobina de la
sangre. Fue profesor de la Universidad de Berlín (1912-1915) (donde sus
investigaciones revelaron la estructura de muchos pigmentos de flores y
plantas) y director del Instituto Kaiser Wilhelm (1912-1916). Cuando la I
Guerra Mundial interrumpió sus investigaciones, junto con Fritz Haber dedicó su
atención al desarrollo de una máscara antigás.
Ahora bien, el trabajo
de Willstätter sobre la clorofila no lo realizó bajo von Baeyer. Aunque aún
quedaban años para la llegada de Adolf Hitler, el antisemitismo ya bullía por
toda Europa, y en Alemania era muy intenso. El propio von Baeyer sugirió a
Willstätter en 1902 que se convirtiese al cristianismo y se bautizase para
suavizar las cosas y así no perjudicar su carrera profesional, pero el joven se
negó y decidió buscar fortuna fuera de Alemania, en Suiza, donde la estupidez
humana no era tan intensa.
En 1905 entró a formar
parte del claustro de la Eidgenössische Technische Hochschule (ETH) de Zürich,
y fue allí donde empezó a desentrañar los secretos de esta molécula. Aunque Willstätter
nos reveló grandes secretos de la clorofila no fue él quien identificó
absolutamente todo lo que hay en ella, porque para eso hará falta llegar a 1940
y el Nobel correspondiente, y aún estamos muy lejos.
Willstätter siguió el
trabajo de Berzelius con ácidos y bases, pero con más rigor aún que el sueco y,
naturalmente, con sesenta años de avances en química –sobre todo en la
orgánica–. Su objetivo era utilizar reacciones químicas para “romper” la
molécula: tenía bastante claro que probablemente era una molécula orgánica
compleja, es decir, formada por varias cadenas y grupos, de modo que intentó
aislar esas partes una por una para identificarlas.
Tratando la molécula con
hidróxido de potasio (KHO) produjo una saponificación, es decir, la hidrólisis
de un triglicérido mediante una base. Al hacerlo obtuvo la primera “pieza”
identificable de la clorofila: un larguísimo alcohol de fórmula empírica
C20H40O que denominó fitol. Al retirar el fitol de la clorofila desaparecía
alrededor de un tercio de su masa, de modo que Willstätter aún tenía por
descubrir dos terceras partes de la molécula, ¡pero no está mal para empezar!
Ahora bien, el fitol no
era el responsable del color verde de la clorofila, porque al eliminarlo lo que
quedaba seguía siendo verde. Willstätter trató entonces de hacer reaccionar
este remanente con bases fuertes y luego con ácidos fuertes, para identificar
la razón del color verde. En este resto de la molécula el alemán encontró
ácidos carboxílicos, pero lo más interesante de todo es que este resto contenía
lo que, tras utilizar ácidos para aislarlo, resultó ser magnesio. Para ser
justos algún otro químico había detectado magnesio antes, pero no había sido
capaz de demostrar que no fuera una impureza, y su presencia era tan rara –nunca
antes había sido detectado en una biomolécula– que era necesaria gran
contundencia para demostrar que estaba ahí.
Este magnesio constituía
alrededor del 3% del peso de la molécula, pero resultó ser fundamental. Por un
lado la parte de la molécula que lo contenía parecía ser precisamente la que
daba el color verde a la clorofila, y Willstätter denominó a estas estructuras
clorofilinas. Por otra parte no se trataba de un átomo de magnesio suelto en el
extremo de la molécula: de haber sido así sería muy fácil aislarlo utilizando
las fuerzas eléctricas, ya que los iones de magnesio tienen carga positiva.
Pero el metal era endiabladamente difícil de extraer de la clorofila, como si
estuviera “encerrado y atado por todas partes”.
