Anita Garibaldi
Ana María nació en 1821,
en lo que hoy es el Sur de Brasil, en la entonces aldea de Morrinhos (Morriños,
o Morritos), suburbio de la ciudad catarinense de Laguna, sus padres eran los
descendientes de inmigrantes de las Azores María Antonia de Jesús y Bento
Ribeiro da Silva, los cuales eran ganaderos y tuvieron 4 hijos más. Ana desde
pequeña se hizo notar por su inteligencia y su carácter libre.
Falleció su padre,
además de sus tres hermanos en poco espacio de tiempo. En 1835 a los quince
años -y por insistencia de su madre- se casó por la iglesia con un zapatero
enriquecido por la ganadería llamado Manuel Duarte Aguiar. Después de algunos
meses de conocer a Garibaldi, el 23 de octubre de 1839 éste se presentó en casa
de Anita y se la llevó, "sin encontrar resistencia por parte de nadie y
mucho menos de ella".
Aventuras
en Sudamérica
En 1837 durante la
llamada Guerra de los Farrapos ("Guerra de los harapos"), Giuseppe
Garibaldi al servicio de la República Riograndense tomó la ciudad portuaria de
Laguna que pasó a ser la primera capital de la República Juliana, y en el
puerto de allí, conoció a la brasileña Anita y desde entonces quedaron unidos
de por vida. Quedó entusiasmada ante los ideales democráticos y liberales de
Garibaldi y pidió dado su aventurero carácter que él le enseñara a luchar con
la espada y a disparar, convirtiéndose en una consumada soldado.
Anita acompañó a
Garibaldi en sus combates en Brasil, en Santa Catarina y Rio Grande. En la
batalla de Curitibanos, Garibaldi quedó descolgado del frente perdiendo a
Anita, la cual fue capturada por el grupo rival. En su cautiverio sus
guardianes le dijeron que Garibaldi había muerto, lo que Anita lamentó mucho
por su amado.
Viaje
a Europa
La brasileña Anita fue
enviada como embajadora a Italia por Garibaldi, en donde fue aclamada, para
preparar el terreno ante la vuelta de Garibaldi, quien llegó junto a Juan
Lamberti con mil camisas rojas para luchar en la primera guerra de la
independencia italiana contra Austria.
Durante esta guerra se
proclamó la República Romana, que fue atacada por napolitanos y franceses, y
defendida por Garibaldi y Anita, embarazada de su quinto hijo, junto con
Aurelio Saffi y Carlo Armellini, como comandantes. La república fue derrotada y
Garibaldi tuvo que huir, buscando refugio en San Marino; durante la retirada
Anita enfermó y murió de fiebre tifoidea cerca de Rávena el 4 de agosto de
1849. Garibaldi estuvo exiliado hasta 1854, cuando estalló la segunda guerra de
la independencia.
Anita estuvo presente en
el corazón de Garibaldi durante toda su vida, pese a que se casó dos veces más.
Su sepulcro está junto
al de Giuseppe Garibaldi en la colina romana del Janículo en donde tienen
sendas estatuas ecuestres. La avenida costanera de Nervi contigua a Génova
lleva su nombre.
Dos municipios del
estado de Santa Catarina en Brasil la homenajean: Anita Garibaldi y Anitápolis.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Anita_Garibaldi
Dejó de ser Ana María de
Jesús Ribeiro aquella tarde en la que se asomó a la ventana y saludó
desprevenida al barco que se acercaba. Desde la proa del barco insignia de los
navíos rebeldes, conocido como “Río Pardo”, su capitán, un italiano rubio y
ojiazul, reparaba a través de su catalejo la figura increíble de esa gaucha que
había visto contorneándose por el muelle, y que de pronto vio ingresar a una
casa ubicada frente al malecón. Un momento después la vio abrir la ventana y
agitarle el brazo en señal de coquetería. El enamoradizo aventurero no pudo
escapar a la seducción de esa criolla irresistible, y no había todavía atracado
en puerto cuando quiso poner los pies en tierra, únicamente para precipitarse
hacia la casa de esta aparición divina y proferir estas palabras condenatorias
a las que Ana María tampoco tuvo cómo escaparse: “Usted, debe ser mía”. Ella no
se dejó intimidar. Comprendió que el italiano actuaba en nombre de ambos, y le
dijo: “Yo a ti ya te conozco: te vi reflejado en las aguas de un pozo”. Nació
justamente el año en que muere Napoleón, en una pequeña aldea que se quedó
corta ante su imaginación desbordada y su afán de recorrer todo el mundo más
allá de esos reducidos confines selváticos. Se destacaba desde pequeña por su
inteligencia y su carácter desprendido. Sus padres, descendientes de