Esto, curiosamente, no
era nuevo. Lo que hace a la hemoglobina especial es una estructura en forma de
anillo que contiene en su interior (“encerrado y atado por todas partes”) un
átomo de hierro, y esta estructura –llamada grupo hemo– es la responsable del
color particular de la hemoglobina. La clorofila parecía tener, por tanto, una
similitud sorprendente con la hemoglobina: los experimentos de Willstätter
sugerían un anillo orgánico que contenía en su centro un átomo metálico, pero
en vez de hierro como en el caso de la hemoglobina, de magnesio. Una similitud
que no hubiera resultado sorprendente a Berzelius, por cierto.
Poco más tarde
Willstätter consiguió demostrar más allá de toda duda la conexión química entre
hemoglobina y clorofila. Estos anillos con un átomo metálico eran tan parecidos
que el alemán consiguió, tras un número de reacciones químicas, obtener un
anillo –sin el átomo metálico dentro– a partir de la clorofila, y el mismo
anillo a partir de la hemoglobina. Este tipo de estructuras se denominaron
porfirinas, hay muchas y gran número de ellas son pigmentos de brillantes
colores.
Tanto en el caso del
grupo hemo como en el de la clorofila, el átomo metálico toma parte en diversas
reacciones de oxidación-reducción: sirve de “depósito de electrones” donados
por otros átomos, como el oxígeno del CO2 en el caso de la clorofila o el del
O2 en el caso del grupo hemo, de modo que los organismos que los emplean pueden
“atrapar” gases o átomos de moléculas gaseosas como parte de su biología. Pero
el químico no se paró ahí.
Cuando Willstätter
realizó estas “disecciones químicas” con la clorofila extraída de distintas
plantas se dio cuenta de dos cosas. Por un lado, la clorofila parecía ser
básicamente la misma molécula independientemente de la planta de la que
proveniese, pero por otro lado al descomponerla en sus constituyentes químicos
parecía obtener dos resultados distintos, como si en todos los casos existiesen
dos clorofilas diferentes. Tras años de trabajo, tanto en la ETH de Zürich como
posteriormente en la Universidad de Berlín –donde se convirtió en catedrático
de Química en 1912– y la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft zur Förderung der
Wissenschaften (Sociedad del Kaiser Guillermo para el avance de la ciencia),
Willstätter pudo publicar sus conclusiones sobre esta especie de “doble
clorofila”. Sí, ahora que tenía cierto prestigio su carrera no encontraba
obstáculos por el hecho de ser judío –por ahora–.
El alemán había
encontrado dos formas muy parecidas, pero no exactamente iguales, de la
molécula, que llamó clorofila a y clorofila b. La primera era de color
azul-verdoso y la segunda amarillo-verdosa, y al verlas mezcladas en gran
cantidad el color resultante era el “verde clorofila” que se veía en los
cloroplastos… pero la clorofila, claro, no era verde, sino una mezcla de las
otras dos. La clorofila a absorbía luz en unas longitudes de onda más que la
clorofila b y viceversa, de modo que juntas absorbían una buena porción del
espectro solar. Si te fijas en la imagen de abajo, sólo dejan un buen hueco sin
absorber en la zona media del espectro visible, es decir, en el verde – por eso
vemos la mezcla verde. ¿Por qué no absorber todo y ser negra? No lo sabemos,
pero hay que recordar que la evolución biológica no tiene un plan y lo que
existe no es la mejor solución posible en todos los casos. En cualquier caso,
hemos especulado sobre ello en el pasado.
Además de la clorofila,
Willstätter estudió otros pigmentos vegetales de color rojo y azul intenso
llamados antocianinas. Esto puede sonar exótico pero no lo es: las antocianinas
dan el color a las moras, a los arándanos, las cerezas, las berenjenas, el maíz
morado y muchas flores como las rosas o los pensamientos. El alemán hizo algo
parecido a lo que logró con la clorofila: “desmontar” la gran molécula en
fragmentos más pequeños e identificables. Las antocianinas resultaron ser
glucósidos, es decir, moléculas formadas por un glúcido –normalmente glucosa–
unido a otra cosa.
Dado que la glucosa no
tiene color rojo ni azul, esa otra cosa era quien daba el color a la flor o
fruto, y Willstätter denominó a esos grupos cianidinas, aunque creo –en mi
ignorancia– que hoy en día se llaman más comúnmente antocianidinas. Al estudiar
muchas plantas se dio cuenta de que la reacción de estas cianidinas con otros
compuestos en la planta –por ejemplo la savia– podía dar al pigmento colores
bastante distintos. Dado que estas antocianinas tienen tonos muy intensos, los
seres humanos hemos incluso seleccionado artificialmente plantas con un mayor
contenido en ellos simplemente por su apariencia.
Curiosamente, la
evolución biológica parece haber seleccionado el contenido en antocianinas
precisamente por la misma razón: a diferencia de la clorofila, estos pigmentos
no sirven para producir un ciclo de reacciones químicas. Lo que en la clorofila
es un “efecto colateral” (el color) es el objetivo de estos pigmentos
vegetales: atraer insectos, pájaros y otros animales por lo llamativos que son,
ya sea para polinizar, diseminar semillas o lo que sea. Las antocianinas son,
si me lo permites, maquillaje evolutivo.
Lo que no consiguió
Willstätter fue identificar la estructura exacta y detallada ni de las
antocianinas ni de la clorofila –o, mejor dicho, de las clorofilas, porque
además de las dos que descubrió él resultó haber más–, ni tampoco la cadena
exacta de reacciones químicas que forman la fotosíntesis. Para ambas cosas hubo
que esperar unos cuantos años más. Y parte de la culpa de esto –aunque es
difícil saber qué hubiera pasado de haber sido distintas las circunstancias– la
tuvo la guerra.
El estallido de la
Primera Guerra Mundial hizo muy difícil continuar las investigaciones, pero la
cosa fue incluso peor que no hacer nada: Willstätter fue invitado a uno de los
horrores más espantosos creados por el ser humano, la síntesis de gases venenosos.
Era inevitable: aunque su trabajo se centrase en los alcaloides vegetales, era
una de las principales figuras de la química orgánica alemana, y como ya hemos
discutido hace tiempo aquí, la Gran Guerra fue un escenario de horror en este
aspecto. Pero, naturalmente, la mayor parte de la gente no lo veía así: para la
mayoría era una cuestión de simple patriotismo y lealtad desarrollar las armas
más letales posibles.
Así, un buen amigo de
Willstätter, Fritz Haber –que recordarás de un par de artículos atrás, cuando
lo defendió Max von Laue en su panegírico–, lo invitó a unirse a él en la
elaboración de gases venenosos para utilizar en la guerra. Sin embargo, Richard
Willstätter se negó a participar en tal horror; aceptó por el contrario dedicar
su esfuerzo a desarrollar protecciones contra esos gases –no olvidemos que los
alemanes no fueron los únicos en usarlos en la contienda–, y en poco tiempo
había diseñado un filtro para máscaras antigás de enorme calidad.
En dos años se habían
fabricado unos treinta millones de estas máscaras, y al final de la guerra
Willstätter recibió la Cruz de Hierro de Segunda Clase por esta contribución.
Pero lo notable, en mi opinión, no es el mérito en el desarrollo del filtro,
sino negarse por conciencia a algo que la mayor parte de sus compatriotas
consideraba un deber. Otros hicieron lo que él hubiera hecho, sin duda, y
probablemente considerasen su actitud un gesto simbólico… pero ahí quedó, y no
sería el único que haría este barbudo de Karlsruhe.
Como ha pasado tantas
veces en la serie últimamente, Willstätter no pudo acudir a recibir el premio
de 1915, ya que la guerra continuaba. Viajó a una ceremonia dos años después de
terminar la contienda, junto con otro puñado de galardonados durante la guerra,
y esto nos ha dado el regalo de este vídeo de 1920, en el que el alemán aparece
junto al resto de científicos que hicieron el mismo viaje y sus mujeres.