inmigrantes de las Islas Azores, habían sacado adelante una empresa ganadera, y
siendo muy pequeña Ana tendría que experimentar sus primeros contactos con la
muerte, ya que en un lapso muy corto de tiempo morirían su padre y sus tres
hermanos. Fue así como la madre, a cargo de sus tres hijas, se dedicó a
conseguirle marido a cada una, eligiendo para su hija Anita, que en ese
entonces era una adolescente que apenas contaba con quince abriles, a un
zapatero mucho mayor que ella, y que en los años recientes había hecho una
pequeña fortuna con la naciente y prometedora industria ganadera. Pero lo que
sucedería ese día en el puerto trastocaría por completo la vida de la aldeana
incipiente y carente de historias. Fue un flechazo, se trató de un amor a
primera vista, y poco les importó a los dos el que Ana María estuviera casada,
pues esa misma tarde la pareja se encerraría en la intimidad del “Río Pardo” y
desde esa noche seguirían navegando siempre juntos, y en adelante el mundo
conocería a esta mujer como Anita Garibaldi, la mujer de dos mundos, la amante
y compañera del prócer unificador de Italia, el valeroso e intrépido Giuseppe
Garibaldi. El lugar, Laguna, Santa Catarina. El año, 1839. Giuseppe ya había
recorrido el mundo entero acumulando hazañas, que bien le valieron su fama de
poderoso, convencido, tipo de carácter firme. La naciente República de Río
Grande venía apoderándose de terrenos que otrora pertenecieron al imperio
brasilero. En esta ocasión se libraba la batalla conocida como la “Guerra de
los harapos”. Garibaldi logró conquistar la ciudad portuaria de Laguna, y fue
allí donde desembarcaría para librar la más temible de las batallas: la batalla
del corazón. El esposo de Anita, un borracho que no sabía tratarla, había huido
apenas los ejércitos de la República Grande ingresaban por el río, librándose
así de un marido que le habían elegido y que de cualquier forma tampoco
representaba a sus ideales políticos. Anita era un alma libre, con sed de
aventura, de ideologías revolucionarias, abolicionistas, libertaria, y de allí
que la enamorara ese hombre de ideales democráticos con el que compartía su
fuerza, su vehemencia, su fogosidad. A él por su parte lo sedujo esa mujer
interesada más en el olor a pólvora que en la fragancia de las flores, lo
sedujo la osadía y el atrevimiento con el que lo encaró, y por esto que no
vacilaron y apenas conocerse se casaron en un ritual clandestino, y su luna de
miel la vivieron sin estragos entre las tropas de insurgentes que lideraba el
capitán Garibaldi. A lo largo de una década no pararon de insistir en el amor y
tuvieron cuatro hijos. Anita le insistió a su marido que hiciera de ella una
combatiente, una soldado, una guerrera. Aprendió a disparar como ningún hombre
y a acertar en el blanco, toda vez que su marido la instruyo en el manejo de
armas, y así también le enseñó a blandir la espada y a luchar frente a frente
en un combate cuerpo a cuerpo. Cuando Giuseppe tuvo que salir a pelear en la
batalla naval de Laguna, Anita le pidió que la llevara con él, pero el capitán
no aceptaría arriesgar la vida de su amada, y aunque no dudara de sus
capacidades en la pelea y del valor que la animaba, se negaría rotundamente a
ponerla en peligro. Sin embargo Anita se escondió entre los pertrechos del
barco, y en el momento más crudo de la batalla, cuando más se necesitaría de su
ayuda, salió de su escondite y se dispuso a cargar ya repartir las armas y a
estar asistiendo a los soldados con todos sus equipamientos. A pesar de haber
perdido dos de los tres barcos que componían la flota de los rebeldes, la
pareja Garibaldi ganaría la guerra, y en adelante Anita gozaría ante todos del
prestigio que le había representado su valiente actuación durante esa primera
batalla. Estuvieron peleando en Santa Catarina y también en Río Grande, siempre
en condición de inferioridad ante las fuerzas imperialistas, confrontando
cañones contra pistolas de corto alcance y rebuscando escondites y meandros en
medio de la selva para poder desplegar sus estrategias de guerrilla. Pero sería
durante la batalla de Curitibanos cuando Anita fuera capturada. Ya era
reconocida como la mujer del capitán Garibaldi, y las fuerzas enemigas le
expresaban gran respeto. Fue por eso que le condonaron la vida, manifestándole