Algunos son viejos amigos nuestros y otros lo serán pronto.
Después de la guerra y
el galardón Willstätter continuó su trabajo en química orgánica –fue uno de los
principales defensores de la idea de que las enzimas no eran organismos biológicos
sino moléculas complejas–. Aunque ya no sea relevante para la historia del
Premio, sí quiero mencionar el último detalle que indica la categoría humana de
este tipo aunque fuera un desastre para su carrera y probablemente la química
orgánica.
Tras la Gran Guerra el
antisemitismo siguió aumentando en Alemania. Naturalmente Willstätter era ya
una celebridad no sólo por su aportación en la guerra sino por el Nobel y su
fama mundial, de modo que el hecho de ser judío no era un problema –lo hubiera
sido más adelante sin duda, pero no aún–. En 1924, nueve años después de ganar
el Nobel y seis de terminar la guerra, Richard Willstätter anunció una decisión
sorprendente para todo el mundo: se apartaba de la vida pública y la
investigación como gesto contra el antisemitismo reinante. Sus alumnos, sus
colegas en Berlín e imagino que todo el mundo en Alemania que sabía quien era
intentaron convencerlo de lo absurdo de esa jubilación anticipada, pero él se
mantuvo en sus trece y no volvió a pisar ni un aula ni un laboratorio.
La recompensa a tal
integridad le llegó catorce años después: en 1938 la Gestapo fue a por él.
Afortunadamente se había ganado la lealtad de mucha gente y pudo escapar al
mismo sitio al que se había dirigido de joven, Suiza, donde vivió los últimos
años de su vida. Imagino que murió aún descorazonado por los acontecimientos,
ya que a su muerte en 1942 aún no estaba claro lo que sucedería ni en Alemania
ni en Europa.
Con este deprimente
final no puedo dejarte, así que aquí tienes las palabras del profesor
Hammarsten, presidente de la comisión de Química de la Real Academia Sueca de
las Ciencias, escritas –no pronunciadas, porque no hubo ceremonia de entrega–
en 1915. También te recomiendo, si tienes tiempo y ganas, que leas el discurso
del propio Willstätter de 1920, al que enlazo al final:
Por su
propiedad de hacer posible la asimilación de dióxido de carbono bajo la
influencia de la luz solar y así introducir la síntesis de sustancias orgánicas
en las partes verdes de la planta, la clorofila, como es bien sabido, posee una
gran importancia biológica y tiene un trabajo extremadamente importante en la
economía de la Naturaleza. Elucidar la naturaleza y modo de funcionamiento de
esta sustancia es, por lo tanto, una tarea de la máxima importancia.
Sin
embargo, las dificultades encontradas por los investigadores en este campo han
sido tan grandes que hasta hace muy poco tiempo han evitado un estudio
satisfactorio del problema de la clorofila. Willstätter es el primero, junto
con varios de sus alumnos, en solventar estas dificultades mediante métodos
novedosos y muy valiosos y mediante investigaciones extensas, llevadas a cabo
con una maestría experimental considerable. A raíz de los nuevos e importantes
descubrimientos que han resultado de estas investigaciones [Willstätter] ha
conseguido revelar en todas sus partes esenciales la cuestión de la naturaleza
química de la clolofila.
Es cierto
que los investigadores anteriores habían observado que la clorofila contiene
magnesio, además de otras sustancias minerales. Sin embargo, Willstätter tiene
el mérito de haber sido el primero en reconocer y demostrar con pruebas el
hecho de que el magnesio no es una impureza sino una parte integral de la
clorofila pura de la naturaleza – un hecho de enorme importancia desde el punto
de vista biológico.
Ha
demostrado que el magnesio está unido a la molécula de clorofila de un modo muy
similar al del hierro en la hemoglobina; este enlace es tan firme que el
magnesio no se libera incluso bajo la acción de una base fuerte. Por otro lado
puede ser extraído con un ácido sin dañar el resto de la molécula de clorofila,
y la clorofila sin magnesio así obtenida es muy útil para ciertas
investigaciones. Willstätter ha utilizado esta circunstancia para determinar
hasta qué punto la clorofila es la misma en distintos tipos de plantas.
Las
investigaciones realizadas en más de doscientas plantas diferentes, tanto
fanerógamas como criptógamas, han demostrado que la clorofila era la misma en
todos los tipos examinados hasta el momento. Esta clorofila, sin embargo, no es
una sustancia químicamente homogénea. Es una mezcla de dos clorofilas muy
similares pero diferentes, una de ellas azul-verdosa y la otra
amarillo-verdosa, y la primera aparece en mayor densidad en las hojas que la
segunda.
El hecho
de que la clorofila en su definición ordinaria es una mezcla de dos pigmentos
verdosos ya había sido ciertamente propuesto como probable por Stokes en 1864,
y tanto Tsvett como Marchlevski habían apoyado firmemente esta hipótesis. Ha
sido Willstätter, sin embargo, quien ha demostrado esto de manera concluyente.
La
preparación de clorofila en un estado puro e inalterado y en cantidades
suficientemente grandes como para realizar sobre ella un análisis químico ha
sido, por supuesto, una de las tareas más importantes en la investigación sobre
ella; al mismo tiempo era una de las más difíciles de todas. Al llevar a cabo
esta tarea, Willstätter también ha conseguido obtener los dos tipos diferentes
de clorofila mencionados anteriormente en un estado puro, y así ha obtenido una
prueba definitiva de su existencia.
Al hacerlo
ha conseguido llevar a cabo una investigación en profundidad sobre el gran
número de derivados diversos que pueden obtenerse de estas dos clorofilas
diferentes, y como resultado de esto ha iluminado considerablemente el campo de
la química de la clorofila, que era antes muy complicado y confuso. Al
desarrollar métodos para preparar clorofila pura en grandes cantidades, también
ha creado nuevas y prometedoras posibilidades de investigaciones futuras y
provechosas en este campo.
Sin
embargo, la parte más importante de las investigaciones de Willstätter ha sido
la relacionada con la detección de la estructura química de la clorofila. Ha
demostrado que la clorofila es un éster, el cual al ser saponificado con una
base puede ser separado en un alcohol antes desconocido llamado fitol, que
representa una tercera parte de la molécula, y un pigmento llamado clorofilina
que contiene magnesio, que forma el resto de la molécula. Ha investigado cuidadosamente
estos dos componentes tanto de manera individual como a través de sus productos
de transformación y descomposición.
Además, ha
descubierto que esta separación de la clorofila en sus dos componentes antes
mencionados también puede producirse como resultado de la acción de una enzima
que aparece en las hojas, que ha llamado clorofilasa, y así ha sido capaz de
elucidar la naturaleza de la clorofila cristalizada. Ha demostrado que ésta no
es, como algunos investigadores habían supuesto, el pigmento puro e inalterado
de las hojas. La clorofila cristalizada es un producto de laboratorio, un éster
básico, que carece de fitol. La clorofila amorfa, que contiene fitol, es el
pigmento natural e inalterado que existe en las partes verdes de la planta.
Una parte
muy importante del trabajo de Willstätter sobre la estructura química de la
clorofila es la de sus investigaciones sobre los pigmentos, la clorofilina y
otras filinas y derivados de aquélla. Estas investigaciones son de particular
interés en la cuestión de la relación entre los pigmentos de la sangre y la
clorofila.
Es posible
preparar, partiendo del pigmento rojo de la sangre, la hemoglobina, sustancias
de color morado y libres de hierro, conocidas como porfirinas, y la conocida
desde hace más tiempo de todas ellas es la hematoporfirina. Se ha preparado una
sustancia ópticamente muy similar a ella a partir de un derivado de la
clorofila por parte de Hoppe-Seyler, que ha llamado este pigmento clorofílico
filoporfirina por la similitud entre ambas sustancias. Schunck y Marchlevski
han demostrado posteriormente que existe una relación química entre el pigmento
de la sangre y la clorofila, pero también en este caso ha sido Willstätter
quien ha llevado a cabo las investigaciones más concluyentes.