además que su marido había sido abatido en el campo de batalla. Anita reclamó
los restos de su marido. Sus enemigos, queriendo disfrazar la situación, la
llevaron hasta una playa donde habían sido aniquilados varios insurgentes, y
excusándose de cualquier forma le insistieron con que sería imposible
identificar todos los cadáveres. Anita sospechó que su marido aún estaba con
vida. Lo sintió. Tal vez porque estaba otra vez embarazada, tal vez porque así
se siente en el corazón, y en un descuido de sus guardias saltó sobre un
caballo que la esperaba para emprender un escape de película. La querían viva o
muerta. Las tropas persiguieron durante varios minutos a la intrépida fugitiva,
hasta que un disparo le hizo volar el sombrero, y otro más certero hirió
mortalmente a su caballo. Ante la presencia de sus perseguidores, Anita no lo
dudó y se arrojó a las aguas del río Canoas. Los brasileros la dieron por
muerta y desistieron de continuar con su búsqueda. Sin embargo Anita
sobreviviría. Se internaría en la selva y, a pesar de sus heridas y de estar
embarazada, caminaría durante cuatro días hasta reencontrarse con las escuadras
rebeldes y volver a su idilio de amor con Giuseppe. Unos meses más tarde nació
su hijo con una deformidad en la cabeza, producto al parecer de la caída del
caballo. Ante la embestida imperialista, las fuerzas de la República de Río
Grande buscarían refugio en el país donde se había gestado la insurrección y el
levantamiento. Partieron hacia Montevideo con más de mil reses, pero luego de
una penosa travesía llegarían a la capital uruguaya con menos de la mitad. Al
llegar se encontraron con un Montevideo revoltoso y agitado, por lo que
Giuseppe decide enviar a su esposa a Italia en compañía de sus cuatro hijos,
esta vez sin reclamos, encomendándole la responsabilidad de oficiar como un
agente diplomático, una personalidad que actuara en su propio nombre y que
fuera su representante. A Anita se le colmaría de atenciones y recibimientos,
el pueblo italiano le daba la bienvenida atendiéndola con toda clase de
homenajes y pomposos festejos. Anita era querida, aclamada y ovacionada por
todo aquel que quisiera luchar por la independencia de Italia haciéndole frente
al yugo austriaco, combatir a las fuerzas napoleónicas y unificar finalmente
los distintos estados en una misma bandera. Fue así como Anita sirvió para
allanarle el terreno a su marido, quien unos meses después estaría de regreso a
su país en compañía de más de mil Camisas rojas. Allí se proclamaría la
República Romana. Sin embargo muy pronto serían atacados por los francés y
napolitanos, por lo que los Garibaldi se verían obligados nuevamente a huir.
Esta vez se exiliaron en San Marino, y una vez más la ilusión de un nuevo hijo
que Anita estaba esperando. Pero unos días más tarde, en 1849, serían otra vez
confrontados por las fuerzas enemigas, esta vez sumadas las tropas españolas,
teniendo que trasladarse con casi cuatro mil hombres a donde los llevara el
destino. En la nueva odisea Anita enfermería irremediablemente de fiebre
tifoidea. Se cuenta que miró una última vez a los ojos azules de su querido
Giuseppe antes de despedirse de este mundo, a la edad de los 28 años, pero despidiéndose
como quien hubiera vivido varias vidas. Dado la cercanía de los enemigos,
Giuseppe tuvo que cavar una fosa precaria para sepultar el cuerpo de su esposa,
pero unos minutos después los perros ya estarían escarbando la arena y
desenterrando los restos de Anita. Al reconocerla, sus persecutores no
vacilaron en trasladar su cuerpo para ser enterrado en un cementerio y darle
así una digna sepultura. Era así el respeto que le tenían a Anita Garibaldi.
Giuseppe tuvo que permanecer cinco años en el exilio antes de retornar a Italia
y cumplir con su cometido histórico. Y aunque se casaría dos veces más, jamás
podría olvidarse de la que fuera la heroína de su amor, la entrañable Anita
Garibaldi. Se le conoce como la “Heroína de dos mundos”, la que batalló con arrojo
y coraje en Uruguay, Brasil e Italia, la inolvidable mujer que caminaba hombro
a hombro con el gran Giuseppe Garibaldi, y con el que hoy comparte el mismo
sepulcro, y sobre ellos las esculturas de un par de briosos caballos.
Fuente: https://blogs.elespectador.com/cultura/ella-es-la-historia/anita-garibaldi-1821-1849
Comentarios
Publicar un comentario