En estas
investigaciones concernientes al núcleo de pigmento tanto en la clorofila como
en la hemoglobina, ha realizado observaciones nuevas y muy importantes sobre
los pirroles y su posición en este núcleo; en particular ha demostrado que es
posible preparar, a partir de estos dos pigmentos, la misma porfirina,
etioporfirina, cuya molécula mantiene las características esenciales del núcleo
pigmentoso. Al hacerlo ha demostrado de la manera más concluyente e interesante
la relación entre los dos pigmentos más importantes, biológicamente hablando,
de la Naturaleza – la hemoglobina y la clorofila.
También ha
preparado en estado puro y estudiado exhaustivamente los pigmentos amarillos,
denominados carotenoides, que aparecen junto con la clorofila en las hojas de
las plantas. Mediante los resultados obtenidos estudiando estos pigmentos
amarillos y las clorofilas, ha preparado el camino para nuevas investigaciones
sobre el papel desempeñado por los distintos pigmentos de las hojas en la
asimilación del ácido carbónico.
Además ha
estudiado con gran éxito otro grupo de pigmentos vegetales, los pigmentos
azules y rojos de las flores denominados antocianinas. Ha aislado el pigmento
característico e investigado su naturaleza química para un gran número de
flores como aciano, rosa, pelargonia, espuela de caballero, malvarrosa, etc.,
además de algunos frutos como arándanos, uvas negras y arándanos rojos. Como
resultado ha demostrado que las antocianinas son glucósidos, que pueden
descomponerse en un tipo de azúcar –en la mayor parte de los casos glucosa– y
un componente pigmentario, una cianidina.
Willstätter
ha determinado la estructura química de estas cianidinas; ha demostrado en qué
consiste su diferencia entre los distintos tipos de flores y frutos, y también
ha demostrado su estrecha relación con los pigmentos amarillos que aparecen en
la Naturaleza del grupo de la flavona o el flavonol. Al reducir uno de estos
pigmentos amarillos, la quercetina, ha obtenido la cianidina que aparece en las
rosas y los acianos, y mediante la síntesis química ha conseguido obtener la
cianidina de la pelargonia, la pelargonidina. Ha demostrado la dependencia de
los pigmentos florales de la acción de la savia, y ha explicado así cómo es
posible que la misma antocianina tenga un color diferente en flores distintas,
como sucede con las rosas y los acianos. La antocianina es la misma en ambos
casos, pero en la rosa está unida a un ácido vegetal y es por tanto roja,
mientras que en el aciano está unida a una base y es por tanto azul.
Al
extender sus investigaciones a los pigmentos amarillos de las flores y mediante
la determinación cuantitativa de las antocianinas en ciertos tipos, ha
demostrado la diferencia de color que las flores toman en la Naturaleza bajo el
cuidado del jardinero dependiendo de distintas circunstancias, como la
aparición de varias antocianinas diferentes en el mismo tipo [de planta],
grandes variaciones en el contenido en antocianinas, distintas reacciones de la
savia y la presencia simultánea de distintos tipos de pigmentos amarillos, que
una vez más pueden diferir unos de otros en distintos tipos [de planta].
En este
campo de la química de pigmentos vegetales, la investigaciones de Willstätter
también pueden considerarse pioneras; las más importantes y más completas, sin
embargo, son las relacionadas con la clorofila, mediante las que no sólo ha conseguido
desentrañar la estructura química de esta sustancia, sino que además ha
establecido una base sólida para la realización con éxito de investigaciones a
largo plazo en este campo extremadamente importante de la química vegetal.
Fuentes: https://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Willst%C3%A4tter
https://eltamiz.com/2013/09/25/premios-nobel-quimica-1915-richard-willstatter/
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